TERESA GARBÍ, UN DIÁLOGO
Hace algunos días, Teresa Garbí (Zaragoza, 1950) presentaba su último poemario, mayoritariamente en prosa poética, en la librería Antígona: ‘El aire encendido’ (Renacimiento), en compañía del poeta y crítico de arte Luis Moliner. La foto es de Teresa Garbí.]
¿De qué sentimiento o sensación o tormenta interior o exterior nace este libro?‘El aire encendido’ comenzó con un sueño en Shangai. En él me decían que nunca más vería a mi madre, porque estaba muerta, muy lejos. A partir de este núcleo, que escribí en vilo, el libro fue creciendo en un intento de detener el tiempo y de hablar con los muertos.
¿Sería un poemario, deliberado o no, sobre ese territorio incierto que es la vejez?Creo que todas las personas hemos de reflexionar sobre el final de la vida. Por eso, este libro, aparte de ser una indagación en el límite entre la vida y la muerte, una búsqueda en ese no-lugar, mundo en sombras, es una preparación para la propia muerte.
¿Ha habido anécdotas exteriores, pérdidas, adioses, que le han llevado a esta meditación serena pero sombría? La pérdida de los padres, también de amigos, es un momento importante en nuestras vidas. Esa experiencia personal me ha impulsado a escribir este conjuro que me permita llegar a los seres perdidos y a reconocer ese lazo que nos une a todos los seres humanos: la vida y, con ella, la muerte.
No sé si se puede hablar de pesimismo. Me ha parecido que el sujeto poético resulta inmisericorde consigo mismo, con su amado y hasta con los padres. ¿O es una impresión equivocada? Creo que quien lee no se equivoca nunca en sus apreciaciones. Cada lector/a escribe el libro que lee. He intentado contar la vida, poner nombre a las cosas, dibujarlas con palabras que recogen su latido, sin faltar nunca a lo que considero verdad.
Dice: “Estoy aquí para morir”. ¿No sería más bien “¿Estoy aquí para vivir hasta el último aliento? Esta cita pertenece a Cinco, un libro que publiqué en 1988. He querido incluirla en El aire encendido porque concebí este último libro como un final, una preparación para la muerte, una reflexión sobre la misma, que me enlaza a toda la humanidad. No me refiero a que fuera a ser el final de mi vida literaria -de hecho tengo otros dos libros en espera-, sino a que este libro debía recoger lo que había sido fundamental en obras anteriores. También se podría decir: “Estoy aquí para mirar, para mirar el paisaje”, dado que en dos poemas dos personas diferentes dicen que no quieren morir y dejar de ver la tierra húmeda, los bosques lejanos, el cielo azul. Ahora bien, la vida es una preparación para la muerte, como ya he dicho. El poeta Luis Moliner advierte que “ ‘El aire encendido’ no es uno más en un cómputo literario, sino el punto negro al que los libros anteriores condujeron y ante el cual el lector debe pararse”.
El aire encendido ha sido planificado con mucho cuidado, con aroma de partitura musical. Explíquenos qué ha querido hacer. Como acabo de decir he querido enlazarlo con libros publicados anteriormente. También he querido tener en cuenta en él a personas con quienes mantengo una relación de amistad y de experimentación literaria: Luis Moliner, Sergio Gaspar, Laura Giordani, Joan de la Vega, Chus Pato… Son fundamentales en él: la naturaleza; la ausencia de los padres y de tantos seres que nos han precedido, que han ocupado la tierra antes que nosotros y son ahora nuestra tierra; el límite entre la vida y la muerte; el conjuro para atravesar ese límite. Todo se sumerge en la naturaleza, en la belleza de los paisajes. El contrapunto final rescata el amor y la vida. Porque la vida es sabiduría, una danza interminable. Te agradezco que hables de “aroma de partitura”. Sí, la música es fundamental para mí. Releo lo que escribo en voz alta para escuchar su ritmo. La propia estructura del libro debe reflejar la estructura musical de la naturaleza, como decía Valle Inclán en su Lámpara maravillosa
Parece que solo hay belleza en lo vivo, en el paisaje, en la piedra, en la bondad natural del perro, y que el ser humano la ha perdido o la pierde en ese viaje final que emprende. ¿Es así? Este contrapunto que acabo de citar se sumerge en la belleza del ser humano y en la de su vida. El aire encendido es el lugar en el que podemos cruzar los límites, hablar a los padres y a los seres que perdimos. La muerte es el gran regalo de la vida. Todo ello sin olvidar que “no acaba todo. Lo que he vivido es esta derrota, porque pertenezco a los pobres seres humanos”. Una derrota inevitable.
