LOS VIVOS Y LOS MUERTOS
Eloy Fernández Clemente con José Antonio Labordeta, ambos fueron los cofundadores de Andalán en 1972.
Los vivos y los muertos
El temblor de la vida ha estado muy agitado esta semana. El grupo Amaral ganaba el Premio Nacional de la Música por una trayectoria absolutamente incuestionable: Eva y Juan ponen calidad, poesía, latido de luz y un encanto casi indefinible, que les permite crear melodías y emociones para todos. Amaral sucede en el galardón a Joan Manuel Serrat, quien cantó aquí hace unos días los poemas de Miguel Hernández (ayer fue su centenario) en un concierto medido, intenso y lírico, marcado por la belleza, la fuerza de la raíz campesina y la exaltación del amor y del dolor, tan amasados. Marcelino Camacho se despedía del mundo a los 92 años. Detrás dejaba la huella de un luchador: el corazón de la clase obrera. Camacho conoció la cárcel y sus privaciones: cuando salió aplacó el rencor y se lanzó a tumba abierta en la defensa de la democracia. Él, que siempre animaba a la alegría y a levantarse, se confesaba un fajador de la libertad y la igualdad. Eloy Fernández Clemente es un ciudadano ejemplar, un curioso infatigable y un explorador que abre caminos al conocimiento en mitad de la niebla. En Andorra, en un acto bellísimo, recibió el homenaje de su pueblo, promovido por el ayuntamiento y el CELAN: estuvo acompañado de amigos, escritores, historiadores, vecinos y del viceconsejero Juan José Vázquez, y respondió como él sabe hacerlo: con ternura, con clase y con la afirmación sincera de su pertenencia a la tribu que lo vio nacer. Ante él estaban Ángel Alcalá y José Iranzo. El primero es un sabio, experto en Servet, en inquisición y heterodoxia, y ‘El pastor de Andorra’ es el cantor popular de la jota, tan resucitada. El acto se cerró con un himno a la identidad y a la hermandad de las estrellas: ‘Somos’ de Labordeta, uno de nuestros muertos más llorados. ‘Somos’ es un canto coral contra la muerte y el pasado sábado, en la Andorra minera, lo fue aún más.
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