OLVIDO GARCÍA VALDÉS: DOS POEMAS
Lola Ferreira, la directora de comunicación de Círculo de Lectores, es una pontevedresa delicada y cariñosa que disfruta como nadie con los libros que publica su sello, en alianza con Galaxia Gutenberg. Uno de las niñas de sus ojos, y hay motivo, es la colección de poesía. Hace unos días aparecía Esa polilla que delante de mí revolotea de Olvido García Valdés, la poeta de Santianes, Pravia, una escritora de las pequeñas cosas, de la naturaleza, de los pájaros, una autora que atrapa versos y metáforas al vuelo y los vuelca en poemas, bellamente esculpidos, con un aroma elegíaco. Olvido García Valdés, uno de los nombres más bellos de la lírica española, escribe de la pureza, de la transparencia, de la suavidad, del miedo, de las cosas que llegan por sorpresa, de los mínimos gestos del tiempo y de la luz. Quizá pueda estar dando yo la sensación de que es una poeta abstracta: todo lo contrario. Mezcla lo real inmediato con lo soñado, mezcla el cuerpo con el alma, el dolor con la vida en su multitud de formas, reconocibles, humanísimas, transidas de un temblor de verdad.
Lola Ferreira ha tenido el bello gesto de enviarme el libro. Lola –y sus compañeros, Miguel Ángel Delgado especialmente, es él a quien más conozco- tiene el don de la afabilidad, de la ternura. Siento un gran cariño por Pontevedra y cuando le pongo un rostro a la ciudad de piedra y memoria, de líquenes y de perfumes artísticos, siempre pienso en Lola Ferreira. En ella, sin duda, y en un poeta que siempre me cautivó: Lois Amado Carballo. Lola Ferreira es dueña de muchas historias secretas, observadora de muchos escritores, cómplice de seres inolvidables y complejos como José Ángel Valente, que tenía algo de poeta airado y visionario. El Lorca vanguardista de Galicia, antes de la Guerra Civil, maestro de aldea, soñador ante el mar rizado de naves y de olas.
Emocionado como yo ando con la naturaleza (por cierto, acabo de leer buena parte del libro de Miguel Mena, Piedad (Xordica), y me ha emocionado algo que dice: siempre había soñado decirle a su hijo el nombre de todos los árboles y salir juntos de paseo por el paisaje, y se topó de bruces con una enfermedad inesperada y con el silencio de Daniel), me ha gustado mucho este poema de Olvido García Valdés, a quien saludé durante su recital en la Expo de Zaragoza. Acababa de dejar Toulouse y regresaba a España con su compañero, el poeta, editor, traductor y experto infinito en poesía Miguel Casado.
Renueva ahora los brotes, envía
primero la amapola a los caminos,
que el chopo tome fuerza y el álamo,
el almendro. Anuncia del trigo las espigas
azules, la crespa hoja del robel, acoge
como tuyas las alas de esos árboles cipreses
que te saludan pajarazos.
Envía dulce la amapola, y gusanos
de agua recorran sibilosos
los campos. Verde y azul, humedal
de flores y de sauces. Vivo
en la ciudad que toca el cielo, que los cielos
perfuman oreándola, respirable
canto de alondra.
Y también me gusta mucho esta pieza del libro Y todos estábamos vivos (2001-2005). Cada fin de semana, Carmen Gascón (acabamos de cumplir 28 años de casados, el pasado miércoles exactamente) se levanta y lo primero que hace es meterse en su pequeño huerto, en su pequeño jardín. Y ahí está, afanosa, con su pasión por las cosas del campo.
vino, posó sus ojos, mil ojos,
en mí por un momento, luego
se fue, dejó dos de los suyos
en lugar de los míos, con ellos miro
varas de azucena florecidas, rosales,
viejos celindos olorosos, un moral,
Entantoquederrosayazucena llamamos
al jardín, acacia pianista de la brisa.
Esa polilla que delante de mí revolotea. Olvido García Valdés. Prólogo de Eduardo Milán. Epílogo de contraportada: Juan Antonio Masoliver. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2008. 458 páginas. Este desnudo colectivo corresponde a Brueghel y De Backer.
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