Se impone la presencia de los padres muertos. ¿Sucede eso, especialmente, cuando uno se siente en el otoño de su existencia? ¿Son una sombra, un continente de cariño, una necesidad de tantos años después de su adiós. Es conmovedor y doloroso el poema de la página 51. En efecto, en Ausencia y en Requiem, dos partes del libro, la sombra de los padres muertos es una constante. Con su pérdida nos damos cuenta, de pronto, de que no se puede volver atrás. Lo que es o ha sido nuestra vida podemos apreciarlo con el tiempo, porque tenemos una experiencia; sabemos qué es vivir, su belleza y su oscuridad. Los padres son una sombra protectora, están con nosotros siempre porque, como dice Miguel Hernández en su cuarteto “Hijos de la luz y de la sombra”, en nosotros se besan nuestros muertos. En nuestro ser se integra la tierra de todos los que nos precedieron. El poema de la página 51 intenta liberar a los padres. Es cierto que, como dijo Cernuda, cuando nacemos, con la vida, recibimos la muerte, dura compañera. Pero los padres, con el nacimiento de los hijos, reciben una herida de sufrimiento incurable por la preocupación que siempre tendrán por ellos. He querido liberarlos de esa cadena de sufrimiento. Tal vez -vuelvo a Miguel Hernández-, nacemos con tres heridas, la del amor, la de la vida, la de la muerte.
Entre los elementos metafóricos y simbólicos más poderosos está “la cueva”. “Eran ellos, la familia, los muertos”, escribe. ¿Tiene ese poema algo de ajuste de cuentas, es un poema espectral sobre el otro lado, habla de una dolencia o de un resquemor de un sujeto poético? Es el sueño al que me refería al principio, en el que me decían que todo era irreversible y nunca más podría ver a los seres que había perdido. Es un poema espectral, por tanto. Creo que venimos al mundo con una válvula de seguridad que nos permite soportar tanto dolor, tantas pérdidas. El sueño me traía imágenes familiares y a la vez desconocidas que aparecían para recriminar su pobreza: no rozar la tierra, no ser más que una sombra gris que casi nadie puede ver. Es admirable que los seres humanos seamos capaces de afrontar esta experiencia. Un vitalista como Juan Gil-Albert dijo que, si se suprime la muerte, nos sobrecoge un vacío insoportable. “Si la ponemos en su lugar, cada segundo se llena de angustia, de placer, de deseos. En una palabra, de vida”.
¿Cómo se escribe poesía como la escribe Teresa Garbí? No olvido lo que dijo Antonio Machado: “Para escribir poesía hay que sentir honda y fuertemente y expresar con claridad los sentimientos”. Hay que buscar la verdad implacablemente, en un aire encendido de libertad. Procuro vigilar su música, su ritmo. La corrijo sin descanso. Pero la poesía nos sorprende en los momentos más inesperados, como un don que viene de muy lejos.
¿Cuál es su responsabilidad ante la página en blanco, cómo se enfrentas a la escritura? ¿Sería este su libro más tenebroso, más terrible, a pesar de inequívoca hermosura? Es una dicha poder escribir, tener horas por delante para escribir, pensar, revisar notas… Si tengo un paisaje delante y música, ya tengo un buen comienzo. No hay trampa ni cartón, ni descanso en este libro. Por eso puede parecer tenebroso. Pero ¿es tenebrosa la vida? Sí y no. A pesar de todo, de que nuestra vida acaba en tierra ¿no formamos parte de una inmensa cadena? ¿No vivimos sobre la tierra de nuestros muertos? ¿No es la tierra fragante?
Viene la feria del libro de Zaragoza. ¿Cuáles serían esos tres o cuatro poemarios que le han marcado y modulado? Cernuda, César Simón, Alejandra Pizarnik, Blanca Varela, Svietáieva, Ajmátova, Mª Auxiliadora Pérez Álvarez…
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