ANTÓN CASTRO: UN DIÁLOGO EN LIMA
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán.
Realizada en Lima en el verano de 2009.
El escritor y periodista español Antón Castro (La Coruña, 1959) vino a Lima para ofrecer una conferencia y un taller literario de varios días, invitado por el Centro Cultural de España. Tras su estadía en nuestro país se iría de inmediato a dar más talleres y conferencias a Buenos Aires, Argentina, y luego volvería muy brevemente a Lima. Castro ha publicado más de veinte obras, entre las que podemos mencionar El corazón desbordado (1990), Bestiario Aragonés (1991), Veneno en la boca (1994), Vidas de cine (2002) y libros para niños como Jorge y las sirenas (2009). Igualmente, ha dirigido el suplemento Artes y Letras en el periódico Heraldo de Aragón. Además, ha conducido diversos programas televisivos -actualmente trabaja en Aragón TV como presentador del programa Borradores, donde ha entrevistado a muchos importantes escritores y personajes del ámbito cultural de su país-. Por su trabajo cultural ha sido reconocido con el Premio de la Asociación de la Prensa de Aragón y también con el Premio de Periodismo Ciudad de Zaragoza. Por otra parte, Castro tiene un interesante blog epónimo desde el año 2005, el cual mantiene siempre actualizado. En la siguiente entrevista, el narrador ibérico nos cuenta sobre sus profundas motivaciones literarias y su labor como periodista cultural.
Antón, una frase tuya es que “a uno lo marcan los cuentos que lee”. ¿Cuál ha sido el primer cuento que te ha marcado, con cuál la literatura entró en tus venas?
Una de las primeras veces que tengo conciencia de leer un cuento creo que es un cuento que aparecía en nuestros manuales de literatura, cuando estudiábamos en educación general secundaria, que era Maese Pérez, el organista (1861) de Gustavo Adolfo Bécquer. Una historia realmente muy fantástica, a la vez de terror, a la vez de apariciones. Curiosamente ese cuento -a mí me gusta muchísimo el Bécquer narrador más que el Bécquer poeta- tiene mucho que ver con el mundo que me contaban en la infancia. Un mundo fantástico, de miedos, apariciones. Claro, eso no lo sabía en ese momento. Ni siquiera sabía que el mundo que me habían contado era ese, pero de repente vas avanzando en el tiempo, te vas dando cuenta, y dices: “Claro, esto es lo que me contaban”. Entonces, me pareció como si algo inconsciente que yo tenía dentro de mí, de repente apareciese en un cuento. Además, es un escritor que tiene una vida breve. En España es un escritor importantísimo porque es el emblema del romanticismo. Es como podría ser aquí (José) Santos Chocano.
Acá se le considera muy bien.
Exactamente. Es un hombre que además marca mucho la obra, por ejemplo, de Rubén Darío. Entonces, a mí aquel cuento me perturbó, me gustó muchísimo, y fue de las primeras veces que tuve la sensación de lo que era un cuento. Luego leí muchos cuentos. También hay otra cosa que me impresionó: recuerdo que en mi casa mis padres apenas leían, y de repente, en una oferta que salía del Círculo de Lectores, en una revista de las que yo leía, ofrecían un paquete de libros. Uno de los paquetes que ofrecían era Eugenio Sue, Madame Bovary (1857), Salambó (1862) de Flaubert, y me lo compré. La verdad es que leí con mucho placer todo aquello. Entonces, creo que la literatura empezó ahí y ya luego lo que empezó como un torrente fundamental fue la literatura latinoamericana. Sobre todo con Gabriel García Márquez. Leí Cien años de soledad (1967) y aquello me pareció como la explosión de lo que era la novela pero también lo que eran los cuentos. Porque Cien años de soledad es una novela muy unitaria, una novela cíclica, pero si te fijas está llena de personajes, y cada personaje tiene un montón de cuentos secundarios.
Aparte, es un gran cuentista García Márquez.
Por supuesto. A mí me impresionó muchísimo un libro que es Ojos de perro azul (1950). Aquel libro me reveló varias cosas: el mundo de William Faulkner, que él había asimilado con esa densidad, ese mundo de perturbación, esas pasiones telúricas. El mundo de Kafka, que ya estaba en varios cuentos. Y luego, me encantó su propio mundo, ese mundo del trópico. Siempre recuerdo uno de mis cuentos favoritos que era La siesta del martes -del libro Los funerales de la Mamá Grande (1962)-. De repente leo La siesta del martes y digo: “¡Qué maravilla!”.
Doce cuentos peregrinos (1992).
Ahí tenía cuentos preciosos. Uno de los cuentos peregrinos tenía piezas preciosas. Uno de los cuentos de Doce cuentos peregrinos primero apareció en un artículo (en 1976) en El País, se llamaba El rastro de tu sangre en la nieve. Era la historia de una mujer que se pinchaba con una especie de espina de una rosa y acabaría desangrándose.
Sí.
