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Antón Castro

ERNESTO PÉREZ-ZÚÑIGA: NOTAS DE

ERNESTO PÉREZ-ZÚÑIGA: NOTAS DE

Hace unos días, en el Instituto Cervantes, donde ocupa un puesto importante sin afectación alguna, de la mano de Juan Carlos Méndez Guédez, conocí a Ernesto Pérez Zúñiga, granadino nacido en 1971, autor de diversos poemarios, libros de ensayos, de relatos y novelas. Con absoluta amabilidad, Ernesto, que ha vivido en Granada hasta los 25 años, me ha enviado dos de sus títulos más conocidos: el thriller “El segundo círculo” (Algaida, 2007), vinculado a los círculos infernales de Dante, del que leo en wikipedia la siguiente nota: “Contiene a partes iguales elementos de misterio, tragedia y terror psicológico, a los que subyace una disertación profunda sobre la insatisfacción, el sexo y la lujuria, observados a través del prisma del presente”. Y la novela, de atmósfera rural, casi costumbrista: “Santo Diablo”, que ha conocido dos ediciones, una en Kailas y otra en Puzzle. Hablamos de esta novela casi por casualidad: no sé cómo empezamos a evocar a Rainer Maria Rilke y su relación con Ronda, y Ernesto me dijo que él tenía una novela inspirada más o menos en la ciudad y en sus alrededores. La foto de portada de María Gil Ortega hace pensar en los legendarios bandoleros de Sierra Morena. Le dije algo que es cierto: soy coleccionista de libros de bandoleros desde principios de los años 80, y he inventado varios en mis libros, el más extravagante es Tristán Fortesende, el ladrón de caballos, inspirado en un mito atlántico que recoge Borges y en la figura de Diego Corrientes.

 

El libro es fresco, divertido, de trazo grueso en ocasiones, con mucha imaginación, valleinclanesco en muchos tramos, que narra la vida de unos jornaleros que preparan la revuelta ante un cacique dado al fornicio y a los placeres. Es un libro sobre la crisis del mundo rural, sobre la Guerra Civil que se avecina, sobre la injusticia y sobre algunos usos pícaros del mundo.

 

Copio el siguiente fragmento, más o menos erótico que transcurre entre don Luis, el marqués, el ilustrado Nazario y una joven y hermosa muchacha desnuda.

 

Dice Pérez Zúñiga:

 

[-Nazario, no me va a importar que mires o que cierres los ojos. Tú mismo. Luego te la dejo. Pero, antes quisiera, mientras yo monto a esta bella señorita, que me recitaras un poema erótico, de esos que yo sé que sabes. No tienes porqué entenderlo… Lo que te pido no es sólo un capricho.

-No otra cosa, mi buen don Luis, imagino yo, pedían los antiguos emperadores romanos a los poetas de su corte para acompasar los ritmos del amor con los del verso. Así que accederé con gusto a su deseo, como si fuera usted un Nerós de nuestros tiempos, y sospecho que lo es en cuanto al conocido refinamiento que aquél alcanzó en sus placeres.

 

Y los versos “consonantes con esta ocasión” que le recitó Nazario al marqués y su dama, proclive a realizar un último aullido profesional, fueron de Francisco Villaespesa:

 

El cisne se acercó. Trémula Leda

la mano hunde en la nieve del plumaje…

y se adormece el alma del paisaje

en un rojo crepúsculo de seda.

 

La onda azul al morir suspira queda;

gorjea el ruiseñor entre el ramaje;

y un toro, ebrio de amor, muge salvaje

en la sombra nupcial de la arboleda.

 

Tendió el cisne la curva de su cuello,

y con el ala, cándido abanico,

acarició los senos y el cabello…

 

Leda dio un grito y se quedó extasiada…

y el cisne levantó rojo su pico

como triunfal insignia ensangrentada.

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