ANOCHE FALLECÍA ROLANDO MIX TORO
*Esta mañana, me ha llamado José Ramón Marcuello Calvín, escritor y periodista, para comunicarme que ha fallecido Rolando Mix Toro, el poeta chileno, el amigo entrañable, en compañero dulce de Juanita. Rolando Mix solía llamarme muchas mañanas para contarme cosas o preguntarme algo o interceder por algún amigo. Me llamó a principios de semana, creo que el pasado lunes, me dijo que seguía escribiendo poesía, que soñaba con redactar sus memorias de poeta y me preguntó cómo estaba. Ha sido objeto de diversos homenajes: era un hombre entusiasta y alegre que rezumaba cariño. Quería y era querido. Recupero aquí uno de los retratos-entrevistas que le hice en una contraportada de 'Heraldo de Aragón'. Y le mando un abrazo infinito a su gente, a Juanita. Zaragoza sin él es un poco menos Zaragoza: Rolando quería a la ciudad muy entrañablemente.
Rolando Mix Toro será incinerado. Mañana, a las 12.15 se celebrará una despedida de amigos en el cementerio de Torrero, en la capilla número 2. Juanita trasladará luego sus cenizas a Chile. Iban a ir juntos a su país en breve.
EN PROPIA VOZ
“Nada soy ni nada tengo salvo sensibilidad y curiosidad intelectual. Allende confió en mí para un cargo de agricultura en Atacama. Asistí a los bombardeos. Huí a Argentina y a Alemania Democrática Alemana. He publicado ‘El espejo y tú’ y ‘La mar de amor’. Toda la gente tiene algo de poeta: hablamos con metáforas. Nací en 1931”.
EL HOMBRE, EL POETA, LA AVENTURA DE VIVIR
El lugar donde uno ha nacido configura un carácter. Si además es el desierto más desierto del mundo, y no existe vida ni para las bacterias, ese páramo lunar forzosamente ha de esculpir una sensibilidad a flor de piel. Rolando Mix abrió los ojos en Pozo Almonte, en Iquique, en uno de esos lugares donde la naturaleza expulsa al hombre, salvo que existan minas de nitrato de sodio. En ese caso, el ser humano accede a vivir y a ver llegar el agua en camiones Brokway. “Una tierra tan dura crea un hombre especial: un tipo que debe vivir, luchar y trabajar en condiciones inmisericordes se convierte en duro y sentimental”. En ese ámbito las disputas y reivindicaciones sociales estaban a la orden del día. En el norte inhóspito el hombre tenía que ver cosas donde nada hay, fabricarse un universo propio, una imagen. El espectáculo del paisaje era conmovedor: planicies y más planicies se alisaban hasta donde llegaba la vista. Por el este, lejanos, se erguían los Andes; por el oeste, la cordillera de la costa. Y en medio estaban las minas del salitre, las poblaciones con casas adyacentes, lo que se llama la Oficina Salitrera.
Su padre, Norberto Mix Martínez, era un escritor social reconocido, director de escuela y pintor de paisajes desérticos que vendía a los ingleses. Su madre, Ana Ángela Toro, era ama de casa y tocaba el piano y la guitarra. Cada uno de sus hermanos también dominaba un instrumento. Llegó a tener hasta doce. Su padre era funcionario del Gobierno, y los dueños del salitre (ingleses, franceses, americanos o españoles) le tenían respeto por su dimensión intelectual y lo repudiaban por sus ideas. Al parecer existía una norma no escrita e insólita: “Lo dejaban estar en la escuela mientras mi madre estuviese encinta, y así su vida se consumió entre partos y abortos. Si había embarazos mi padre tenía trabajo”. Los había.
El joven solía marcharse a la orilla del mar y se ponía a decir cosas al compás de las olas. “Era poeta sin saberlo. Y en la escuela tenía gran facilidad para la literatura. Cuando estudiábamos a los clásicos, el profesor me decía: ‘Rolando. Sal e invéntate algo’. Y me inventaba poemas a la manera clásica”. Ya tenía clara una cosa: no quería ser escritor ni intelectual como su padre ni un acérrimo defensor de los trabajadores. Sabía que su progenitor se carteaba con Joaquín Dicenta, que había conversado dos veces con Blasco Ibáñez o que se había escrito con una ancianísima Concepción Arenal, pero siempre lo veía metido en líos. En cuanto pudo, tras realizar un curso de forja, se marchó a Santiago de Chile en 1948. Dejaba atrás su pasión por la natación, “hacía muchos kilómetros mar adentro”. Trabajó de dependiente en la librería Matus y después ingresó en la cooperativa Codilibro, que tenía su base en Buenos Aires, y distribuía libros de 40 editoriales. “El libro jugó un papel esencial en Latinoamérica. Yo era vendedor y lector”.
Al cabo de unos años lo llamó el Partido Socialista para que se hiciera cargo, como jefe de librería, de PLA (Prensa Latinoamericana). Por el establecimiento pasaban los políticos, los analistas, los autores, e incluso pasó en un viaje a Chile el narrador Juan Rulfo. “Nos hicimos muy buenos amigos. Hablamos de la fascinación del desierto y le hablé de los fuegos fatuos que se veían tras los cementerios”. Pero también asistía a tertulias con Pablo Neruda, dirigía la revista poética “Orfeo” y platicaba con Nicanor Parra, Nicolás Guillén o el poeta Enrique Lihn. “Nos llamaban los hermanitos del diablo. Tenía que soportar los incendios de mi local provocados por los nazis de Chile”. Poco después de que fuera elegido presidente de la República, Salvador Allende le ofreció un puesto en el Instituto de Desarrollo Agropecuario de Atacama.
El golpe de Estado de Pinochet de 1973 le cogió en la capital. Había ido a una convención y le acababan de llamar para decirle que su tercera mujer sería operada el once de septiembre en Santiago, dos días después: se había quedado sin voz. Se hospedó en un hotel y al levantarse detectó una gran algarabía. El país estaba conmocionado. De repente, oyó: “Rolando. Tenemos la orden de matarlos a ustedes”. Era un viejo amigo policía y detective con el cual había trabajado en sus tiempos de reportero de sucesos. Insistió el otro: “En honor de los viejos tiempos, no diré nada, pero si te cogen, dejaré que te maten”. Gracias a un cura jesuita, Rolando logró llegar a la Embajada Argentina y pudo huir del país. Se trasladó a Leipzig, a la Universidad Karl Marx, donde estudió Traducción e Interpretación. Residió en la República Democrática Alemana durante una década, hasta que Ramón Sáinz de Varanda y el jefe de policía Primitivo Cardenal fueron a estudiar los sistemas de seguridad de incendios del país. El alcalde le pidió que se viniese a Zaragoza y le prometió un empleo. Mientras vivió Sáinz de Varanda, Rolando Mix Toro se sintió querido y respetado.
Luego, todo se complicó. Pero esa es otra melodía en la que no quiere ahondar. “Zaragoza es una maravilla. Me encanta. Nuestras ciudades tienen 200 años, pero ustedes pueden tocar los restos musulmanes, las huellas de Roma o tienen calles como Predicadores”. Ahora, jubilado de tercera, desea aprovechar el tiempo para literatura, para la poesía. “Para nosotros literatura y política son indivisibles. Es la misma unidad. La poesía es el antípoda de la evasión: es la síntesis de las vivencias que se han acumulado y se quieren expresar”.
*Carlos González Sanz /Carlos Bozalongo le ha dedicado dos textos en su blog y esta foto. De ahí la tomo.
Se levanta y sale a caminar por las calles. Es la discreción que pasa.
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