Nena Daconte creo que se llamaba la chica. Ahora hay un grupo de música en España que se llama Nena Daconte. Yo juraría que era una historia maravillosa, una historia de amor y desamor con ese fondo de nieve. Realmente García Márquez es un gran narrador, el hombre que construía todo un mundo, pero a la vez también tenía -como veías tú, por ejemplo, en sus libros previos- un proyecto en la cabeza que se llamaba La Casa, que luego le va a cambiar el título: Cien años de soledad. Pero hasta llegar ahí -que es un libro que escribe en un año y medio en México, encerrado en su casa- él va haciendo pasos: Ojos de perro azul, Los funerales de la Mamá Grande, todo ese mundo, e incluso La hojarasca (1955), La mala hora (1962), y todo ese mundo confluye en esa novela poderosa. Pero él va haciendo pequeños cuentos, pequeños fragmentos, y a mí eso de García Márquez me gusta mucho. Después de Bécquer, el paso siguiente que te descubre la literatura -para mí- con una potencia enorme, es García Márquez. Luego ya vienen escritores gallegos, muchos otros. Pero esos dos pasos son fundamentales. Y si quieres te cierro el ciclo de influjos: cuando descubro a (Federico) García Lorca. Sobre todo un libro que a mí me sorprendió, que se llamaba Romancero Gitano (1928). Es un libro de romances, en teoría. Pero son romances que mezclan, por una parte, el pozo popular, tradicional -lo que es el romancero hispanoamericano general- y la llegada de la poesía de vanguardia. Hace allí una fusión y tiene piezas preciosas. Y luego, en ese libro todos los romances son como historias llenas de magia, llenas de enigma. A veces no sabes lo que pasa, pero te seducen completamente, te subyugan porque tienen siempre una aureola mítica. Y eso es lo que le pasa a García Márquez, desde luego. Y también le pasa -en otro nivel- a Bécquer.
¿Te gusta leer cosas nuevas o releer clásicos?
Soy un escritor un poco clásico, si quieres un pequeño académico. No soy un escritor de rupturas. No. Soy un escritor que intenta afirmar un mundo. Me gusta descubrir todo el rato cosas. He llegado a Perú, y no sabía mucho quién era Nelly Fonseca, la descubrí, me puse a leerla como un loco. Hace años, no sabía mucho quién era Julio Ramón Ribeyro, hoy ya me voy de cabeza. No sabía mucho quién era Ciro Alegría, ¡bum!, allá me voy. No sabía mucho quién era John Fante, el maestro de Charles Bukowski, y allá me voy, porque me encanta. Es decir, me gusta siempre estar al tanto de lo que pasa. Ahora que he estado en Buenos Aires, pues he comprado lo que he podido. He estado buscando cosas y todo el rato quería saber lo que hacían los jóvenes, quiénes eran los autores importantes o escritores con personalidad. El mundo es ancho y ajeno, el mundo es inmenso, y la verdad es que lo mejor es descubrir cosas. Hay una serie de escritores que te conmueven, que son maravillosos, que te seducen siempre. Te seduce siempre Stendhal, Flaubert, Tolstoi en muchas cosas, Chéjov, algunos libros de Mario Vargas Llosa. Es tan bonito descubrir en cada lugar gente que escribe maravillosamente bien. Por ejemplo, me regalaron un libro que es una antología que ha hecho Eduardo Chirinos, que habéis publicado aquí. Es un libro -Rosa polipétala (2009)-, un título muy gracioso, y lo he estado leyendo. Descubrir cosas, encontrarme con escritores jóvenes, no jóvenes, me fascina.
Y en otro país tan lejano.
Eso ya me vuelve loco. Por ejemplo, soy muy aficionado a la fotografía. El otro día aquí estuve buscando a los fotógrafos peruanos. Ya sé que los grandes son Martín Chambi y los hermanos Vargas, pero a mí me interesan todos. En Argentina, una de las primeras cosas que he hecho es comprarme una historia general de la fotografía argentina. Lo que me interesa es hacer que el mundo sea cada vez más variado y rico. Porque el mundo es tan inagotable, ilimitado, infinito, que nunca lo puedes asumir ni asimilar por entero.
Para ti la literatura no es una manera de vivir el mundo sino una manera más de vivir el mundo.
Sí, por supuesto. La literatura para mí es muy importante, creo que soy un animal literario, tenga más o menos lectores, más o menos éxito. Creo que soy un enfermo de literatura, un letraherido -que dice a veces Vargas Llosa y que dice mucha gente-. Lo soy. Pero me interesa mucho la vida, los seres humanos. Es decir, la literatura es un elemento fundamental de la vida, pero no es el único. Me interesa el arte muchísimo, por ejemplo. Aquí he conocido algunos pintores peruanos, pero en Buenos Aires -que he tenido un poco más de tiempo- he descubierto a Antonio Berni, a los grandes ilustradores. Realmente me interesa mucho todo eso. Me gustaba Julio Ramón Ribeyro, por la visión que tenía del mundo, la capacidad de resumir las cosas en pocas frases. Esa relación que tenía como de tipo marginado, alguien que estaba fuera. El hombre escribía estupendamente bien, sabía crear personajes maravillosos. Y aquí hay otros muchos. Hoy, por ejemplo, he estado leyendo a Santos Chocano. Hay un personaje -que es un gran escritor también-, se llama Oswaldo Reynoso, también es de aquí…
En octubre no hay milagros (1966).
Exactamente, sí. También hablaban de otro libro suyo: ¿Los Inocentes (1961)?
