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Antón Castro

JOSÉ MARÍA CONGET: UN DIÁLOGO SOBRE LA MEMORIA

JOSÉ MARÍA CONGET: UN DIÁLOGO SOBRE LA MEMORIA

 

"Para mí, la gloria sería que un cine

de barrio llevase mi nombre"

 

 

José María Conget (Zaragoza, 1948), premio de las Letras Aragonesas 2007 y premio Cálamo 2005, reedita su novela 'Todas las mujeres' (Paréntesis) y evoca "la Zaragoza de la memoria", una ciudad inolvidable de películas, de música, de libros y tebeos

 

Tiene una memoria prodigiosa. Recuerda el aroma y el tacto de los tebeos, las melodías, los cines de barrio y sus olores. Ha pasado casi 40 años fuera de su ciudad, pero José María Conget (Zaragoza, 1948) siempre ha tenido una relación particular con ella. Fue Premio de las Letras Aragonesas en 2007. Reedita su novela 'Todas las mujeres' (Paréntesis) y se jubila de la enseñanza. Ha sido abuelo.

¿Qué significa Zaragoza en su vida y en su memoria?

Zaragoza es mi infancia, mi adolescencia y mis años de universitario. Terminé la carrera en el año 1970 del siglo pasado, y en 1970 me fui de aquí. Y he vuelto ya solo en verano, en vacaciones, para ver a la familia. Lo que pasa es que yo viví en Zaragoza hasta los 22 años, apenas sin salir de ella más que para ir a casa de mis padres, en verano. Los primeros años iba a Borja, y después iba a Pamplona. Eso marca mucho.

¿Se parece algo esta Zaragoza a la que conoció?

Yo estoy marcado por una Zaragoza que ya no existe, realmente. Esto ha cambiado poco, estamos en la Ciudad Universitaria, y esto ha cambiado poco. Pero la Zaragoza que yo recuerdo, aquellos bares un poco casposos donde tomábamos unas croquetas horrendas y unos pimientos rellenos que nos sabían a gloria. Todo eso ha ido despareciendo, los cines. Mi Zaragoza es una Zaragoza de la memoria ya.

Hablemos un poco de aquellos cines que tanto le embrujaban.

Zaragoza era una ciudad con muchísimos cines de barrio, que eran estupendos, primero, porque eran muy baratos y porque podías pescar no ya las películas de estreno al cabo de unas pocas semanas del estreno que estaban más baratas en algunos cines, sino películas olvidadas, perdidas, muy cortadas en los barrios: el cine Torrero, el Delicias, el Venecia, el Rialto.

¿Qué ocurría en esas salas?

Algunas estaban en el centro. El cine Latino, que estaba un poco maldito entre los estudiantes porque te pedían el carné a la entrada, con lo que si aún no tenías los 18 años -yo aún no los tenía cuando ponían ciertas películas-, no podías pasar. Había ahí un portero que era un Caronte durísimo. Por ejemplo, el cine Coso era un cine guay, porque pasabas a las de mayores y no te pedían el carné. En el Latino ponían siempre reposiciones estupendas. Mi aspiración a la gloria, sería que volvieran a poner un cine de barrio y que uno llevara mi nombre. Me parecería que habría alcanzado realmente la posteridad a la que más puedo aspirar.

También ha escrito mucho de los quioscos y los tebeos, de las librerías de viejo…

En Zaragoza había una librería de viejo que era la de Inocencio Ruiz, era la librería a la que empecé a ir al final del Bachillerato y a lo largo de la carrera. Era un librero que sabía mucho, un librero realmente profesional, de los que casi ya no quedan, aunque Zaragoza creo que ha tenido suerte, siempre ha tenido buenas librerías de librero; en otras ciudades ya no existen. Vivo en Sevilla y en Sevilla ya no existe una verdadera librería. En Zaragoza estaba esta librería de viejo y luego estaban -cuando yo era niño mi pasión eran los tebeos y los libros -, los patios de las casas donde había, no se puede decir quioscos de tebeos, porque no eran quioscos, se ajustaban a antiguas porterías y alrededor de todo el patio, estaba el patio forrado de tebeos, las novedades y algunas montañas de tebeos un poco viejos, antiguos que se vendían a peseta, y junto a los sobres sorpresa, que costaban también una peseta, y yo me encandilaba. Yo era muy aficionado a otra librería donde me llevaba mi abuela, que no era una librería de viejo, la librería Pons, que estaba en el pasaje, en la parte de atrás del cine Dorado. Y en esta librería, a la que iba con mi abuela y mi tía, me compraba las novelas de Salgari, porque Pons tenía un surtido enorme de novelas viejas de Salgari, algunas de antes de la guerra. Aquella era mi imagen ideal de librería que esconde tesoros, un poco la librería platónica, la imagen de todas las otras librerías que me ha quedado es aquella.

