PACHECO, EL TROVADOR LÚCIDO
HACE muy poco, el cantante y poeta Víctor Manuel Sanjosé decía en Zaragoza que le inspiraba la vida "y un buen poema de José Emilio Pacheco". Pacheco es un poeta muy personal, que hunde sus raíces en el clasicismo grecolatino, pero también en grandes autores a los que ha leído y traducido con rigor como Samuel Beckett, Oscar Wilde, T. S. Eliot o Marcel Schwob. Como su paisano Octavio Paz, ha asimilado muy bien la lírica oriental, y jamás ha ocultado su admiración por los poetas españoles, desde Luis Cernuda, a quien conoció y trató siendo muy joven, a Vicente Aleixandre, con quien se carteó, o el narrador y vate Max Aub. Pacheco es un poeta completo, que se ha curtido en mil tareas: en la dirección de revistas, en la enseñanza, en los viajes y en el trabajo de amanuense constante, que también es un buen manantial de la poesía. Pero la mejor fuente de inspiración de Pacheco ha sido la vida misma, con sus convulsiones, con sus fogonazos de belleza, con su detonación de horror y crueldad. Y eso se percibe en toda su lírica: es un poeta de los elementos, del fuego y de la luz, del desgarro y de la ironía. Es un poeta de las pequeñas cosas y de los animales, de los peces, de los monstruos humanos. Uno de sus poemas más sugerentes se titula 'El pulpo'; otro, concentrado, 'Mosquitos'; otro ‘El rap del salmón’. José Emilio Pacheco observa la crueldad y la denuncia, combate la arrogancia de los poderosos y se emplea con una distancia que es lucidez, pasión fría, medida y entendimiento del mundo. Estos días, Visor, que celebra sus 40 años con una nueva colección, acaba de publicar dos libros suyos: la reedición de 'La edad de las tinieblas', un libro fundamental de prosa donde ensaya la reflexión, la narración y el poema en prosa en la línea de Juan Ramón Jiménez, y 'Como la lluvia', un poemario que compendia su estilo, su intensidad, el elaborado lenguaje que usa con hondura, precisión y ritmo. Todo un maestro, elegante y crítico.
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