También.
Ese tipo de cosas es un poco la manera cómo te mueves por el mundo.
Pero él (Reynoso) es el mejor escritor de los underground.
Exactamente, sí.
Y por eso hay un encontrón con el canon oficial de acá. Pero en verdad es mejor que muchos de los que están allí aceptados. Eso pasa en todos lados.
Cuando hablas del canon hablas de Bryce Echenique, Vargas Llosa, de todos estos…
Aunque Bryce Echenique -Antón, sé que lo admiras- acá en el Perú, después del problema que tuvo con los 32 plagios (ver la siguiente entrevista de Perú.21: http://peru21.pe/noticia/460221/alfredo-bryce-plagio-homenaje y esta nota de El Comercio: http://elcomercio.pe/noticia/460270/alfredo-bryce-echenique-plagio-homenaje) se vino…
Ha perdido.
…bastante abajo. Y es muy penoso para nosotros los peruanos.
Y para nosotros, también. Porque piensa que en España a Bryce Echenique lo queremos mucho. Es un hombre…
Ganó el Premio (Nacional) de Narrativa de España (en 1998, por Reo de nocturnidad).
Ha sido Premio Planeta (el año 2002, por El huerto de mi amada), es un hombre que en España se le quiere mucho. Ha vivido mucho en Barcelona, ha tenido muchísimos lectores. Me acuerdo en los años después del primer Boom -que nos llegó con Lezama Lima, Borges, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Octavio Paz un poco; ese Boom que era Sábato, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, esos grandes autores del Boom- vino uno posterior, que eran los escritores que tenían una calidad enorme pero que eran como los hijos. Uno de ellos, desde luego: Bryce Echenique. Que no es mucho más joven que Vargas Llosa. Me parece que Vargas Llosa es del 36 y él es del 39. Pero es un escritor que nos marcó mucho, sobre todo a través de dos libros. Uno -su mejor libro para mí- que es Un mundo para Julius (1970), y otro La vida exagerada de Martín Romaña (1981). Fueron libros que en España se leían mucho por la visión que tenía, por el sentido del humor, cómo describía Lima, cómo describía la relación entre los seres humanos. Y ahora te puedo decir que una de las personas a quien ha plagiado por completo todo el texto -salvo dos palabras- es muy amigo mío, es un escritor gallego que se llama José María Pérez Álvarez.
¿Cuál texto ha plagiado?
Es un texto (titulado Las esquinas habitadas) que publicó en Jano (en marzo del año 2005), un texto además que he publicado en mi blog. Es un texto que tiene un folio y medio.
Bryce plagió a este señor.
Sí, entero. Le cogió el texto entero.
Si lo ha hecho con 32…
Con muchísima gente, sí. Lo sé, perfectamente. Le cogió el texto entero. Es decir, un texto literal en completo, y le cambió dos palabras. Es una cosa realmente tremenda, porque no es necesaria. Un hombre de su talento… Ahora yo -no quiero aquí meterme con él ni nada, sino al contrario, darle un punto de ternura- creo que esto que le está pasando es el relato de un hombre enfermo seguramente de alcoholismo. Es un hombre que ha perdido -para mí- el norte. No creo que sea un desalmado, que haga eso por pura perversidad -él no lo necesitaría, tiene talento para hacer otras muchas cosas-, pero yo creo que es el producto de alguien que de repente se abandona en algo, y además, padece una enfermedad que no sé si es exactamente descontrol, alcoholismo o algo así. La cosa va un poco por ahí. Incluso hay alguien que me ha dicho aquí que los plagios nacen de su enfermedad. Es un hombre que bebe mucho. Si puedo decir esto -dicho con la ternura debida-, tengo la sensación de que Alfredo Bryce Echenique ha perdido un poco el respeto a sí mismo. No sé si por dinero, creo que más bien deriva de una cuestión patológica, de una enfermedad. Yo escribí un artículo contra Bryce, de manera irónica, sobre este tema que te digo. José María Pérez Álvarez es autor de varias novelas. Una se llama Nembrot (2002). Es un escritor conocido, pero tampoco muy conocido. No es Juan Goytisolo. Has entrevistado tú a Juan Bonilla, tampoco es Juan Bonilla. Es un buen escritor pero no tiene esa proyección pública. Yo escribí un artículo diciendo que de repente –la ironía, entiéndeme- Bryce Echenique se había puesto generoso y cariñoso: le gustaba mucho ese autor y como veía que ese autor que era muy bueno no acababa de salir, lo había plagiado completo. Para que surgiese este follón (lío) y en este follón la gente conociese mejor a José María Pérez Álvarez. Lo escribí en un artículo, con un poco de ternura y de mala leche. Y sobre todo con la perplejidad de no entender por qué a un hombre sobrado de talento, trayectoria, libros, respeto internacional en el mundo de la literatura, le ocurre eso.
¿Qué te causa temor en tu relación con la literatura? Esta relación -que se nota es muy intensa por la vasta memoria que tienes sobre libros, autores, épocas y corrientes literarias-: ¿te causa algo de reticencia o te entregas por completo?
