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Antón Castro

ARAGONESA LOCURA DE AMOR

ARAGONESA LOCURA DE AMOR

El amor ha inspirado grandes obras de arte. Ha sido uno de los estímulos decisivos de la creación. El amor y su envés: el desamor, como sucede con Francisco Pradilla que representó la locura y la enfermedad de amor de Juana la Loca, y plasmó con una increíble y luminosa elegancia otro tema amatorio en ‘La carta’. El amor da origen a algunos de los cuadros más hermosos de Goya, como el retrato de la duquesa de Alba o las ‘majas’. La historia de las ‘majas’ está envuelta en enigmas, y la mayor de ellas sigue siendo la identidad de la mujer desnuda y vestida que nos mira. Quizá el mejor cuadro de amor de Goya sea su retrato de la condesa de Chinchón: asombrosa delicadeza en el dibujo de un alma.

Uno de los grandes gestos de amor de todos los tiempos en Aragón es una obra arquitectónica: el palacio de Larrínaga, un proyecto que inició Félix Navarro hacia 1900 y que a partir de 1911, tras la muerte del zaragozano, asumió el arquitecto madrileño Fernando de Escondrillas, que puso fin en 1920 a un edificio ecléctico y deslumbrante, adornado con barcos que combaten la tormenta y el cierzo, conchas, anclas… Ese edificio majestuoso fue el regalo de amor que le hizo Miguel Larrínaga a su esposa Asunción Clavero, nacida en Albalate del Arzobispo. Se habían conocido en Zaragoza, se casaron en Liverpool en octubre de 1897 donde  el joven se había hecho cargo de una empresa marítima familiar. Para aliviar las nostalgias de su esposa, Larrínaga mandó construir el palacio. Asunción falleció en 1939 y jamás estuvo en su interior por culpa de las andanzas de su marido, la I Guerra Mundial y el estallido de la Guerra Civil. Esta historia, y otras, la relataron Ignacio Iraburu y Jesús Martínez Verón en un libro espléndido: ‘Los cuatro viajes del palacio de Larrínaga’ (Ibercaja, 2000).

 

Otro misterio de amor lo vivió y lo desarrolló el pintor e ilustrador turolense, afincado en Zaragoza, Manuel Bayo Marín (1908-1953). Parece ser que él vivió entre dos amores que empezaban por las mismas iniciales: PB. Una era morena, la joven Pilarín Burgues; y la otra, rubia: la pianista Pilar Bayona. Las dos eran lectoras de ‘La voz de Aragón’. Pilarín Burgués confesaba en una sección habitual del periódico que lo que más le gustaba era Bayo Marín, y Pilar Bayona daba un rodeo: decía que lo que más le gustaba era la publicidad. Una publicidad moderna y espectacular que hacía Bayo. Este aludía a su secreto de amor añadiendo a su firma las iniciales P.B. ¿A quién pertenecían? Andrés Ruiz Castillo, que dedicaría casi toda su vida a HERALDO luego, sugería en 1930 que Bayo estaba enamorado de la pianista (que dejaba un pelotón de enamorados a su paso), a la que le dedicó una caricatura.

El bibliófilo y escritor José Luis Melero recuerda en ‘La vida de los libros’ (Xordica, 2009), una historia de amor entre Francisco Bastos Ansart y su mujer, que era además su sobrina, hija de su hermano, político y escritor, que también era su suegro. Francisco Bastos Ansart fue, además, el médico que atendió infructuosamente a Durruti, herido por su propia metralleta. Escribe Melero: “Bastos Ansart estuvo enamorado toda su vida de ella de una forma extraordinaria y a su muerte le dedicó un libro conmovedor [‘Una vida de mujer’ (1965)]. Era éste tan apasionado que les dio miedo a los censores y sólo autorizaron su difusión privada -de ahí su rareza-, prohibiendo que pudiera distribuirse en librerías”. Jorge Gay publicó un libro, ‘El amor nuevo’ (Fundación Amantes, 2009), en colaboración con Ignacio Martínez de Pisón, que nace de su mural dedicado a ‘Los amantes de Teruel’, donde recrea visualmente la leyenda como “un ideal de convivencia”. Mariano Gistaín y María Pilar Clau firman en ‘Lo mejor de Zaragoza’ (Zaragoza Global, 2009) una declaración de amor recíproca y una declaración de cariño a “la ciudad del amor”, en el tiempo, en la historia y en sus espacios.

Aquí faltan muchos homenajes de amor (las canciones de Amaral, Labordeta, Carbonell o Bunbury, las novelas de Pilar Sinués, que se casó por poderes con otro escritor Marco, los poemas de Miguel Labordeta, el amor de Conchita Monrás y Ramón Acín…), pero acaso exista otro que no habrá pasado inadvertido. Se trata del cuadro ‘Démeter Ecce Mulier’ (2005), instalado en el Casino Mercantil, hoy Cajalón, en el que el pintor Eduardo Laborda retrata a su compañera y pintora Iris Lázaro, como diosa de la agricultura, en medio del paisaje de Ágreda (Soria) y con unas granadas abiertas en la mano. El rostro de Iris acusa la tristeza. Dice el artista: “En aquellos días su padre estaba gravemente enfermo y yo he querido retratar la intimidad de su dolor, pero es sin duda un cuadro de amor”. Joaquín Costa amó a mujeres como Concha Casas, Fermina... Otra de ellas fue Isabel Palacín, a la que llamó Elisa en sus ‘Diarios’. Acababa de quedar viuda. De esa relación nació una niña, que Costa no reconoció y se bautizó con el nombre de Pilar Antígone. Fue ella quien cuidó en sus últimos años, en Graus, al polígrafo de Monzón. Su padre, antes del adiós, la llamó Mariíta.

*Este artículo apareció el domingo en 'Heraldo de Aragón'. Agradecería cualquier información y nota sobre otras historias de amor. Arriba una caricatura de Bayo Marín realizada a la pianista Pilar Bayona en 'La voz de Aragón' y en medio, tomada de flickr, una visión del palacio de Larrínaga.

 

1 comentario

Olga B. -

Jugando en los porches de ese palacio he pasado mi infancia y parte de mi adolescencia, cuando era propiedad de los Marianistas y las verjas no estaban cerradas. Incluso he tenido mis primeras citas amorosas en ese marco incomparable, je. Conocía muy bien la historia del edificio pero no he leído el libro. Intentaré conseguirlo.
Me ha encantado la entrada.
Un beso.