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Antón Castro

EL ADUANERO JOSÉ LUIS SAMPEDRO

EL ADUANERO JOSÉ LUIS SAMPEDRO

José Luis Sampedro vivió en Zaragoza, cuando era un niño, entre 1925 y 1926. Estudió en los jesuitas. Como Buñuel. Inventaría un personaje, Adolfo Espejo, que recreaba su existencia nómada: su estancia en Tánger, en Cihuela, en Zaragoza, en Aranjuez y también en Melilla, donde recibió su primera lección de amor. Años después, el hombre de Aduanas quiso contar el relato de los madereros del Tajo. Invirtió nueve años; el azar determinó que culminase ese relato de navateros castellanos en Alhama de Aragón. El balneario, las aguas y aquel ámbito le encantaron, tanto que años después acudiría allí una y otra vez para poner fin a su novela ‘Octubre, Octubre’, en la que invirtió 19 años, y para casarse con Olga Lucas. Aquel libro apareció en 1981, y cuatro años más tarde salió ‘La sonrisa etrusca’, una narración sobre los amores tardíos, la vecindad de la muerte y relación de un abuelo con su nieto. Un día un lector le pidió que la firmase ‘in memoriam’ para su padre. Le reveló: “Dudé si darle el libro. El protagonista se está muriendo de cáncer, y mi padre también. Al final se lo pasé, y poco antes de morir mi padre me dijo: ‘¡No sabes cuánto me ha ayudado esta novela!’. Dedíquesela a él”. En la Feria de Jaca, tres pastores del Pirineo descendieron de las montañas cargados de libros para que se los firmase. Sampedro ha sido objeto de un curso de verano en Jaca, donde se siente como en casa, que dirigió Paco Martín. Ahí, a sus 92 años, oyó hablar, y habló, de sus libros: del jardín de la memoria de Aranjuez, del erotismo de ‘La vieja sirena’ (estableció una intensa correspondencia con una monja sobre eso), de su diálogo sobre ‘La ciencia y la vida’ con Valentí Fuster. Bromeó, preguntó a sus estudiosos, y al final confesó: “He escrito con toda la autenticidad que he podido. Para mí escribir es vivir”.

*Esta foto tan marina es de José María Massó.

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