No, yo me entrego por completo. Hay veces que la vivo como dices tú, con esta pasión, esta sinceridad apabullante, a veces casi avasalladora. A veces no sé muy bien dónde está la ficción y la realidad -me refiero en mi propia vida-. Entonces, la literatura la vivo como si fuera una forma más de respirar. Me confío mucho en la vida, la literatura y la gente. Dentro de esta pasión me entrego a la literatura también con un gran candor. Miedo no tengo a nada. Hoy, por ejemplo, me ha pasado una cosa muy curiosa: he inventado varios personajes -lógicamente en mis libros-, he creado un fotógrafo que su procedencia sería de un pueblecito de Teruel. El fotógrafo se llama Manuel Martín Mormeneo. Acabo de recibir una carta de una señora de Bahía Blanca, en Argentina, que se llama Isabel Mormeneo, y quiere saber si ese personaje que me he inventado es un antepasado suyo. Estas cosas me pasan constantemente en la literatura. Todo el mundo quiere saber si algunos personajes que invento y son de determinados lugares tienen que ver con antepasados suyos, si son reales. Pero en general, hombre, intento no molestar, no zaherir a nadie cuando se puede ver que alguien está ahí detrás. Intento no meterme con nadie porque creo que tampoco es necesario.
De repente esas personas que te piden datos de tus personajes ficticios -creyendo que son verdad- en el fondo quieren perennizarse a través de algo. Y ven que un escritor los puede perennizar con su apellido, su familia, con algo que se parezca a ellos.
Eso tiene razón. Me pasó por ejemplo cuando inventé un personaje que ahora aparece en todos mis libros -en Golpes de mar (2006), en Fotografìas veladas (2008), antes apareció en Album del solitario (1999), en Los seres imposibles (1998)- y lo creé en un libro que llevaba su nombre: El testamento de amor de Patricio Julve (1995). Te hablo de un fotógrafo ciego de un ojo, cojo de una pierna, se llama Patricio Julve, que tiene sus raíces también en un lugar de Aragón -aunque soy gallego llevo treinta años en Aragón-. Y entonces, recibí muchas llamadas. Mucha gente quería saber si ese personaje era su bisabuelo… Todo el mundo tenía un antepasado fotógrafo. Es una cosa que me deslumbraba. Y lo más gracioso que me pasó fue que un catedrático de universidad –cuando a partir de este libro, la historia de un fotógrafo, se habla de sus fotos- me preguntó que teníamos que hacerle una gran exposición antológica a ese fotógrafo porque teníamos que recuperar sus obras y presentarlo al público. Una cosa que me pareció muy bonita es cómo los personajes de ficción de repente se convierten en seres reales y cómo la gente -como dices tú- quiere tener un parentesco con ese elemento de ficción. Porque de alguna manera estos personajes acaban teniendo cierta inmortalidad a través de los textos. Una de las cosas que hace la literatura, en mayor o menor grado, con mayor o menor éxito, mayor o menor reconocimiento público, es conferir a los personajes cierta aureola de inmortalidad. Están ahí.
Mencionaste a Teruel (ciudad de Aragón). ¿De qué forma y por qué te había marcado Teruel?
Teruel es una provincia despoblada, que tiene todos los paisajes. No tiene mar pero tiene lagos, llano, serranía, alta montaña, páramos maravillosos. De entrada es una especie de mosaico de naturaleza muy variada. Allí llegaba el mar. Hubo dinosaurios en la zona de Teruel. Entonces, por distintas razones -básicamente porque soy marido de médico- durante quince años he estado viviendo en distintos lugares de Teruel. Primero viví en un lugar que se llama Camarena de la Sierra, una zona de alta montaña. Estamos hablando de 1500, 1600 metros, no estamos hablando de las montañas de los altiplanos del Perú. Era un lugar absolutamente paradisíaco. Un lugar frondoso que tenía pequeños ríos que atravesaban el paisaje. Vivir con la naturaleza, vivir con esa sensación de grandiosidad, que no es un Machu Picchu pero es grandioso a nuestra medida. Uno vive los paisajes que vive. Uno no vive en los Andes, no vive en la cordillera, vive otra cosa. De entrada, ese lugar me fascinó. Y me pasó una cosa muy bonita -que luego fue casi un método de trabajo-: mi mujer pasaba a consulta, yo estaba en casa cuidando a los niños que teníamos entonces, y la gente salía de la consulta y me venía a contar historias -como estamos tú y yo ahora aquí-, me contaban todo…
¿Era una costumbre en Teruel?
