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Antón Castro

MARIANO ANÓS: TRES MONTES DESDE EL VALLE DE TENA

MARIANO ANÓS: TRES MONTES DESDE EL VALLE DE TENA

[Hace algún tiempo pedí a Mariano Anós algunos de sus poemas. Mariano es dramaturgo, en el amplio sentido del término, escenógrafo, pintor, poeta, actor, un hombre total de la escena. Y hoy, lo que son las cosas, Mariano me envía estos poemas escritos en el Valle de Tena. Me parecen un bello regalo de fin de año. Y aquí los cuelgo, encantado. Me encantan estas sorpresas. Espero que los que asoméis por aquí gocéis de estas deliciosas piezas.]

 

 

Mariano Anós

MONTE (VALLE DE TENA)

(tres fragmentos)

 

1

 

En la falda del monte, de mañana,

se oye llorar a un niño. De repente,

el ameno verdor de la ladera

entrechoca murmullos y colores,

desdibuja, destempla, desmemoria

la espesa ligereza de su aliento,

burlándose del ojo y del oído

que soñaban fijar algún instante

como color o como son del monte,

como cifra o verdad de su quimera.

La cima, poderosa, pensativa,

lenta, ajena a la edad y sorda al llanto

¿envidiará tal vez, por un momento,

la frágil inquietud de la hojarasca,

su condición expuesta a la mudanza?

Cuando se siente amenazado, el monte

no esconde la cabeza: la enarbola,

aleonado, retador. Sacude

los parvos matorrales con que apenas

abriga su atalaya pedregosa

y jura defender su apartamiento

de cualquier inquietud sujeta al tiempo.

Los dioses, maliciosos, cuchichean

a sus espaldas y de buena gana

consienten sus bravatas. Niño monte.

¿Será su soledad la que lloraba?

 

 

2

 

A ciertas horas, bajo ciertas luces,

el monte no se deja llamar monte.

Se encoge, se dilata, se entrevela,

se hace telón pintado o, al contrario,

se viene encima pedregoso, fiero.

Saber común: el monte nunca es monte

sino en la estrecha cárcel del lenguaje

que apenas de sí mismo se alimenta,

entre envidia y terror de la certeza

que nombra monte su ceguera última,

el dibujo más cruel del horizonte,

la esclavitud mortal de la conciencia.

O bien, por el contrario, la fantástica

nostalgia de un perdido estupor mudo

que reclamase un eco del silencio.

Sea cual sea la plegaria al monte,

o es parca o excesiva. La justicia

no le concierne. Sólo está, se yergue.

Sin dios y sin ser dios y despatriado.

Oculto en su evidencia. Memorioso.

Custodio de saberes ya inservibles,

melancólico, escéptico, el coloso

aterra a quien de sí mismo se aterra,

alienta a quien no atiende a su enseñanza,

calma a quien no ambiciona sus favores.

 

 

3

 

Sobre el azul violento del verano,

remolona, sin prisa, sostenida

en su temblor, la nube se desliza

rozando apenas la pelada cumbre,

redimiendo la seca omnipotencia

que la aflige. La roca, agradecida,

muda algunos matices innombrables

de pardos, verdes, grises azulados,

su guarnición usual, entreverada

de algún destello de pasadas nieves.

Satisfecha, la nube, sabia en luces,

danza una lenta, alegre despedida.

Cumbre y nube acompasan su leyenda,

concelebran su esquiva intimidad

y acuerdan confiar en que los vientos,

las humedades, las temperaturas

o cualesquiera azares atmosféricos

les permitan volver a acariciarse,

suaves, fugaces, disponibles, fieles.

La novedad sin fin es su costumbre.

No necesitan traducir sus tiempos,

tan dispares al ojo atareado.

Ningún deseo ya: saben ser otras

sin otro triunfo que el haber pasado.

No hay pérdida, no hay miedo, no hay espera.

Sobra toda ansiedad o toda culpa

por no estar ya, si alguna vez se estuvo.

*La foto es de Natalia Dibysz.

 

 

1 comentario

Celebes -

Preciosas palabras que describen, como nunca, paisajes y tiempos que son, a la vez, cercanos y lejanos.

Como regalo, es fantástico.