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Antón Castro

DIÁLOGO CON CARMEN RUIZ FLETA



Tras su libro anterior, ‘Vida doméstica’ (PUZ, 2017), Carmen Ruiz Fleta (Zaragoza, 1978) publica un nuevo poemario: ‘Los secretos de los demás’ (PUZ, 2022).
¿Qué puede suceder en la vida de una poeta durante cinco años, que es el tiempo que se ha tomado para redactar ‘Los secretos de los demás’?
En un lustro caben muchas cosas. En el mío han cabido mi segundo hijo, la enfermedad y muerte de mi padre, una sacudida profesional, la frustración, la rebeldía, la celebración, la nostalgia y la constatación de lo infinitamente pequeños que solemos ser. Todos repetimos los mismos errores y  tropezamos en las mismas piedras que lo hicieron nuestros mayores. Aunque a veces nos creamos la fantasía de ser originales.
¿Por qué titula así el libro, por una parte que, en apariencia, no es la más sustancial?
Hay ironía en el título. Claro que es un libro muy personal y anclado en mis vivencias. Pero no hay tanta exposición como aparenta. Mis secretos, los tuyos, los del que tenemos enfrente son siempre los mismos, aunque se vistan de historias y personajes distintos. Y también porque desde pequeña me fascina la pieza que falta en el puzle, la razón oculta que explica comportamientos y actitudes, y que no se muestra por vergüenza, decoro o convención social.
En cierto modo, retoma el poemario donde habías dejado el anterior: en un homenaje y en un diálogo, ya imposible, con su padre…, en la sección ‘Una manera de no decir adiós’, que hace pensar en el poemario de Ildefonso-Manuel Gil.
La certeza de la proximidad de la muerte es un tema recurrente en la poesía. Yo he sido consciente de la intensidad de la vida en las dos orillas: cuando he dado a luz a mis hijos y cuando, junto a mi madre y mis hermanas, acompañaba a mi padre en su adiós. Y esa intensidad es la materia prima a partir de la que escribo.
¿Hasta cuándo podemos o debemos contar cuentos a los hijos?
En el poemario hay un texto que hace referencia a eso. Al deseo de detener el tiempo en ese momento cuando acaba el día y le leo cuentos a mis hijos (aunque ahora ya es mi hija mayor la que me los cuenta a mí). Ojalá pudiéramos encontrar siempre, a cualquier edad, espacios de complicidad entre padres e hijos que recordaran a ese instante del cuento infantil antes de dormir. Hay que contar cuentos siempre. La vida es mucho más entretenida y llevadera si se tejen historias con ella.
¿Qué le inspira de la intimidad familiar y sus pequeñas cosas?
Hago literatura de lo cotidiano no tanto porque me inspire, sino como un intento de comprensión. Voy saltando de asombro en asombro y la poesía me ayuda a ordenar la vida.
Otro polo muy claro del libro es la identidad. ¿Se pregunta Carmen Ruiz Fleta, con dolor, sobre quién es, qué desea, qué busca?
Sonrío con esta pregunta porque depende de lo que te conteste puedo parecer pesadísima. Y eso es de las peores cosas que se pueden ser en la vida... Ahora en serio. Creo que moriré buscando parecerme lo más posible a quien creo ser, pero imagino que no lograré encontrarme nunca. Esa especie de desacompasamiento fluye en los poemas, pero, afortunadamente, soy mucho más doliente en la poesía que en la vida, que la disfruto mucho.
¿Ser poeta es también un modo de sentirse una inadaptada?
Tiene que ver con lo que antes te comentaba. Sí, en mi caso la poesía nace de la inadaptación. No ahora, desde siempre. Inadaptación a una identidad, a un cuerpo, a una realidad, a un adiós. No me adapto, no lo acepto y lo escribo. Intento hacer de ese desasosiego algo bello.
¿Cabría hablar de un clima de pesimismo, de desolación existencial? ¿Ha querido hacer un libro sobre las heridas de la vida?
No he pretendido hacer un catálogo de heridas. Pero escribo sobre la vida, y la vida pincha, ensucia, raspa y, a veces, duele. Dice la poeta gallega Olga Novo en un verso que cito y que me encanta: "A veces no sé si escribo o es que ando descalza sobre las brasas". Me parece una definición fabulosa de lo que es escribir poesía.
