DIÁLOGO CON PATRICIA ESTEBAN
Ayer por la tarde, en compañía del poeta y narrador Manuel Vilas y del editor Juan Casamayor, Patricia Esteban Erlés presentó su nuevo libro de relatos: ‘Azul ruso’ (Páginas de Espuma), en ese espacio tan acogedor de Los Portadores de Sueños, que dirigen Eva Cosculluela y Félix González. Ayer publiqué una extensa entrevista con la escritora zaragozana, nacida en 1972, en Heraldo. Aquí está la entrevista al completo: la que salió y lo que no pudo salir.
-¿Con qué estado de ánimo suele escribir Patricia Esteban Erlés?
Depende, más que escribir desde un estado de ánimo escribo desde la punta de una idea, tirando del extremo de algo que aparece de pronto, en cualquier parte, y me hace sacar el cuaderno y tomar unas notas. A veces es una frase de dos desconocidos en el autobús, la secuencia de una película, una palabra evocadora. En el caso concreto de Azul ruso, puedo decir que la literatura fue en 2008 la mejor terapia que pude seguir, en un momento difícil en el plano personal. Decidí ahorrarme el psiquiatra y escribí este libro desde la tristeza de la pérdida a veces, otras desde el deseo de hacerme reír a mí misma con una historia o de liberarme de un peso vital con el que ya no podía seguir cargando.
-Da la sensación de que tus cuentos nacen de un mal sueño que se prolonga durante el día…
Quizás sea más aproximado decir que los cuentos que escribo nacen de miedos, que me asaltan indiscriminadamente, esté dormida o despierta. Hay una serie de obsesiones que se prolongan en el tiempo, desde la infancia, y me siguen como fantasmas. Escribir es mi manera de exorcizarlos, de burlarme de ellos y darles esquinazo. Puede que haya algo de onírico en el tratamiento que les doy, pero esto responde a que determinadas vivencias son más terribles que muchas pesadillas, y morfológicamente más complejas. Del mal sueño puedes librarte, pero de lo que te pasa en realidad es más difícil desembarazarse. Por eso, tal vez, yo prefiero reciclar esos sucesos y convertirlos en relatos.
-¿Ha sido escrito ‘Azul ruso’ como un libro unitario o es más bien un libro de distintos relatos que se suman y que organizan en torno a una manera de mirar?
Creo que Azul ruso es un libro que ha ido haciéndose a lo largo del tiempo, buscando su propia forma. En un principio yo sólo tenía claro que había una tonalidad melancólica común en las historias, un azul que lo invadía todo. De hecho, el libro se llamó en un primer momento Periodo azul, como la época pictórica de Picasso. Sin embargo, luego me di cuenta de que la presencia del gato, como compañero eterno del hombre, superviviente a las mismas catástrofes que él y un eterno enigma, estaba ahí, como una presencia silenciosa, en muchos de los cuentos. De ahí que finalmente se llamara como una raza felina muy misteriosa, el azul ruso, al igual que el relato central del libro, un cuento extenso donde hablo de una mujer que convierte en gatos a los hombres que llaman a su puerta. Pienso que sí existe una manera determinada de mirar en este libro, pero sobre todo un color, el azul, que adquiere diferentes tonalidades. Hay un fondo de tristeza, si se quiere, pero tamizado en ocasiones con el humor, o la ternura.
-¿Podríamos decir que el tema general, o la atmósfera de los cuentos, es el misterio y el dolor?
Sí, estoy de acuerdo con eso, pienso que hay una perplejidad o un desconocimiento de la vida, una incapacidad de entender o superar lo que les pasa a los protagonistas de mis cuentos, de comunicarse entre ellos. La realidad se convierte en una fotografía borrosa, que no alcanzan a ver bien. Y por otro lado el dolor es una marca especialmente evidente en algunos personajes, a veces lo he entendido como carga interna, otras puede apreciarse incluso en su aspecto físico. Hay una belleza y una heroicidad en quien debe afrontar la vida desde la diferencia que siempre me admira, y eso también he intentado plasmarlo en el libro.
