LARA MORENO: OTRA NUEVA VOZ PARA TROPO
[Dentro de unos días, Tropo Editores publica una extensa colección de relatos de la escritora onubense Lara Moreno: Cuatro veces fuego (Zaragoza, 2008. 264 páginas). Óscar Sipán me envía uno de los relatos, pero es tan extenso que ofrezco aquí solo tres fragmentos. Y también me envía la foto de esta joven en la que ha puesto muchísimas ilusiones, pero no me cabe aquí por su tamaño. Pongo, en cambio, esta que tango me gusta de Toni Frisell.]
MANERAS DE ESTAR SEDIENTO
(Tres fragmentos)
Me vistió de azul. Me dio
su sosiego. Todo fue
ya sencillo, como muerte
anticipada.
José Hierro
La mujer.
Tú venías con la cara manchada de ojos y tonterías. Yo te recibí inmersa en tus huecos oculares, decididamente abocada a terminar contando de forma estúpida la totalidad de tus pestañas. Todo eso en una tarde de finales de agosto. El mes de julio yo lo había ocupado en deshacer ciertas nostalgias inventándome otras, y tú en desempapelar tu vida de forma involuntaria. En tus ademanes siempre pareció que lo hacías todo sin querer, como resignado a los movimientos de la vida, al asfixiante nudo al que todos estamos atados. Te conocía desde hacía tiempo, eso ya lo sabes. Pero nunca te vi desde tan cerca. Dabas vértigo, a pesar de que yo estaba pausada, coartada, amarrada a varias pasiones no traumáticas que me habían desterrado del anonimato que da el desamor: ese dolor tan vulgar. Alguna que otra casualidad (el robo en Noruega de un cuadro de Munch a manos de un ladrón armado) nos unió de forma no duradera, pero esporádicamente eterna. Por aquellos tiempos yo solía recibir proposiciones indecentes y bailaba descalza entre los dos altavoces de mi equipo de sonido, en una atalaya improvisada. El mundo rodaba encima de nuestras cabezas de forma criminal, pero nos empeñábamos en morder sólo el lado bueno de la sandía. El rojo, siempre el rojo. En eso llegaste tú, ya te digo. Yo guardé mis armas de fuego y te llevé al mar. Tú te dejaste hacer, porque en el fondo lo hacías todo. Me encrucijabas. Tu improvisación en mi vida fue como algo cuidadosamente escrito desde los tiempos del látigo y la ruina, como la sorpresa que uno espera y teje, y teje, y traga. Y llega. De todos modos sabes que ésta no es mi historia, sino la tuya. Yo sólo presté la piel y otras cosas más importantes.
Te llevé al mar; pero antes estuvimos horas detenidos, como si estuviéramos solos, con esa forma de estar de los hermanos, de los espejos enfrentados, haciendo de los minutos una partida ganada, mirándonos de vez en cuando, tocándonos casi siempre, convirtiéndolo todo en sexo: la clavícula mojada, el bandoneón de la canción número quince, las gafas, los cojines del sofá, las baldosas calientes del suelo del tercer piso, letras de Neruda, los anillos de nuestros dedos, la criptografía de nuestros cuerpos.
Orgasmos, al fin y al cabo, que nos dieron un poco de vida, aunque nos supieran a muerte (por eso quizá lloré, no te asustes: también sé llorar de placer). Estuvimos horas detenidos, electrocutados, siendo sólo lo que éramos. Ni más ni menos de lo que éramos. Haciéndonos caso.
Luego te llevé al mar.
Supe que tenías sed. Pero supe, también, que tu boca es un barco inmóvil que no se sacia nunca. Tú del mar no sabías nada. El mar de mí lo sabe casi todo. Te dejé en la orilla y me senté a observar sobre una duna que nunca cambió de sitio; no quise despedirme otra vez. Sabía que volveríamos a vernos.
(…)
El mar.
El mar dentro de la boca del hombre se había convertido en cuerpo. Por la mañana era un cuerpo celeste y por las tardes el cuerpo del delito. Toda la noche en cuerpo de guardia y convertido en ejército cuando el hombre tenía frío, o prisa, o sexo. Nada dentro de ese hombre sería nunca un cuerpo simple. Pero todo en cuerpo y alma. Y cuerpo a cuerpo el mar y el hombre hicieron tributos al amor de los elementos y se tragaron el uno al otro. El mar sabía que si recorría las glándulas, las vísceras, los tejidos y las dichas del hombre, terminaría tarde o temprano fuera de él, siendo expulsado por cualquier orificio. Y así lo aceptó. Mejor ser expulsado para poder ser más tarde bienvenido que permanecer siempre en el mismo lugar, haciendo huella a base de callos. Así que cuando el hombre llegó a Sevilla y decidió tragarse a sí mismo, el mar fue dócil y pasó por su laringe, el estómago lo convirtió en desembarco y el intestino y las venas fueron ríos y afluentes y deltas y sitios misteriosos pero hospitalarios. El mar sabio como el hombre necio. Los peces le salieron por los ojos y se chocaron contra sus gafas, y en vez de barba le crecieron algas.
El hombre.
Glub, dijo, y respiró tan hondo como le permitieron sus pulmones encharcados.
Y siguió caminando, como el puerto marítimo que ya, evidentemente, era.
Cuatro veces fuego. Lara Moreno. Tropo Editores. Zaragoza, 2008. 264, en prensas.
2 comentarios
Gemma -
Un abrazo
virginia -