No. Es que mi mujer les dijo que su marido era periodista y escritor. Y que por qué no me venían a ver y contarme cosas. Entonces yo sacaba la cuaderna -como tú tienes ahora aquí- y empezaba a tomar historias. A veces me servía una frase: con una frase creaba un mundo. Y de esa estancia que fueron tres meses en tres años sucesivos –88, 89 y 90- yo escribí un libro que se llamaba Los pasajeros del estío (1990). Un libro muy especial, publicado en una editorial que se llama Olifante. Ahí nació la relación con un mundo muy sudamericano, porque a Teruel lo veía con esa textura sudamericana, esa envoltura mítica. Ese lugar que no sabes por qué hay tanto misterio, por qué la naturaleza es tan deslumbrante, por qué los personajes son tan extraños, y yo con eso hice mi primer libro. Luego nos fuimos a otro pueblo que se llama Cantavieja, que es una montaña impresionante, y ahí surgió El testamento de amor de Patricio Julve. En este caso ya no venía la gente a contarme historias. Era yo el que salía a las calles a hablar con la gente, a hacer un trabajo documental que luego llevaba a mi terreno. Hacía periodismo en el método de trabajo pero luego inventaba y creaba historias. Aunque algunas historias, la mayoría de gente me decía -cuando salió ese libro el año 95, que tuvo tres ediciones y publicó Destino-: ”es que tú has traído el mar a Teruel”. Porque como yo era gallego, yo al mar y tal. Teruel me marcó tremendamente porque es un lugar muy vinculado con la guerra civil, con distintos reyes medievales, con los maquis -esa gente resistente que cuando triunfa Franco se van al monte y hacen la guerra de guerrillas desde el monte-. Tenía un montón de cosas. Todo ese mundo me marca muchísimo, me gusta muchísimo y la verdad es que me dio todo. De niño me encantaba el paisaje con locura. Yo hacía dos cosas: me iba al bosque y me internaba a pasear solo, con un miedo infinito pero me apetecía hacer eso. Llevaba siempre una especie de amuleto. Luego en mi casa, cuando llovía, teníamos una especie de voladizo que nos cubría, y yo aplicaba el oído en la tierra, me quedaba allí tumbado, acurrucado como en posición fetal y escuchaba el estremecimiento de la tierra. Me quedaba ahí. Escuchaba el golpe de la lluvia contra el suelo, esa especie de golpe de tambor. Escuchaba -vamos a poner un poco de imaginación-…
Es una imagen bien cinematográfica.
…cómo se estremecía la tierra. Esto lo hacía yo cuatro o cinco veces al año como mínimo, porque me encantaba. De repente se pone a llover, se despiertan unos olores de borrasca, y yo me aplicaba ahí, me quedaba así acurrucadito, como si no hubiera nacido. Y escuchaba, veía, cómo caía la lluvia, escuchaba la música, para mí era una sensación maravillosa. Es decir, ahora, muchos años después me acuerdo de esa imagen como una que define mi amor a la naturaleza, mi búsqueda de captar el misterio, mi relación casi telúrica con la tierra, como superficie matricial, como matriz del mundo.
“…Avanzó hacia el interior de las rocas como si quisiera recorrer por última vez los escenarios de una pasión extinta ya, pero que no acababa de consumirse en su interior con calma y sin avivar el espanto de la decepción…”
De Golpes de Mar de Antón Castro
Hablaste de Golpes de mar que antes se llamaba Marinos y mujeres…
Sí.
…y dijiste que era tu autobiografía como escritor, y que te costó más de veinte años terminarla, en tres versiones distintas. ¿Cómo se escribe un mismo libro tantos años? Uno a veces siente que pesa el libro porque lo tiene ahí…
Cuando digo que es mi autobiografía de escritor quiero decir que es el primer libro que escribo o empiezo a escribir -por lo menos en los primeros cuentos- y es el último libro ahora. Ya he publicado otro más, pero hasta el año 2006 es el libro que me acompaña siempre. Yo primero publico en el año 87 cuatro cuentos que se llamaban Mitologías -que era el germen de Golpes de mar-. Diez años después, en el año 97, en gallego esta vez, publico un libro que ya tenía once cuentos y se llamaba Vida y muerte de las ballenas. A esos cuatro cuentos iniciales yo le añadí otros siete. Y ahora, diez años después, el 2006-2007 publico Golpes de mar, la edición definitiva en castellano.
No va a haber una segunda edición definitiva.
Creo que no voy a ampliarlo más. Es decir, ya está redondeado el tema. Y entonces, ¿qué ocurre? Primero aparecen cuatro cuentos. En el segundo libro, en gallego, aparecen once. Cuatro y siete. Ahora aparecen dieciséis, pero he quitado algunos cuentos del libro segundo y he añadido otros cuentos nuevos. Es decir, es un libro que al principio escribí en gallego, lo traduje, lo publiqué en gallego, y finalmente he seguido trabajando ya en castellano y he completado Golpes de mar. ¿Por qué digo que es mi autobiografía de escritor? Porque es el libro que -de alguna manera- condensa mis obsesiones, mi mirada sobre el mar, los autores que me han gustado -y muchos están ahí presentes-. Es un libro de muchos homenajes, explica cómo un escritor que empieza con veinte años, veintidós, veintitrés, veinticinco, empieza a trabajar y va ampliando el mundo pero sigue siendo ese escritor siempre. Es un libro que me gusta mucho. No tiene nada que ver con mi autobiografía personal. Sólo hay un texto autobiográfico ahí, se llama Dos tardes con Beatriz de Sousa. Es mi libro que refleja más cómo soy yo. Cómo miro, cómo me interesan los personajes, el mundo del mar y el mundo irlandés, el amor, la muerte -casi como temor y mito-. Me parece que ese libro, si tuviéramos que hacer un autorretrato de Antón Castro como escritor, posiblemente sería el más perfecto. Aunque hay otro libro mío que me gusta mucho también, el último, Fotografías veladas. Otro libro mío que me encantaría regalar a todos los lectores -pero está agotado y la editorial no lo quiere reeditar- es el que más éxito ha tenido, se llama El testamento de amor de Patricio Julve: se inicia en 1835 y termina en 1996. Tiene como 160 años de historia, y son 160 años a través de distintos relatos, de un hilo conductor que sería ese fotógrafo Patricio Julve, a través de un paisaje muy teruelense, plenamente. Un paisaje montañoso, escarpado, fascinante, que se llama el Maestrazgo (una comarca histórica).
