EL SABIO QUE NO PERDIÓ LOS NERVIOS
Se cumplen 75 años de la muerte de Santiago Aragón y Cajal, Premio Nobel de Medicina en 1906 por el desarrollo de la teoría neuronal, escritor, dibujante, fotógrafo y pionero de la foto en color
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) fue definido por su discípulo Pedro del Río-Hortega como “un genio creador de técnicas”, tal como recuerda Alejandro Díez Torre en el volumen colectivo ‘Cajal y la modernidad’ (Ateneo de Madrid y BBVV, 2009). Juan Ramón Jiménez lo perfiló, en sus ‘Españoles de tres mundos’, “siempre enredado en el laberinto bello de los sutiles encajes de su vida microscópica”. No es fácil encontrar un científico con una vida tan novelesca desde la infancia, tan repleta de aventuras y de excentricidad. Nació en Petilla de Aragón, en Navarra, y residió desde muy joven en Larrés, Luna, Valpalmas, Ayerbe, Jaca y Huesca, y eso le permitió tener una relación muy especial con la realidad y con la naturaleza.
Travieso, hiperactivo, con una inteligencia superior y una fulgurante capacidad de intuición, nada en Ramón y Cajal fue vulgar. De temperamento soñador y fibra artística, poseía un especial talento para el dibujo, pero un día a su padre –con quien siempre anduvo malquistado- se le ocurrió preguntarle a un pintor de brocha gorda, llamado Aristarco, si tenía o no vocación el joven. La respuesta fue demoledora: aquel joven “pintamonas” jamás sería artista. El propio Cajal cuenta esta demoledora anécdota en un espléndido libro autobiográfico: ‘Mis memorias de infancia y juventud’. Su resistencia a abandonar el dibujo y otras rebeldías dieron con él en el colegio de los jesuitas de Jaca y en algunos confinamientos. En uno de ellos, la luz se coló por el ojo de la cerradura e hizo el efecto de la cámara oscura, lo cual le permitió Cajal dos cosas: intuir la fotografía (años después redactaría el valioso ‘Fotografía de los colores. Bases científicas y reglas prácticas’, 1912), como la había intuido antes Leonardo Da Vinci, y hacía apenas dos décadas Niepce y Daguerre, y ver cómo jugaban los chicos en la plaza. De Jaca pasó a Huesca, y allí descubrió otra forma de vida y otra forma de gresca. Era objeto de burlas y chanzas por un gabán un poco largo que llevaba, y se cruzó la cara a mamporros con algunos compañeros insidiosos.
Pronto, muy pronto, descubrió el culturismo y el boxeo, aunque sería en Zaragoza donde demostraría su fortaleza. Entró de ayudante de Júdez, y por entonces deambulaba por el Coso, donde vivía una bellísima joven llamada ‘La Venus de Milo’. Había otro joven que también la pretendía. Se pelearon por ella a orillas del Huerva, y Cajal estuvo a punto de matarlo. Entonces era un toro. Sin ser un buen estudiante se licenció en Medicina en Zaragoza, y en 1875 emprendió la primera gran travesía de su vida. Tenía que ingresar en el ejército y fue destinado al Caribe, a Cuba en concreto, con el grado de capitán. Permaneció tres años, contrajo paludismo y disentería, y cuando volvió era como un cadáver o la desgalichada sombra de un hombre. Su madre y sus hermanas lo ayudaron a recuperarse, reposó en distintos lugares, entre ellos en el balneario de Panticosa, y por fin volvió a su vida cotidiana. Consiguió su primer microscopio casi a la vez que se casó con Silveria Fañanás, en 1879, con la que tendría siete hijos. Se marchó a las universidades de Valencia y luego a Barcelona. Fueron dos épocas muy diferentes donde fijó sus intereses científicos. Más tarde, se trasladó a Madrid donde realizó su gran tarea.
Cajal ha sido más que un científico al uso: era un hombre obsesivo, pragmático y perfeccionista, un apasionado del laboratorio y de la investigación. Jugó al ajedrez extraordinariamente, escribió relatos de ciencia ficción, se sentía próximo al regeneracionismo costista, practicó la hipnosis y el espiritismo, y desarrolló una actividad profesional que se concretó en los estudios del sistema nervioso. Él fue uno de los pioneros, al menos con un gran éxito, en el estudio de las nuevas ciencias neurológicas. Desmontó la teoría reticular de Camilo Golgi y redactó su obra maestra ‘Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados’, que se publicó en 1904 en tres volúmenes, y una década después editó ‘Degeneración y generación del sistema nervioso’.
Para entones, ya en 1906, había recibido el premio Nobel por sus investigaciones sobre las neuronas –a las que bautizó como “las mariposas del alma”- y había viajado por toda Europa. En sus experimentos contó con la colaboración y la complicidad indesmayable de su hermano Pedro, y ambos analizaban pollos, ratas, fetos o cráneos de niños que había recuperado de la inclusa. Poseyó más de diez mil libros, y trabajó con una terquedad y una lucidez asombrosas. Cuando era una figura internacional indiscutible algo así como “un oráculo del país”, según escribió Corpus Barga, falleció un 17 de octubre de 1934. Estos días se han cumplido 75 años. En Ayerbe le dedican un amplio homenaje y Títeres de la Tía Helena, con texto de Adolfo Ayuso y escenografía de Ignacio Fortún, lo recuerda con el montaje ‘Cajal. El rey de los nervios’.
El joven
y la ciencia
-como un pequeño despiece- con un epígrafe en negrita y texto, en caso de que te fuera bien.
El estudiante. “No sin motivo pasaba yo entre mis condíscipulos por un chiflado o por tonto de remate. Más de una vez me oí calificar de ‘navarro loco’ (…) Mi estado afectivo, en suma, era un dulce embeleso, cierta beatitud tranquila e inefable, absolutamente limpia de todo apetito sexual.” (De ‘Recuerdos de infancia y juventud’).
La vejez. “Se es verdaderamente anciano, psicológica y físicamente, cuando se pierde la curiosidad intelectual, y cuando, con la torpeza de las piernas, coincide la torpeza y premiosidad de la palabra y del pensamiento” (De ‘El mundo visto a los ochenta años’).
La teoría neuronal. Cajal probó que el sistema nervioso está formado por fibras y células nerviosas que se relacionan entre sí por contigüidad, y de forma independiente, y no por continuidad, como se creía. También probó que la transmisión de una célula a otra era de índole química. Los cambios químicos originan la electricidad, que es la base del impulso nervioso.
*A Cajal no le gustaba que le hicieran fotos, pero sí los autorretratos. La foto del post anterior es de Michelle Magdalena.
0 comentarios