YORGOS, EL CABALLO Y LA SIRENA. ACASO UN CUENTO
[Alguien, no sé muy bien la razón, entra de cuando en cuando a ver este texto sobre mi joven amigo y gran jugador de fútbol ya Jorge Sanmartín. Cojo el texto y lo traigo aquí: hace mucho que no veo a Jorge y de vez en cuando su padre me dice que sigue amando las sirenas y enamorado del fútbol, hasta el punto de que el refinado Fernando (amigo de los caballos y del ciclismo) se ha hecho socio del Real Zaragoza.]
Me escribe una preciosa postal Jorge Sanmartín. El texto es breve pero inolvidable: “Antón te mando un caballo es amigo de una sirena”. Y dibuja, con el máximo esquematismo posible, con la mayor capacidad de sugerencia, un caballo. Un caballo que es un auténtico caballo con alzada, mirada al frente y una ampulosa cola.
Salgo al galope con ese caballo a la llanura. Soy como un potrero que ingresa en la noche, cabalgando, con su perra Noa y con su gata Cati. Llevo un libro en la mano, “La red del pescador”, la novela de José Luis Galar (Zaragoza, 1965), que empieza con el personaje Gastón de Buj en un viaje en el tiempo que da claves para entender la ficción en la que estoy a punto de zambullirme. Antes de abrir el libro, sentado en un banco, al relente, contemplo el paisaje: esta noche fría, azotada por el viento, esta noche que arracima estrellas en una urdimbre de terciopelo. Al fondo, en ese edificio público que están haciendo desde hace algún tiempo y donde mora Jorge, el guardián de las sombras, ex legionario, parpadea siempre una luz: sólo una luz mortecina que ilumina dos cuartos, uno abierto del todo, y otro entrevisto tras un tabique. Siempre pienso si allí hay sombras, fantasmas, o albañiles que se refugian hasta que vuelven, con el alba, al tajo. Esa luz ahí, de día y de noche, para nadie quizá, es perturbadora. Antes de descabalgar –Jorge, Yorgos, debes saberlo: me he montado en tu alazán de papel, en tu alazán amigo de una sirena-, miro la torre de la iglesia, la fronda copiosa de los pinos, las constelaciones que se prolongan a lo lejos, sobre descampados que andan y andan y andan hasta las cordilleras de Utebo o de Casetas. O más allá, en un prehistórico paisaje lunar. Y de vez en cuando me digo: so, so, so, caballo. Caballo, amigos de Yorgos y amigo de una sirena.
*La foto es de Tallulah Brockman Bankhead, una actriz norteamericana de cine, teatro y televisión, que posó así en 1920.
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