¿Qué lugar ocupaba la música en esa Zaragoza? Se lo pregunto por su evocador libro 'Ahora vamos a contar canciones' (Xordica)…

La música es muy importante para mí, primero, porque creo que es el arte más emocionante de todos; a mí me parece que la emoción mayor que cualquier arte me ha podido producir me ha llegado muchas veces a través de las notas musicales, a través de las canciones que oía desde niño. Hubo una vez que, estando con Paco Ibáñez y un grupo de amigos, él pidió que cada uno cantara la primera canción que recordaba y fue estupendo, aunque la gente cantaba muy mal. Yo la primera canción que recuerdo es 'Doce cascabeles', me la cantaba mi padre cuando íbamos de Maleján, donde era secretario del ayuntamiento. No voy a muchos conciertos, pero sí escucho música en casa.

Como todos, ¿no?

En casa el que plancha soy yo y antes de ponerme a planchar prefiero que haya una gran colada porque me preparo varios discos y me preparo verdaderos programas de música, hasta tal punto que mi mujer me ha grabado discos especiales en los que pone 'Música para planchar' y ha hecho selecciones de canciones, de fragmentos, de óperas o de sinfonías que sabe que me gustan mucho y que yo ya sé que cuando llegue a la camisa beige me va a tocar la VII de Beethoven.

¿Cómo fue su vida universitaria?

Bueno, yo no iba mucho a la Universidad; al principio, yo entré con una vocación, quería ser una especie de gran humanista, menos mal que se me fue pronto la vocación, y creía que una carrera como Filosofía y Letras te proporcionaba los medios para ser un humanista. En seguida, la verdad, tuve la lucidez suficiente, a pesar de que era bastante lelo, inexperto, etc., pero tuve la lucidez suficiente como para darme cuenta de que un gran humanista de aquí no iba a salir. Mis recuerdos son malos. Tuve algún profesor que recuerdo como absolutamente extraordinario, a mí me tocó ser alumno uno de los primero años en que daba clase José-Carlos Mainer y Mainer realmente valía la pena como profesor; pero la mayoría era terrible.

¡Pero, hombre! Si usted ha sido profesor tantos años…

Algunos eran ideológicamente nefastos y dictatoriales; me acuerdo de uno, y no voy a decir el nombre, que en primero de carrera nos diezmó; creía que hablábamos mucho en clase y decidió que todos los alumnos cuyo número de matrícula terminaba en uno estaban suspendidos de antemano. Luego, en un acto de amnistía imperial, que era casi tan lamentable como el castigo, nos perdonó. Pero bueno, ¿alguien se puede imaginar a un profesor de ahora diezmando a una clase? En fin, no, no tengo buen recuerdo de la Universidad. Todos éramos al final un poco autodidactas.

¿Y la política?

En mi novela 'Gaudeamus' se y cuenta el curso 68-69, o 67-68, no me acuerdo bien. Pero, en fin, yo quería que la novela contara el 68 de la Universidad de Zaragoza, el mayo del 68 que no existió, aquí nadie se enteraba de nada. La principal muestra que hubo en esta facultad de Filosofía y Letras, que tengo ahí enfrente, de protesta estudiantil fue una pintada, que alguien puso ahí, que ponía "los exámenes son la leche". Y a eso se redujo el mayo del 68 zaragozano. Seguramente habría gente implicada clandestinamente en otro tipo de actividades más interesantes que poner la pintada "los exámenes son la leche", pero yo que estaba en la babia política en esa época. No me enteré.

Se reedita ahora, en Paréntesis, su novela 'Todas las mujeres'...

Es un libro al que yo le he tenido siempre una manía extraña. Es un libro que no se titulaba 'Todas las mujeres', se titulaba 'Anoche soñé con el juicio final' y mis editores de Alfaguara, Manolo Rodríguez Rivero y Luis Suñén, de los que luego me hice amigo y a los que tengo mucho afecto, decidieron que el título mío era siniestro, que en la novela había humor, que no era comercial, no se iba a vender, y me dijeron que lo tenía que cambiar, sino no se publicaba. Y sacaron el título de la dedicatoria; la novela está dedicada a mi mujer, a Maribel Cruzado, que es todas las mujeres y pusieron 'Todas las mujeres'. Lo he tenido que leer otra vez, con un poco de aprehensión, la verdad, no me gusta nada leer lo que yo he escrito hace años. Sin embargo la publicación del libro sí que tiene para mí buenos recuerdos porque la presentación de Zaragoza sirvió para que yo conociera a mucha gente que ahora mismo forma parte de mi círculo de amigos.