Otro asunto clave, tentador para una lectura superficial, se centra en el desamor. ¿Conocemos de verdad a quién amamos o esa es una tarea constante y misteriosa que también revela nuestra vulnerabilidad?
Si conocerse a uno mismo ya es una tarea compleja no me parece posible conocer del todo al otro, por muy cerca que el otro esté. Somos seres vulnerables, cambiantes y contradictorios. No decepcionas a quien no te ama, solo puedes fallar a quien espera algo de ti. Y como creo que el desamor más agudo es la indiferencia no diría en absoluto que este sea un libro de desamor.
Habla a veces del juego de hacer versos. ¿Se atreve, por ello, a redactar un soneto?
Me gusta jugar con las palabras, retorcer el lenguaje, encontrar significados. Ese soneto es un juego por el que me sometí a la métrica, algo que no hacía desde los ejercicios de lengua de BUP. Estaba leyendo en ese momento sonetos de Benedetti y me dije "voy a probar". Y probé.
Quizá el texto más vitalista sea ‘Celebremos’. ¿Qué debemos festejar, exaltar, cantar? ¿Qué quieres cantar usted?
Hay que celebrarlo todo siempre. Ya está la poesía para sacar nuestro lado doliente. Pero no podemos desperdiciar ni una sola oportunidad de disfrutar de la familia, el amor o la amistad. Ni de entusiasmarnos con la música, la danza o los libros. Hay que celebrar las mañanas de primavera y las tormentas de verano.
En el texto ‘A modo de poética’ habla de la poeta urbana y posmoderna que ha querido ser. ¿En qué ha cambiado?
Creo que hay quien vive con conciencia poética las 24 horas del día. Y yo no. Ni de lejos. Yo la mayoría de los días no soy poeta, bastante tengo con acordarme de lo que hay que comprar en el supermercado o de que los niños tienen tal o cual actividad. Yo nunca me he sentido poeta. Pero es cierto que cuando éramos jóvenes y recitábamos en los bares nos creíamos estar haciendo algo importante. Era muy divertido. Ahora lo miro con mucha ternura y con esa ironía que se ve en el poema que citas.
¿Qué le debe a Mario Benedetti?
Le debo algunos de los sonetos más hermosos que he leído. Me gusta leérmelos en voz baja, recitándolos para mí. Hace bailar las palabras en la boca.  
Da la sensación de que la poesía para usted está ligada a la autenticidad, a la confesión y en cierto modo a la insatisfacción. ¿Es así?
En buena parte es así. En términos administrativos y, si me permites la ironía, sería una especie de "externalización": es la poesía la que gestiona mi cara B, con sus miserias, aristas y desacoples. La cara A, la de las celebraciones y la vida, prefiero gestionarla yo directamente. Y aunque disfruto muchísimo escribiendo, aún disfruto más viviendo, por eso pasa tanto tiempo entre libro y libro.
También es un libro repleto de hermosos instantes de la memoria. ¿Vivir es recordar, habitar momentos de felicidad? Pienso en esos veranos en que se empiezan a escribir obscenidades, a las amigas inolvidables, a ciertos paisajes…
Me gustaría poder observar los momentos pasados sin el tamiz de la memoria, que siempre nos engaña y redibuja las cosas para dejarnos en buen lugar. Una no puede vivir asida al pasado, ni recreando tiempos que probablemente no fueron tan felices. Pero, indudablemente, lo que los años destilan y dejan en el recuerdo explica lo que somos en el presente. Me asusta perder la memoria, no solo de los hechos, sino de lo que sentía o pensaba en un momento dado del pasado.
¿Qué poetas le han acompañado o le acompañan en la redacción de estos versos, qué ha descubierto en este lustro?
Ya he nombrado a Olga Novo, que me parece la mejor poeta española en la actualidad. Y hay voces que me llegan de siempre y de lejos, como Lorca o Joan Margarit, a quienes acudo de manera recurrente, a veces como quien va a la farmacia.

 

 

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