ADIÓS A PABLO ANTOÑANA
Miguel Sánchez-Ostiz despide así al escritor navarro Pablo Antoñana (1927-2009)
Por Miguel SÁNCHEZ-OSTIZ. http://vivirdebuenagana.blogspot.com/
"Me consuela saber que cuanto escribí, mientras estuve sonámbulo entre los vivos, lo fui recogiendo, con paciencia de monje, de boca de los campesinos de mi pequeño país." Pablo Antoñana.
ESTA mañana, como muchos particulares y gente de la política, del periodismo, del arte o la literatura en Navarra, bajé caminando al cementerio de Pamplona para despedir a Pablo Antoñana.
Una mañana triste. He pasado por la puerta de Socorro de la Ciudadela, escuchado a lo lejos el melancólico acordeón de un gitano rumano y me he dicho que hay árboles muy hermosos en el terreno polvoriento donde de niño vi hacer instrucción a los soldados. Vi. Estuve. Nos vamos yendo. Los árboles han crecido. Pablo escribía muy bien de esa superposición de las imágenes del pasado en el presente.
Hacía un tiempo zakarro, de bochornera, con nubes espesas y sol a ratos. Y allí, en Berichitos, nos fuimos encontrando gente que no nos habíamos visto hacía tiempo. Se puede decir que Pablo era hoy un puente que nos unía a los presentes y que hacía aflorar más lo que nos une, lo que tenemos en común, que lo mucho o poco que nos separa. Manos en la manos. Sueños compartidos. Ideales no del todo quebrados.
Delante del féretro, dos dantzaris, él y ella, han bailado un aurresku. Ella apenas ha podido terminar la danza y se ha deshecho en lágrimas. Hoy he visto llorar a bastante gente adulta, no solo a su hermano Xabier. Y me he dado cuenta de algo que tiene un hondo valor y que flotaba entre los que allí estábamos. Algo más que admiración o respeto, o reconocimiento por una vida de honestidad.
Pablo Antoñana pudo tener mala suerte con su literatura, ser un preterido y un olvidado a conciencia, pero era una persona querida, muy querida. Y eso es un misterio, porque no consiste en gustar ni en seducir, ni en dar para así comprar. Es otra cosa. Dar se da, pero qué, y quien recibe, agradece con ese sentimiento intenso de afecto que el pudor impide expresar.
Y además, me he dado cuenta de que tenía lectores entre la gente que cuenta poco para las estadísticas de los bestsellers, de los premios amañados hasta el delirio, de las trapisondas en las que él no estuvo jamás. Lectores, esto es, gente que se emocionaba con esas páginas que hablaban del presente desde el pasado o viceversa, de una manera seductora, poco complaciente. Lectores que se reconocían en esas páginas que les despertaban memorias olvidadas, familiares o no.
En unas exequias civiles, han hablado el sacerdote Xabier Irigaray, que ha hecho un hermoso elogio de Pablo, de los valores humanos que cultivó e hizo gala, su hija Blanca que ha leído un fragmento de Testamento, un vibrante texto autobiográfico publicado hace años, en el Pablo pedía que no le encerraran en un nicho y lo devolvieran ceniza a la tierra, y su hermano Xabier que dijo algo muy certero: no se podrá entender de manera cabal esta tierra, sus trastiendas, sin acudir a la obra de Pablo.
Se cantó Txoria txori – si le hubiese cortado las alas habría sido mío-, la canción de Mikel Laboa, y el Agur Jaunak, acompañado por un txistu. Hasta un chaparrón que cayó de pronto y repiqueteó en la techumbre de la sala parecía hacer eco al gusto expresado por Pablo por el tris-tras de tela descosida de la lluvia menuda”.
Eso fue todo. “Nos queda su obra”, decía su hija. Y tanto.
“Adiós, os espero en el misterio de la muerte”, terminaba Pablo su Testamento.
Supongo que visto desde fuera o desde lejos, o desde vaya usted a saber dónde –¿desde dónde vemos las cosas ajenas?-, estas cosas sonaran raras, anacrónicas. Son las nuestras. Me limito a hablar de lo que he visto y de lo que vivo y comparto con otra gente, en la tierra en la que he nacido y vivo. Es lo que hizo Pablo.
*Julio José Ordovás, que se entera de casi todo antes que los demás, me escribe. Me dice que Miguel Sánchez-Ostiz ha dedicado hermosos textos al escritor Pablo Antoñana, que tenía algunos devotos aragoneses, que acaba de fallecer. Tomo este texto de despedida, esta hermosa crónica del adiós, que es a la vez una vindicación de un escritor cuidadoso, con un mundo muy interesante, que arrancaba del carlismo y se proyectaba, con brillantez, hasta nuestros días. Creo recordar que una de las personas que mejor me habló de Antoñana fue Fernando Sanmartín. Esta foto es del Diario Noticias de Alava.
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