Blogia
Antón Castro

CON CONGET, EL JUEVES, EN ANTÍGONA

CON CONGET, EL JUEVES, EN ANTÍGONA

Julia Millán, de Antígona, escribe:


Os invitamos a la Presentación de LA CIUDAD DESPLAZADA de José María Conget, una colección de ocho relatos publicada por Pre-textos que celebraremos el próximo jueves, 10 de junio, a las 8 de la tarde.

Para hablarnos del libro contaremos con la presencia de Antón Castro, que acompañará a José María Conget, escritor galardonado con el Premio de las Letras Aragonesas, residente en Sevilla, y un gran especialista en cómic, en cine [es un gran experto también en ‘Poesía y cine’, como probó en ‘Viento de cine’ (Hiperión)] y, sobre todo, en literatura. Actualmente, Ignacio Martínez de Pisón prepara la edición de sus tres primeras novelas para la colección Larumbe.



FRAGMENTO DEL LIBRO:

“Las encrucijadas del azar, las cuitas del amor desdeñado, también las catástrofes de la pasión compartida en la puesta al día de un célebre relato cervantino, la memoria y sus traiciones, protagonizan algunos de los ocho cuentos de La ciudad desplazada. En otras páginas un hombre se enfrenta simultáneamente a la muerte y a la propia banalidad, un veterano profesor revive las situaciones de tantas películas sobre adolescentes rebeldes en las aulas, y una voz anónima recorre una biografía marcada por la obsesión o enfermedad de la bibliofilia. El volumen se completa con un texto en el que el autor declara todo lo que sabe de fútbol y nunca se atrevió a confesar”. José María Conget

 

 

 

UN ESCRITOR FELIZ: AUGUSTO MONTERROSO

 

Por José María CONGET

 

De todos los escritores que he conocido personalmente, ninguno me produjo la impresión de ser dichoso, pese a todas las ineludibles melancolías que genera el tiempo, salvo Augusto Monterroso, el inolvidable Tito. Hay escritores que viven pendientes de no resbalarse de su pedestal, los hay que se apostaron frente a un simbólico juzgado de guardia para demandar de inmediato a quienes atenten contra su fama; a muchos les atormentan los honores ajenos, nunca tan merecidos como los propios, y unos cuantos, aunque no numerosos, se han resignado a su puesto en el escalafón que, eso sí, defenderán con sátiras y sonetos —los cultivadores del endecasílabo son los que peor llevan, sin cicatrizar siempre, las heridas de la literatura— contra los advenedizos que pretendan usurpar su rincón en la cuarta fila de la foto de la posteridad. Sin embargo, tengo la impresión de que Tito es de los pocos, tan pocos que a bote pronto me cuesta localizar a otro, que en sus textos confiesa padecer deficiencias morales con las que nosotros jamás le habríamos adjetivado. Así, en el prefacio de La letra e declara a propósito de su libro que «escribiéndolo me encontré con diversas partes de mí mismo que quizá conocía pero que había preferido desconocer: el envidioso, el tímido, el vengativo, el vanidoso y el amargado».

Dejemos a un lado la timidez y en esa enumeración descubriremos los atributos de la mayoría de los ciudadanos de la República de las Letras. «Es falso que entre escritores exista la camaradería, es decir que se traten con amistad y confianza», le dice a su mujer Bárbara Jacobs en uno de los diálogos que ésta reproduce en Vida con mi amigo. Mis recuerdos de Tito contradicen de forma radical, en lo que a él atañe, la anterior afirmación; incluso en conversaciones privadas y vinosas, cuando los autores aquilatan su veneno, era generoso con los colegas o, en el peor de los casos, irónico sin acritud. Para mí su personalidad y su obra resultaban de una insólita combinación de inteligencia, humor y escepticismo. Amaba los libros —no he olvidado la mezcla de sensualidad y orgullo con que me mostró su primera edición de Cantos de vida y esperanza—, había leído mucho y muy agudamente pero, tal vez por ser inocente de pedantería, carecía del exhibicionismo cultural al que tan propenso es el gremio. De mis encuentros con él y con Bárbara lo que más me gusta evocar son las risas. Nos reímos en Chicago y muchas veces en Nueva York, nos reímos durante una noche memorable cerca del Zócalo en México y aquella tarde en casa de Álvaro Mutis recitando nuestros pésimos poemas favoritos. En el año 2002 estábamos citados en Cádiz y en París pero la reunión no fue posible. Ahora que sé que no volveremos a reírnos juntos no quiero repetir el juicio, ya inapelable, del magisterio de su obra. Fue un gran escritor y algo mucho más difícil: un escritor feliz.

1 comentario

José Mª Pemán Martínez -

Antón, cuéntale el concierto de La Almunia con poemas de su libro. Un abrazo.