De Golpes de mar me llama mucho la atención que tiene un ritmo muy pausado y es muy poético. Por ratos hubiera sido un poema y por ratos una narración…
Sí.
…pero va combinado.
Eso es una cosa que hago siempre. Hay mucha gente que dice que mis textos son siempre muy poéticos. Yo escribo con esa naturalidad. Me interesa muchísimo el mundo de la poesía. De repente he empezado a escribir poesía de nuevo. Porque empecé escribiendo poesía de joven pero estuve como veinte años sin la poesía y ahora quiero hacer poesía. He escrito ya unos poemas. Pero hay una textura de la prosa que me gusta mucho. Intento que la carga poética no perturbe, que no moleste sino que dé matices nuevos. Para mí es muy importante en lo que hago la narratividad, la amenidad, el que te interesen unos personajes, lo que se cuenta, las situaciones, el color, el olor, el sabor. Y todo eso, ¿cómo lo doy? Primero, con un tratamiento especial del tiempo, que casi siempre en mis libros es muy intemporal -nunca sabes con certeza en qué momento están pasando las cosas-. Hombre, sabes que estamos en el siglo XX posiblemente pero no sabemos en qué nebulosa exacta está. Y me interesa mucho la poesía. Esas imágenes que de repente te abrazan, te envuelven, te crean un clima especial. Y sobre todo te meten en un lugar que estás cómodo, que estás bien. Mis textos son muy líricos, como dices; son reflexivos sin ser filosóficos, muy poéticos y narrativos. Yo no quiero que nadie se aburra nunca con mis textos.
Entrando a tu lado periodístico: cuando entrevistas a escritores – porque también entrevistas a gente de otros ámbitos de la cultura-, ¿has pensado que alguno de ellos te puede decir un secreto que tú no sabías o quisieras saber sobre literatura?
Mucha gente. Porque todos vivimos la literatura de manera especial, quiero decir que todos tenemos una pulsión íntima, reflexiva. Siempre hay mucha gente que te descubre cosas. Siempre aprendes. Incluso aprendes de escritores que tú sabes que son malos. Hay muchos escritores de éxito que son muy malos escritores, la relación con el lenguaje es muy mala. Son escritores que ni tienen un don poético, y sin embargo funcionan muy bien porque la gente busca en sus textos otra cosa. Busca entretenimiento fácil, fragmentos de historia, creaciones inmediatas. La verdad es que siempre me ha interesado mucho cómo los diferentes escritores van construyendo su mundo, qué es lo que les interesa. Hay escritores que te interesan mucho más. No es lo mismo entrevistar a Enrique Vila-Matas -que tiene una relación con la literatura increíble, llena de hechizos, de sortilegios, con una poderosa carga de azar- que entrevistar a escritores que no tienen un mundo literario. Son escritores que ven la literatura como instrumento para otra cosa. Me gustan más los escritores que tienen la enfermedad de la literatura, que tienen una relación muy especial, llena de recodos, secretos, laberintos, encrucijadas, con la literatura. Eso es lo que me gusta.
¿Entrevistar a Antonio Gamoneda también resultó igual de grato que entrevistar a Vila-Matas?
Sí. Es muy diferente. Hay como dos Gamonedas. La primera entrevista que le hice a Gamoneda no fue la que le hice en el año 2008 -coincidiendo con la Exposición Internacional de Zaragoza- sino que lo entrevisté por primera vez en el año 88, hace 21 años. Lo entrevisté en un viejo café de Zaragoza que está dentro de un restaurante donde va mucha gente. Es un lugar muy literario. Por allí ha pasado todo el mundo de la cultura, del arte, de las variedades. Todo el mundo ha pasado por allí. Lo entrevisté allí. Yo lo conocía, él acababa de publicar un libro que era como su antología poética total, se llamaba Edad (1987), por la que había recibido el Premio Nacional de la Crítica. Había sido una revelación que se conociera como un poeta de provincias y de repente sale con toda la fuerza del mundo. Un poeta de León, aunque él nació en Oviedo. Me perturbó mucho aquel hombre. Primero porque no era un poeta fácil, lo veías torturado. Era un poeta del conocimiento, del silencio, la muerte, de un paisaje desabrido, de nieve, un poeta del páramo. Estos poetas donde los elementos simbólicos son símbolos –valga la redundancia- de sentimientos del alma: la soledad, la pérdida.
Conceptuales.