¿No ha sido el cine un compañero constante como la literatura?

Bueno, yo en esa época creía que era verdad la frase de François Truffaut de que el cine es más hermoso que la vida, yo ahora no lo creo. Creo que la vida no siempre es hermosa, esa es la verdad, pero creo que mucha gente de mi generación, desde luego a mí me pasaba, se fijaba en el cine y en los libros porque la vida fuera era demasiado fea, dura, o no estábamos preparados, no teníamos el suficiente aprendizaje como para enfrentarnos a muchas cosas y entonces vivías la vida de forma vicaria a través de algunas películas y de algunas novelas.

¿Qué es lo que ha cambiado?

Ahora el cine para mí un entretenimiento como leer, no he dicho ni siquiera un arte. El cine me gusta mucho, sigo yendo al cine, no lo veo en vídeo ni en televisión porque me duermo, yo soy espectador de sala y voy bastante. Me sigue estimulando y me divierte.

Usted era un escritor de culto, minoritario, asentado en un sello como Pre-textos. ¿Qué trajo a su calma y a su casa el Premio de las Letras Aragonesas de 2007?

Estoy muy agradecido a este premio, pero es sobre todo una cuestión afectiva porque yo tuve la sensación de que me lo daba -no me lo daba Aragón, que es una abstracción-, de que me lo daban los amigos. Conforme me hago mayor, valoro menos el cine y la literatura y valoro más la vida y los afectos. La amistad me parece que es algo extraordinariamente valioso. A mí no me pasa como eso que decía Baroja que no le entusiasmaba la amistad. A mí, sí.

 

 

‘VIENTO DE CINE’, LECTURAS, EL PROFESOR

 

Si algo caracteriza a José María Conget, más que la cinefilia (editó una estupenda antología de poesía y cine en 'Viento de cine' en Hiperión, 2002), es su pasión por la lectura. Ha sido un gran lector de Dostoievski, de Borges, de Chesterton, de Kipling, de la literatura latinoamericana. Es un rastreador, un curioso. Suele decir: "Fascinados por las tres primeras novelas de Mario Vargas Llosa y la primera de Bryce Echenique, 'Un mundo para Julius', mi mujer y yo nos fuimos a Perú: sin dinero, sin trabajo, sin conocer a nadie. Allí tuvimos a nuestra hija. El grado de libertad era mayor que en España. Allí podías ver 'El acorazado Potemkin' o cine erótico sueco sin ningún problema".

Conget es autor, además, de tres magníficos libros de narrativa en Pre-textos: 'Palabras de familia', 'Hasta el fin de los tiempos' y 'Bar de anarquistas', volumen de relatos que le supuso el premio Cálamo de 2005. En la hora del adiós de la enseñanza, dice: "Cuando empecé suspendí a algún alumno, luego no porque yo daba clase de literatura y pensaba que la literatura se relaciona con el placer. Me decía: '¿Cómo vas a suspender a alguien?'. Creo que la literatura debería enseñarse como un juego, que es lo que es, como un placer  y no como una obligación".  (Esta foto de José María Conget pertenece al Centro del Libro de Aragón).

 

3 comentarios

Carlos Sánchez-Moreno -

Yo le conocí en Londres, en el Colegio Español. Daba literatura y era un tipo divertido. Una vez me hizo un salvoconducto para entrar en la biblioteca que empezaba: "el portador de la presente, que responde ante el Creador y sus gentes por el nombre de ..."

Rafael Castillejo -

Comparto tantos recuerdos con José María Conget que tengo ganas de conocerlo personalmente. Parece ser que será pronto, tras unos correos que nos hemos enviado estos últimos días.

Un abrazo para los dos.

carmen -

Que estupenda entrevista.Me ha encantado que alguien de Zaragoza nombrara los famosos cines de barrio,la verdad,se echan de menos.El Alhambra,ultimamente lo nombro mucho y casi nadie de mi generación se acuerda de el.
La librería Pons¡que recuerdos!.Tiene razón en lo que dice,seguimos teniendo en Zaragoza,gracias a dios ,buenos libreros.
Ojala consiga que le pongan su nombre a un cine de barrio,pero tal y como esta hoy en día el mundo del celuloide,lo veo difícil.
Saludicos