-En tu obra hay siempre una mirada malévola y, aquí, también tierna, melancólica. Pienso en ‘Piroquenisis’, por ejemplo, o en ‘Porvenir’. De dónde salen estos personajes, ese sastre enano, Renato, o ese tipo que es “el mejor artista funerario de la ciudad”, por poner dos ejemplos de rareza cotidiana?
Me interesan muchos los seres que se ven obligados a aceptar la anormalidad como compañera de viaje en sus vidas. En ese sentido, cualquier hombre o mujer que cuenta con un físico diferente sería el ejemplo más claro, y ahí podría encuadrarse a Renato. Piroquinesis surge de una vivencia personal, yo solía tomar café en un bar donde cada mañana coincidía con un señor bajito, con un rostro hermosísimo y muy triste. Siempre iba perfectamente trajeado y poseía una dignidad que me llamaba mucho la atención. A él le debo la creación de Renato, el verdadero héroe de ‘Piroquinesis’, un personaje guiado por el amor incondicional. Por otro lado, también se aprende a vivir en un contacto directo, anormal para la mayoría, con la muerte, que es lo que le sucede al protagonista de ‘La chica del UHF’, ese maquillador de cadáveres. Hace unos años emitieron en televisión una serie de culto que me encantaba, ‘A dos metros bajo tierra’. Los protagonistas eran los miembros de una saga familiar que regentaban unas pompas fúnebres, un conjunto de seres humanos que vivían a unos centímetros de la muerte y hacían de ella un objeto artístico. Me pareció muy interesante porque reflejaba perfectamente cómo a fuerza de costumbre se asume de forma natural lo que a cualquiera de nosotros nos parecería insoportable: la proximidad de los muertos, el deber de acicalarlos y pasar largas horas en su compañía.
¿Por qué tienen tanta importancia los animales en tus libros: pienso en esa iguana que se convierte en un obstáculo para el amor de una pareja, en el gato albino de ‘Kriptonita’ o en la mujer que transforma a sus amantes en gatos?
Los animales de compañía están con frecuencia en mis textos como una especie de corifeo, de actores secundarios. En mis libros anteriores había sobre todo perros, pero en ‘Azul ruso’, ya desde el propio título, que es una raza felina, ganan los gatos. Se dice que el gato es el único animal que sobrevive a todas las catástrofes, un poco como le sucede al hombre, y siempre ha mantenido con él una relación de sociedad, no de dependencia, como el perro. En ocasiones, el animal es un símbolo, como en el caso de ‘Mudanzas’, donde esa iguana representa la conciencia del error cometido por el personaje al tomar una decisión. En ‘Azul ruso los gatos’ serían trasunto de todas las víctimas de un holocausto gratuito, causado por alguien con el poder de decidir sobre las vidas ajenas.
-Cuál es la relación, o cómo es, la relación entre realidad y fantasía? ¿Cómo explicas esa irrupción de la fantasía en lo cotidiano, muy al modo de Cortázar o de Silvina Ocampo?
Para mí la realidad es un lugar poco ameno, del que intento huir siempre que tengo ocasión. A ratos siento que lo que más me interesa de ella es justo lo que no vemos, esas trastiendas de las vidas y las situaciones que no enseñamos a nadie. Citas dos autores que para mí son claves, sobre todo en el caso de Silvina Ocampo, una maestra en el arte de retratar los secretos, las puertas falsas que se cuelan en nuestra existencia. Me gusta el fantástico vinculado a la vida moderna, sin la tramoya del XIX, más ceñido a un contexto reconocible por mí y por el lector.
-El cuento que da título al libro la protagonista lleva el nombre de un cuento y de un personaje de Jorge Luis Borges: Emma Zunz. ¿Es un homenaje, una broma?
Un homenaje, claro, humilde y sentido. Ese cuento me parece una joya, y un día me puse a pensar por qué no se me habría ocurrido a mí un nombre tan maravilloso para un personaje. De ahí pasé a plantearme qué ocurriría si en la literatura pasara como en la vida real, y hubiera otra Emma Zunz distinta a la de Borges, su doble. Cuando empecé a imaginarla salió esa mujer a medias Morgana, a medias Melusina, con un poder extraño que administra sin reparar en sus consecuencias.
