MIGUEL ÁNGEL BERNA: 'GOYA' Y SUS FANTASMAS
El sabado, con Carmen, fui a ver ‘Goya’, el último proyecto de Miguel Angel Berna, un bailarín con una personalidad propia que nunca se conforma. Espectáculo tras espectáculo, se percibe en él un esfuerzo por la variedad, por la complejidad, un intento de acercarse cada vez más a la danza contemporánea y a la fusión de disciplinas. Es un trabajador que no se acomoda, que busca, que intenta mejorar y crecer día a día; no obstante, tiene su estilo, su carácter y eso asoma. Su ‘Goya’, dirigido por Luis Olmos, arranca de esa estampa casi espectral donde el artista, o una figura que emula al artista, está sentado. Una frase dice: “El sueño de la razón produce monstruos”. A partir de ese instante, se produce un auténtico torbellino: los monstruos, las criaturas ominosas, los delirios visitan al creador. De ahí se parte para ofrecer una mirada impresionista pero intensa por el mundo del artista: se juega con distintos grabados o de pinturas para elaborar una pieza intensa y dramática, festiva y excitante, que vendría a resumir la vida y la creación del artista. Berna encarna a Goya y lo hace a su modo: quizá bailando menos que otras veces y actuando con mayor sutileza, y adoptando modos contenidos próximos al arte contemporáneo.
Se abordan asuntos como el amor, la fiesta, los aquelarres, los duelos a garrotazos, la idea de España, se abordan los fantasmas del artista, con una apoyatura visual, mediante proyecciones, que funciona muy bien y que supone también un juego con el pintor de Fuendetodos. Hay un elemento fundamental: la música perturbadora, de inquietante subrayado, intensa y oscura, obsesiva y eminentemente contemporánea, casi atonal en ocasiones, que funciona a la perfección. Un espectáculo es una idea, arropada con multitud de elementos y perspectivas. Berna y su equipo lo tienen claro. Se trataba de crear un poema unitario. Miguel Angel Berna no está siempre en escena, quizá baile menos que en otros espectáculos, pero cuando está la función vibra, él se entrega como siempre, la puesta en escena funciona muy bien, en algunos momentos con indiscutible efectismo, y el resultado global es ambicioso porque sus bailarines –todos, y la solista Lucía Padilla- solventan el trabajo con brillantez y convicción.
Se trata de un espectáculo medido, de apenas una hora y diez minutos, un paso adelante, con varios momentos que excitaron al público: algún baile de Berna, el dúo en el duelo a garrotazos (con Chevy Muraday), algunos finales con aires de jota, pero eso quizá sea lo más espectacular, lo más esperado. La verdad es que toda la función resulta equilibrada y sugerente. En la representación del sábado, el público aplaudió a la compañía durante cerca de diez minutos. Al final, todos bailaron un aire de jota, que parecía una exigencia afectuosa más que del guión de una obra así. Resonaron desde los palcos varios ‘olés’ y ‘bravos’.
*Esta foto corresponde a Jesús Ibáñez y al periódico ’El País’.
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