Sí. Muy conceptuales. Él es un poeta que construye unas imágenes deslumbrantes, muy buenas, estupendas. Pero por otra parte es un poeta de todas estas cosas: soledad, vacío, pérdida, desamor, conocimiento, un poeta del hielo. Del hielo como elemento fundamental de la nieve, como elemento fundamental de desamparo en el mundo. Me sorprendió muchísimo aquello. Cuando lo he vuelto a entrevistar muchos años después, cuando ya era Premio Cervantes, él se acordaba. Nos hemos escrito muchas veces. Inclusive le he traducido algún poema al gallego. Es un hombre con su mundo, sigue un poco en sus trece. Me pasó una cosa muy curiosa cuando lo entrevisté esta vez. Él es un poeta que tenía una vena social, también. Leyó un poema sobre la memoria, sobre el rescate de la memoria en Galicia, en España, sobre los muertos -la gente que ha sido enterrada y no sabemos dónde-.
Por la guerra civil.
Por la guerra civil, sí. Y la verdad es que su poema fue impresionante. A la gente le impresionó. En España ha habido hace poco un debate, una especie de malentendido. Porque le preguntaron (a Gamoneda): “se muere Mario Benedetti”. Y entonces él dice -con muy buena educación- que es un poeta necesario, que su conciencia cívica ha sido muy importante, que es un hombre al que le tiene mucha admiración, pero que lo que él hace para él no es poesía, es otra cosa. Lo que vino a decir -más o menos- es que Mario Benedetti no era uno de sus poetas afines, él prefería otro tipo de poética. Le pasa a mucha gente. Mario Benedetti: hay gente que le gusta mucho y hay gente que no le gusta nada. Entonces, a raíz de eso ha sido muy insultado, muy vituperado…
Pero tiene unos poemas muy buenos, los últimos que escribía Benedetti…
Sí.
…no eran de “codo a codo”, eran mucho más elaborados.
No. Exactamente. No era aquello de “si te quiero es porque sos / mi amor mi cómplice y todo / y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos…”. Eso sería lo que se ha llevado a la música…
A los colegios, también.
A los colegios, también. Hay una cosa que no le puedo negar a Mario Benedetti -me puede gustar más o menos-: es un hombre que manejaba el lenguaje muy bien, tenía una facilidad… Era un poeta que tiene capacidad de convertir la poesía en un instrumento, que la gente hace suyo y lo vive de manera especial.
Como Ernesto Cardenal, también.
Y Ernesto Cardenal. Sí. Es muy difícil hacer tuya la poesía de Antonio Gamoneda. Me refiero a hacer tuya en un sentido colectivo, popular, es otra cosa, es un poeta…
Es muy individual.
Muy individual. Es un poeta que te obliga a pensar, un poeta que muchas veces no entiendes lo que dice pero te gusta cómo lo dice, y eso te lleva a pensar, a indagar. Porque hay una cosa que también me gusta: esa poesía que tú no entiendes nada de lo que te cuentan.
Todo es pura metáfora.
Sí, que es pura metáfora, que es encadenamiento de imágenes, que es un poco el aroma del lenguaje. El lenguaje tiene aroma, sabor, un montón de cosas.
Leíste un texto tuyo (en el taller literario que ofreció en Lima), “Las cartas de mi padre”, y fue muy emotivo. Digamos que ese agradecimiento que le haces a tu padre y que te decidiste por la literatura cuando viste que tu madre estaba emocionada por uno de los textos que habías escrito: esas dos imágenes son tus pilares emocionales para la literatura.
Sí. Mi padre apenas sabía leer. Mi madre leyó poco -fue al colegio tres o cuatro meses-, pero esa primera imagen, que de repente nos cambiamos de pueblo y yo de repente me pongo a escribir en la mesa de la cocina y hago una narración contando cómo recordaba nuestra vida anterior, y se la leo y mi madre se pone a llorar, eso me pareció tremendo. Entonces, efectivamente, fue como una revelación. La literatura agita, excita, moviliza estos sentimientos tan profundos, esta emoción. Eso para mí fue como si hubiera descubierto la piedra filosofal. Fue muy importante porque en ese momento mi padre ya había vuelto a casa, pero cuando mi padre estaba en el extranjero -mi padre escribía muy mal y empezaba sus cartas así-: “Querida familia, espero que vuestra salud esté bien, quedando la mía bien, también”. Siempre empezaba así las cartas. Y a mí me llamaba el rey de la casa. Había un momento que contaba cómo le iba, si trabajaba de barrero de sábados, si había hecho tal jardín, tal otro, y al final preguntaba por el rey de la casa. Y el rey de la casa, el chico pequeño, era yo, que tenía entonces entre seis y diez años, en esa franja de edad. Para mí era muy emocionante. Mi padre: nunca le he oído una palabra de cariño. Por ejemplo, me ves que soy muy afectuoso con toda la gente, que le animo y tal: mi padre era todo lo contrario. No nos animaba nunca a nosotros, parecía como si fuéramos un poco extraños para él. Éramos sus hijos pero a la vez era como si no le hubieran enseñado cómo hay que ser cariñoso.
No había comunicación física.
