JEAN-CLAUDE CARRIÈRE RECUERDA A LUIS BUÑUEL
“Buñuel decía que un buen guionista
debe matar cada mañana a su padre”
“Para Buñuel el cine no es el arte de lo
visible sino también de lo invisible”
“Buñuel luchaba contra la influencia
de Goya con la ayuda de Lorca”
Jean-Claude Carrière recuerda la vida, la personalidad y los métodos de trabajo del hombre que le dictó sus memorias: “Mi último suspiro”
Jean-Claude Carrière (Colombiéres-sur-Orb, 1931) es uno de los guionistas más importantes del mundo, dramaturgo, narrador y colaborador y amigo de Luis Buñuel (1900-1983). No solo redactó guiones surrealistas para él, sino que el cineasta le dictó sus memorias: “Mi último suspiro”. Junto a Juan Luis Buñuel ha rodado un documental, “Mi último guión”, dirigido por Javier Espada y Gaizka Urresti. Recuerda Carriére: “Tenía catorce o quince años, y en París un amigo mío me dio a leer ‘El manifiesto surrealista’ de André Breton. No lo entendí, era imposible entonces; pero fue un choque para mí. Este libro me impidió leer otros libros, muchos otros libros no necesarios y, al revés, me dirigió a leer otras cosas, ha sido realmente una fecha muy importante en mi vida”. De algún modo, esa lectura tan insólita tuvo algo de premonición. Carrière evoca al amigo Buñuel a los 25 años de su muerte desde el Gran Hotel de Zaragoza, en concreto desde la habitación que solía utilizar el ahora Rey Juan Carlos I cuando estuvo en la Academia General de Zaragoza.
Años después, cuando usted se encontró con Luis Buñuel, ¿halló una conexión entre él y “El manifiesto surrealista”?
Cuando lo conocí tenía 32 años, en Cannes, sabía mucho más que a los quince, y también me gustaba mucho el cine. Conocía las películas de Buñuel y conocía bastante de la literatura surrealista y de la otra. Me acuerdo que la primera vez que vine a España, Luis me llevó a Toledo a filmar una emisión para la televisión francesa y una de las preguntas del periodista francés fue: “Monsieur Buñuel, en su opinión, ¿cuáles son las diferencias entre la cultura española y la francesa?”. “Bueno, es muy fácil –dijo-, los españoles lo saben todo de la cultura francesa; por ejemplo, yo he leído a Balzac, Racine, Marcel Proust, y los franceses no saben nada de la cultura española. El señor Carrière, que acaba de llegar a España y que es profesor de Historia, hasta ayer creía que Toledo era una marca de motocicletas”. Ese era el humor de Buñuel.
Quedémonos un instante en Cannes. Usted le sedujo no solo por su escritura, sino por su vinculación con el vino…
Buñuel estaba buscando un joven guionista francés que conociera bien Francia y fui a verlo al hotel Montfleury. Y la primera pregunta que me hizo Buñuel, con una mirada muy precisa, profunda, fue: “¿Bebe usted vino?”. Cuando le contesté que no solamente bebía vino sino que venía de una familia de productores de vino del sur de Francia su cara se iluminó, y bebimos, bebimos...
¿Y qué pasó luego?
Yo me había preparado porque sabía que se trataba de adaptar el “Diario de una camarera”. Hablamos durante toda la comida de otras cosas y también de las dos películas que yo había hecho: una película cómica con Pierre Étaix, asistente de Jacques Tati, y un documental sobre la vida sexual de los animales. Las dos cosas le interesaban mucho: fue una extraña coincidencia. Una semana después, me dijo el productor que me había elegido y me tenía que ir a Madrid a trabajar. Llegué con un coche muy viejo y no hablaba ni una palabra de español, pero en la carretera, en los Pirineos, me encontré con tres seminaristas españoles que querían ir a Madrid y yo los llevé. Durante todo el viaje hablamos en latín.
Usted escribía los guiones, unas veces originales y otras adaptaciones. ¿Qué hacía Buñuel con sus textos?
Trabajar con Buñuel quería decir vivir con Buñuel, solos los dos en un lugar aislado, el Monasterio del Paular de Madrid, el parador de Cazorla. Los dos estábamos sin esposas y sin amigos; los dos totalmente concentrados durante semanas y semanas, seis, siete, ocho semanas. Comiendo los dos, yo he calculado que he comido más de 2000 veces con Buñuel, los dos solos, que es mucho más que muchas parejas, para llegar a un tipo de concentración único, de pensar únicamente en el guión del desayuno a la cena. Y después, el trabajo consistía en reunirnos tres horas por la mañana y tres horas por la tarde, en mi cuarto siempre: actuábamos, improvisábamos, escribíamos un poco. A veces partíamos de una novela, a veces de una idea “original”. Y después por la noche yo escribía la primera versión de las escenas sobre las cuales habíamos conversado durante el día.
