MARCHAMALO Y MERLINO: ADVERBIOS DE LETRAS*
Me gustan las palabras. Me gusta bajar por la mañana a comprarlas y elegirlas, una a una, como si fueran albaricoques maduros.
Nunca se sabe qué palabras van a necesitarse a lo largo del día. Nunca se sabe cuáles sacar de casa en la mochila, o llevar en la maleta, de viaje. Cuántos adjetivos –blanco, oloroso, fértil–, cuántos verbos y cómo conjugarlos: te quiero, conduzco, abriendo, he estado, supuse… Cuántos artículos indefinidos. Cuántas preposiciones. Me gustan las palabras. Me gusta atesorarlas, pero también dejarlas escapar, a veces, como si no fueran mías. Neblina pesa tan poco, es tan inerte, que basta con mover los labios para que la mínima racha de viento se la lleve.
Hay decenas de miles de palabras. O más. Palabras construidas en chapa, esqueje; o con madera, tacón; palabras recortadas en papel cebolla, sílfide o liminar; y palabras bastas como una tela vieja: lomera, bayeta, batanar… Dice John Berger, el escritor, que hay palabras que hay que masticar, como si tuvieran nervios: duplicar, irreversible. Palabras que se te hacen una bola, como el filete de un mal comedor: sacramento, pigmentación, geoestratégico… Y hay otras que se te deshacen en la boca, como los versos de un poeta romántico: titilar, libélula…
A mí me ha gustado siempre ulular. Y no me gusta, nada o casi nada, abencerraje. Me gusta merengue, y detesto canaleta. Me gusta decir bucle, y odio decir tajada.
Mi amigo Luis Mateo Díez, con quien me encontraba alguna mañana, alto y delgado, transversal como un quijote, en el bar La Escalinata, en la Plaza Mayor de Madrid, me contó que a él la palabra que menos le gusta es escrófula. Nunca he sabido exactamente lo que significa pero es una palabra horrible. Escrófula. Las palabras de los médicos siempre suenan fatal, a diagnóstico terminal, a desahucio: mesenterio, linfático, tumefacto…
Sin embargo son bonitas las de los oculistas: iris, pupila, miope. Otra palabra que no me gusta nada es espetar. Suena a mecanismo explosivo: espetó. A granada de mano: coges la palabra, la sujetas con fuerza en la mano, quitas el pasador con los dientes, la arrojas lo más lejos posible, te proteges y esperas. Uno, dos, tres, cuatro….
No se ha oído porque la he tirado lejos. Pero desengáñate: ha espetado.
*Los escritores Jesús Marchamalo y Mario Merlino –además, traductor de Antonio Lobo Antunes- acaban de publicar en Eclipsados, fuera de colección, un libro realmente divertido y repleto de talento: ‘No hay adverbio que te venga bien’, que fue también una conferencia en los encuentros de Arenas de San Pedro. El volumen lleva ilustraciones de Isidro Ferrer, y parece un diálogo entre dos enamorados de las palabras, del lenguaje, de la ficción y de la escritura propia y ajena, Merlino y Marchamalo, que tanto monta. Este es el primer capítulo del libro, todo un primor. La foto es Cecilia de Val.
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