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Antón Castro

PALABRAS PARA DORIS LESSING

En los años 70, un académico sueco le dijo que ella no les gustaba, que nunca ganaría el Nobel. Lo ganó, y también el Premio Príncipe de Asturias. Fue siempre una escritora radical, inconformista y desconcertante que se atrevió a gritar contra la injusticia y a favor de la mujer, la libertad y la vida.

 

El amor, la memoria y la guerra de una mujer insobornable

Quizá la mejor novela de Doris Lessing sea su propia vida, tan plagada de contradicciones y de aprendizaje. Sintió muy pronto la pasión de la literatura y, tras numerosas convulsiones, decidió largarse lejos del volcán de África. Al poco tiempo de llegar a un “Londres de pesadilla” (así lo escribió en sus espléndidos ‘Cuentos de Londres’, 1987) publicó su primera novela: ‘Canta la hierba’ (1950), un grito ante la injusticia que se vivía en África; ese combate contra el racismo y la opresión no le abandonará jamás. No tardaría ser declarada persona ingrata en Zimbabue y Suráfrica. Trabajando de casi todo (de telefonista, de niñera, de oficinista, de periodista indomable), logró hallar su sitio con nuevos libros como ‘El cuaderno dorado’ (1962), que fue casi un catecismo feminista de la Transición con su defensa de la libertad e independencia de la mujer, con su escritura sincopada y con su vehemencia, que a veces la emparienta con Marguerite Duras.

Con todo, Doris Lessing, que siempre ha sido una mujer insobornable que cuestiona “la función social de la literatura”, forjó una obra literaria variada que aborda la relación entre el hombre y la mujer y la fuerza del amor, como se ve en un libro como ‘De nuevo, el amor’ (1995) (donde dice: “Enamorarse es recordar que uno es un exiliado”) pero también en ‘La grieta’, que se remonta a los orígenes del hombre. Creó series de ciencia-ficción e indagó con energía y reflexión en la fascinante materia de su existencia: ahí están sus libros autobiográficos ‘Dentro de mí’ (1995) y ‘Un paseo por la sombra’ (1997); iba a completar una trilogía, pero dijo que no quería herir a la gente vulnerable y redactó un libro más bien alegórico como ‘El sueño más dulce’ (2001).

Le obsesionó la guerra, “siento ira, ira contra la guerra”: su padre combatió en la I Guerra Mundial y regresó de ella más moribundo que otra cosa. Creía que la memoria y el tiempo, “los recuerdos que nos identifican”, son dos de los temas esenciales de su escritura. Vivía en Londres en una casa con tres plantas, con jardín y flores, llena de periódicos y libros en absoluto y polvoriento desorden. Era contundente en sus opiniones, provocó a más de uno cuando envió una novela bajo seudónimo, y cuando le pedían que analizase los nuevos tiempos, Lessing –lectora de Virginia Woolf, de Yeats, de Dostoievski, Tólstoi o Chéjov- se mostraba inconformista. Solía decir: “Lo que me irrita es que ya nadie se indigna”. Ella, con una dulzura rabiosa, se encolerizaba contra la injusticia. Esa lucidez fue uno de los atributos de su grandeza.

 

De aquí he tomado las fotos.

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