¿Se despedían ya con el guión acabado?
No, no. Dos veces fuimos a encerrarnos a uno de esos lugares durante ocho o diez días sin conseguir nada. Hay guiones, como el de “El discreto encanto de la burguesía”, que rescribimos completamente cinco veces a lo largo de dos años con interrupciones de dos o tres meses. Lo que le interesaba mucho era el trabajo común y después pararnos, volver él a México y yo a París, y dejar que se hiciera el trabajo invisible. Yo trabajaba con otro director, él se quedaba meditando en su cuarto de México con un dry martini, por ejemplo, y mientras se hacía una labor invisible. Y cuando nos encontrábamos otra vez, había otras ideas, otras soluciones, otras luces sobre el guión.
Es muy sugerente ese método...
Esa parte del trabajo inconsciente pertenece realmente a Buñuel, es una de las cosas que me enseñó. En una pintura de Velázquez o de Goya, por ejemplo, hay cosas que se ven y cosas que no se ven. Lo invisible es casi tan importante como lo visible. Para Buñuel el cine no es el arte de lo visible sino también de lo invisible.
Las películas mexicanas de Buñuel y las que hizo usted son muy distintas, ¿sabe por qué?
Hay una evolución natural de Buñuel mismo, a los 60 años no es el mismo que a los 30 años. A partir de “El ángel exterminador” Luis cambia. Un crítico francés que era amigo de Buñuel, Robert Benayoun, habló una vez de una “subversión dulce”: otra manera de subvertir la sociedad, pero dulce, con ironía, con humor, sin la violencia de los tiempos surrealistas. Un día Buñuel y Breton se encontraron en los años 60 y de repente Breton se puso a llorar: “¿Qué pasa?”, le preguntó. “Luis -contestó Breton-, hoy es imposible escandalizar a nadie”. Después de Auschwitz, después de la II Guerra Mundial, después de Hiroshima, el escándalo surrealista parecía infantil.
¿De qué película se siente usted más satisfecho de las que hizo con Buñuel?
De todas y de ninguna; eso es imposible de decir. Me siento particularmente conmovido por la última: “Ese oscuro objeto de deseo”, hay cosas en esa película que podrían ser palabras de Buñuel mismo. Cuando Fernando Rey habla me parece que le estoy escuchando a él.
¿Qué le enseñó?
He aprendido dos cosas básicas con Buñuel. La primera es que la imaginación es el lugar sin límites: podemos inventar aquí mismo en este cuarto real mil historias a partir de dos o tres elementos. La segunda es que la imaginación humana siempre es inocente, no puede cometer crímenes, el pecado en intención no existe.
Eso es, específicamente, Ensayo de un crimen
En nuestra educación católica pensar en un crimen es un pecado, ligero, pero es un pecado de intención. Como decía Buñuel, un buen guionista cada mañana debe matar a su padre, violentar a su madre y traicionar a su patria; si no lo hace no es un buen guionista, no es un buen novelista, no es un buen autor de teatro. Va a acabar con agua con azúcar.
Uno de sus últimos guiones es “Los fantasmas de Goya”, que rodó Milos Forman. ¿Qué parentesco ve usted entre Goya y Buñuel? ¿Qué le debe Buñuel a Goya, si le debe algo?
A Buñuel no le gustaba mucho que le comparasen con Goya, algo que ocurría muchas veces porque son dos aragoneses, dos sordos y, solía añadir Buñuel, dos afrancesados. Buñuel fue el primero que me enseñó las “Pinturas negras” en el Museo del Prado y también sabemos que el primer guión que escribió Buñuel en su juventud era un Goya. A mí me parece que en la historia de la cultura española Goya es más que un pintor: es un ojo extraordinario y un testigo incomparable, casi aislado en la historia de la pintura española. ¿Y de Goya a Picasso, qué hay? Interesantes pintores, muy buenos, pero no hay un monumento como Goya. Por otro lado, el encuentro en la Residencia al inicio del siglo XX de Lorca, Buñuel y Dalí quizás es el evento número uno de la historia de la cultura española. No veo nada que se pueda comparar a esa extraordinaria coincidencia. Y Buñuel luchaba contra la influencia de Goya con la ayuda de Lorca, de los tiempos modernos. Pero claro que tenía una afinidad profunda que no se trataba únicamente de una afinidad por ser aragonés, sino de algo mucho más humano, profundamente humano.
*Esta entrevista se publicó ayer en Heraldo de Aragón. La foto de Jean-Claude Carrière corresponde al gran fotógrafo francés Olivier Roller.
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Luisa -