ABRAHAM CARIÑENA O EL ROSTRO DE UN VIDEOGRAMA
POCO después de su jubilación como director de la Escuela Municipal de Teatro y de evocar su biografía para un libro, el dramaturgo Mariano Cariñena (Zaragoza, 1932) padeció una grave enfermedad y vio las pálidas luces del más allá. En ese lapso en que una existencia se concentra en imágenes y sensaciones que emergen a la velocidad de la luz, Mariano debió recordarlo casi todo: su pasión por la arquitectura y la pintura, sus días de tenis y playa, su estancia en París; sus años en el TEU, en el Teatro de Cámara y en el Teatro Estable; su correspondencia con Arrabal y con los discípulos de Bertolt Brecht, su gusto por Shakespeare y la escenografía, su afán de transformar el mundo desde la escena a la vez que criaba perros, veía jugar a Nastase o John McEnroe, perfeccionaba su alemán con Benno Hübner y presumía de ser uno de los socios más antiguos del Real Zaragoza. Mariano, tras ese lance sombrío, volvió a la vida y recuperó la normalidad, hasta el punto de que reunió fuerzas para llevar a las tablas la comedia 'Tesorina' de Jaime de Huete y para publicar, en dos entregas del sello Arbolé, sus obras de teatro breve. Y no solo eso: esta misma semana se presentó, junto a una obra de Ángel Gonzalvo sobre el pedagogo Simeón Omella, el videograma 'Johannes' de Graciela de Torres Olson, en el que Mariano Cariñena encarna a un convincente Abraham, camino del sacrificio de su hijo Isaac. Cariñena siempre tuvo alguna reticencia con el cine, hecha la salvedad del cine mudo, pero aquí está espléndido: con su rostro patriarcal y alucinado, avanzando por un pedregal de Monegros, abatido por el cierzo. Mariano sospecha que algún dios oculto le ha dado la oportunidad de meditar sobre la creación, la literatura y la palabra, bajo la dirección de una mujer morena y hermosa que aspira a desvelar las metáforas de lo sagrado.
*Este artículo apareció ayer en mi sección ‘Cuentos de domingo’ de ‘Heraldo de Aragón’
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