UN HOMBRE, UN PAISAJE, UNA PASIÓN
UN HIOMBRE, UN PAISAJE, UNA PASIÓN
EL GRAVE RETRATISTA DE ALMAS HERIDAS
-Miguel Delibes (Valladolid 1920-2010) ha practicado casi todos los géneros: novela y relato breve, libros de viajes, diarios, ensayos, manuales de literatura, textos políticos y diversos volúmenes de esto y de aquello que recogen sus artículos de prensa o sus impresiones de actualidad, incluyendo su pasión por el fútbol y en concreto por el arquero del Real Zaragoza de los años 40 Andrés Lerín, al que evocó varias veces. E incluso ha sido, de modo más o menos diferido, un memorialista muy personal en ‘Señora de rojo sobre fondo gris’ (Destino, 1991), donde recreaba la muerte de su mujer Ángeles Castro y el insondable dolor posterior, y en ‘Las ratas’ (Destino, 1962), un compendio de experiencias personales en un medio rural que agoniza. Delibes ha sido un narrador fundamental de la posguerra, muy querido por el cine y por el teatro, un abogado de los perdedores, que ha conjugado como nadie ética y estética. Su texto más barroco, y quizá estilísticamente más bronco, fue el primero, ‘La sombra del ciprés es alargada’ (Destino, 1947), un inesperado Premio Nadal que le vinculó al sello Destino y a su editor Josep Verges; la amistad de ambos y las diversas tribulaciones de la relación las desveló en un libro como ‘Delibes-Vergés. Correspondencia 1948-1986)’ (Destino, 2002). Delibes solía fotografiarse casi siempre ante la colección, en tapa dura, del sello ‘Áncora y Delfín’ de Destino. Esa era su casa de fondo: el sello y el puerto donde le gustaba publicar sus libros.
Desde sus inicios ha sabido alternar su preocupación por Castilla, el territorio constante de su vida, por su paisaje y su paisanaje, con retratos muy complejos de personajes muy diferentes y con agudas y meditadas visiones de la realidad española. Delibes era un grave retratista de almas heridas que decía que una novela exige un ser humano, un paisaje y una pasión. Al lado de novelas como ‘El camino’ (1950), que cuenta el tránsito del mundo rural al mundo urbano, casi una elegía del paraíso perdido, las narraciones de ‘Viejas historias de Castilla la Vieja’ (1964), la magistral ‘Los santos inocentes’ (1982) o su novela histórica ‘El hereje’ (1998), que le devolvió a la máxima actualidad, hay que situar libros tan personales como ‘Diario de un cazador’ (1955), ‘Diario de un emigrante’ (1958), ‘Mi idolatrado hijo Sisí (1953), ‘La hoja roja’ (1959), ‘Cinco horas con Mario’ (1966), ‘La mortaja’ (1970) o ‘El príncipe destronado’ (1973). Entre sus libros de viajes y de crónicas sociales y políticas se encuentran ‘Por esos mundos: Sudamérica con escala en las Canarias’ (1970) y ‘La primavera de Praga’ (1970). Delibes fue un hombre de palabra, valiente y decidido, un maestro de periodistas y un humanista, en el sentido más extenso del término, que criticó el franquismo y que luchó contra la censura a la vez que arropaba el talento de José Jiménez Lozano, Manuel Leguineche, José Luis Martín Descalzo y Francisco Umbral, entre otros. Escribió del amor, de los desheredados y acosados por el poder y el destino, escribió de la vida, de la vejez y de la muerte con un estilo transparente y hondo, y su obra fue un cántico constante al castellano: una prosa antigua y moderna de campo, paseo y caza. Le gustaba hablar con todo el mundo, “pegar la hebra”, oír al cazador (es, sin duda, el gran escritor cinegético de España) y al campesino, y sabía contar como nadie ese momento en que el niño, el adolescente o el anciano se quedan como náufragos, sin asideros, estupefactos ante el curso de los acontecimientos. Como los niños de ‘El camino’, como el viejo Azarías y su ‘Milana, bonita’. Era un hombre discreto y cálido, uno de los nuestros, distinguido con todos los premios y con el absoluto fervor de los lectores. En los últimos años contó con una activa cátedra universitaria, en la Universidad de Valladolid, que dirigía la aragonesa María Pilar Celma.
II. EL REPORTERO
El periodista de todas las secciones
Miguel Delibes dijo en una ocasión que “el periodismo era como un borrador de la literatura”. Lo fue para él, sin duda, porque desde las páginas de El Norte de Castilla, donde se inició y se forjó, aprendió dos cosas fundamentales: la valoración humana, sociológica e histórica de los hechos, y la labor de síntesis que exige la prensa. Delibes añadía que su misión era buscar al otro, al lector, y para ello en muchas ocasiones se tenía que valer de una máxima, que es casi una aspiración: “Se trata de decir lo máximo con las menos palabras posibles”. Explicaba que la redacción de un suceso puede contener todo el arte de narrar y que una entrevista es una magnífica escuela para hacer hablar a los personajes, un campo de pruebas del diálogo narrativo.
El joven estudioso de Derecho Mercantil sintió desde muy pronto la llamada de las linotipias. En 1941, inició su colaboración con El Norte de Castilla como caricaturista y dibujante, aunque también realizaba el diseño de rótulos de secciones. Dos años después, se convirtió en redactor y realizó distintas funciones vinculadas con el periodismo literario: fue crítico de cine, comentarista de libros, en particular de novela española y extranjera. El director Francisco de Cossío estimuló su vocación y el uso de la creatividad. De ahí pasaría, algún tiempo después, a ser editorialista.
Desde muy pronto, eludiendo la censura como podía, manifestó una inclinación hacia los postergados, los parias del mundo. Con sus reportajes, viajes por Castilla, su preocupación por la situación social del campo, su resistencia a aceptar consignas o lugares comunes que difundía el régimen, Delibes trazó su propio camino. Dirigió el periódico de su ciudad desde 1958 a 1963. En ese periodo animó y formó a una espléndida generación: Martín Descalzo, Umbral y Leguineche. Delibes escribió de todo en la prensa: realizó varios viajes alrededor del mundo, redactó unos textos sobre la primavera de Praga (que publicó en Triunfo), realizó entrevistas a personajes locales, opinó de deportes: caza, natación, automovilismo, ciclismo y fútbol, por supuesto. Miguel Delibes corrigió al gran Di Stéfano cuando éste dijo que en las victorias sólo el 10 % era mérito del entrenador, y en las derrotas, el demérito alcanzaba el 40%. Delibes, observador y comprometido, sutil en la esquiva de los censores, dijo: “El alma del equipo es el alma del entrenador”. Muchos dirían que Delibes, que recogió sus textos de prensa en “Pegar la hebra” (1990) o “He dicho” (1991), entre otros volúmenes, también encarna el alma del periodismo, su honda transparencia. “Soy un hombre que escribe sencillamente”, confesó una vez.
*La primera foto es de 'Diario de León' y la segunda se halla en los blogs de Rtve.
1 comentario
janpuerta -
A veces leyendo alguna de sus obras me imaginaba a un escritor de la generación del 98. Fuera de su época.
Descanse y viva eternamente. Ganado lo tiene.
Un abrazo