Casi todos los personajes parecer vivir en el extrañamiento constante, tiene algo de criaturas patológicas: se obsesionan con antiguos amores, buscan el amor de su vida desesperadamente, van y vienen como un clima de espejismo…
Sí, tengo debilidad por los seres extraños, por los que se pasean por la vida como si su tiempo lo rigiera un reloj blando de Dalí. Me parecen muy fotogénicas, estas criaturas atrapadas en su propia pesadilla, bien porque son incapaces de olvidar el pasado, bien porque el futuro les aterra o porque han cometido una equivocación tremenda.
-¿En qué medida te condiciona o te inspira el cine?
El cine marcó mi infancia, es una bonita cicatriz que no puedo olvidar. Fue un gran descubrimiento en la niñez, una afición que cultivé de adolescente con auténtica locura y que ha dejado una enorme impronta, porque no concibo la literatura sino como una forma de plasmar lo que veo, las imágenes, de interpretarlas a través de la palabra. Cuando escribo un cuento, he tenido que rodarlo antes en mi mente, ya he fabricado la historia en secuencias. Me encanta el cine clásico y esa atmósfera que tienen muchas de las películas antiguas es la que a menudo me gustaría volcar en mis textos.
Este es un libro donde se habla mucho de lo oculto. ¿Hay dentro de Patricia Esteban un demonio como sugiere Fernando Iwasaki?
Sí, seguramente uno muy bien alimentado. Yo siempre digo que la literatura es un lugar perfecto para desprenderse de las obsesiones, los miedos, la locura. Creo que todos tenemos deseos o pulsiones que nunca reconoceremos, quizás ni ante nosotros mismos, pero en una obra de ficción puedes darle alas a lo más terrible. Matar, odiar, vengarse… En ese sentido me parece la mejor terapia para tener a raya a los demonios de cada cual.
¿Cómo defines el cuento, cuántos cuentos distintos puede escribir un escritor?
Para mí el cuento es el instante, la densidad, la fotografía de la que hablaba Cortázar. Siempre que la mires, encontrarás un detalle nuevo, algo que te intrigue o te haga pensar. Es una píldora pequeña, pero matona, que puede encerrar el sentido más profundo de la vida y que te acompañan para siempre, una vez los has leído. Respecto a la segunda parte de la pregunta, creo que todos escribimos siempre el mismo cuento, o los mismos dos o tres cuentos, dependiendo de los temas que más nos obsesionan, sólo les cambiamos el disfraz.
Por cierto, ¿qué les debe a los alumnos a los que das clase en el instituto o los talleres de literatura y recuerdas con tanto cariño en el libro?
Mucho. A mis alumnos de Secundaria les debo el reto diario que supone entrar en una clase donde debo convencerles de que la Lengua y la Literatura son dos armas que pueden serles muy útiles. Hasta para pensar en números necesitamos las palabras, con lo cual el lenguaje es un instrumento que deben saber usar. En cuanto a la Literatura, existe la creencia vana de que sólo pueden escribir los novelistas, los poetas, los cuentistas. A mí me interesa que los alumnos y alumnas comprendan el maravilloso cauce de expresión personal y de vuelo imaginativo que encierran los libros. Trato de mostrarles que uno puede asumir un papel más activo que el de simple lector, armarse de un bolígrafo y escribir un diario, o un cuento en el que narre en qué monstruo querría convertirse, de tener ocasión. En los talleres de relato me llena muchísimo encontrar a adultos que han asumido el vicio de la literatura como un ocio y que tienen la valentía de querer compartirlo con otras personas. Disfruto mucho de las clases con ellos, que son lectores impenitentes que se emocionan con un título o un personaje y se pueden pasar horas hablando de obras o autores. Aprendo cada día.
¿Significa algo especial para ti publicar en Páginas de Espuma?
Claramente, sí. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que yo era una lectora entusiasmada de la editorial, porque me parecía estupendo que alguien se arriesgara por el cuento y le diera tanta cancha. No podía imaginar que, igual que Alicia, un día cruzaría el espejo y me convertiría en parte del catálogo, con escritores a los que admiro tanto desde siempre. Es un lujo y un orgullo enorme, desde luego, estar en Páginas de Espuma.
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Isabel González González -
Inde -
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