Le costaba, le costaba. Porque mi padre se marchó de casa a los seis, siete, ocho años, a trabajar de criado. No había vivido ni con sus hermanos ni con sus padres. Y cuando vuelve a vivir con sus padres y hermanos es muy poquito tiempo: tiene 23 años. Quince años ausente de casa, y se casa. Realmente, lo que es el núcleo familiar no lo llega a tener. Sin embargo, una cosa que me impresionó mucho de él y que me ha pasado también, es que él tenía a su padre –que al final de su vida padeció un cáncer- y lo iba a ver todos los días. Y todos los días se sentaba al pie de su cama, le daba plátanos, hablaba con él, intentaba mantener una conversación. La imagen más poderosa que tengo de mi padre -al margen de las cartas, de ir con él alguna vez, que me llevaba de la mano- era ver cómo cuando mi abuelo tenía setenta años, se estaba muriendo, él iba todos los días. Salía del trabajo e iba diez, doce kilómetros en su bicicleta -o en lo que fuera- a verlo y estar con él. Fíjate hasta qué punto estaba poseído y perturbado (su abuelo) por su enfermedad que -nosotros vivíamos en un segundo piso- un día llamó, empezó a subir escaleras, llamó en el quinto, otro día llamó en el cuarto y otro día llamó a la peluquería. Le abrieron, no vio nada. Iba tan absorto en sus pensamientos que entró hasta donde estaban peinando a las mujeres y la peluquera, con mucha tranquilidad, le coge del hombro y le dice: “Señor Benito, me parece que usted se ha equivocado de casa, usted vive abajo”. Esas imágenes son muy importantes para mí. Ya sabes que los escritores -cuando antes me preguntabas si me habían revelado cosas- tienen una relación muy especial con la literatura. Hay gente que la literatura ha sido un exorcismo contra la pobreza, hay gente que ha sido una manera de escapar de malos momentos, ha sido una manera de sublimar el amor, y ha sido también -a veces- un refugio contra ti mismo, contra la parte más destructiva. La literatura en mí tiene muchos lugares, muchas esquinas. Dos fundamentales son estas que tú has avanzado: esa vez que escribo un texto y se lo leo a mi madre, y esas cartas de mi padre -que eran un folio por las dos caras escritas- que leíamos ante la ventana de la cocina. Me emocionaba tanto cuando mi madre leía las cartas en voz alta -casi a trompicones-, tanto que se me caían las lágrimas. Yo era un niño. Mi madre me veía y, ¿qué me decía?: “¿Qué te ha pasado, te ha caído una mota en un ojo?”. Y yo le digo: “Sí, mamá. Un mosquito se me ha caído en el ojo”. Porque no quería decirle que lloraba de la emoción de oír las cartas de mi padre, pero eso era lo que me pasaba.
La última pregunta: ¿qué te pareció esta experiencia por Sudamérica?
Sólo había estado una vez en Latinoamérica -el año 97 en La Habana- y ahora ha sido maravilloso. Voy a empezar por Perú, porque he estado en Lima -he hecho algunos pequeños viajes, pero básicamente he estado en Lima- y la verdad es que he entendido mejor muchas cosas. Los peruanos son gente más humilde, aparentemente, que también te da -desde el silencio, desde esa mirada profunda- un gran cariño. Es gente muy meticulosa, y me ha tratado todo el mundo maravillosamente bien. En términos de experiencia: preciosa. Los talleres: me lo he pasado muy bien. No porque yo pensara que acertábamos sino porque tenía la sensación de que la gente estaba muy a gusto, muy feliz. Un poco rompiendo lo que sé que a veces son los talleres literarios canónicos. Hicimos unos talleres muy constructivos, muy diferentes, donde la gente dio lo mejor de sí mismo, con una gran creación general, colectiva. Donde hicimos un viaje por la literatura de todos los tiempos, por todos los géneros, a través de los textos. Para mí eso fue maravilloso. Y luego, el encuentro con la gente en la conferencia fue muy bonito porque yo estaba muy pendiente de la gente -teníamos una hora y pico, nos hubiéramos quedado ahí hasta mañana- y se veía feliz. No veías a nadie que se durmiera -siempre hay alguien que se duerme-. Creo que fue muy bonito, muy emocionante, y veía que la gente disfrutaba. Para mí fue estupendo y la ciudad me encantó, me encanta. Y en Buenos Aires me la he pasado muy bien -aquí tuve tres intervenciones, en Buenos Aires cinco-. Primero, un encuentro con los editores, luego, una charla con la gente del Centro Gallego, dos talleres de televisión y una charla. Hubo menos gente en Buenos Aires, una ciudad mucho más complicada. Quizá los argentinos no tienen ese cariño hacia el extranjero que se muestra aquí en Perú. Aquí la gente, los periodistas, todo el mundo, es muy cariñosa. Los argentinos están muy contentos de haberse conocido y menos contentos de conocer al que viene. A mí me da igual, yo he sido muy feliz. En general, me han tratado muy bien, han sido muy cariñosos y ha sido una experiencia maravillosa. Son dos ciudades muy diferentes. Buenos Aires es una ciudad enorme, grandísima; esta es una ciudad más destartalada pero con muchísimas riquezas, un pasado fantástico y -sinceramente te lo digo- he sido muy feliz. Mi mujer dice que este es uno de los viajes de su vida, que se lo ha pasado muy bien, que nos hemos sentido muy queridos y que al estar aquí se han consumado muchos sueños, muchas imágenes que teníamos a través de la literatura, a través de personajes como Martín Chambi, que tanto me gusta.
Muchas gracias por la entrevista, Antón, y esperamos que puedas volver en alguna otra oportunidad al Perú.
Yo espero que pueda volver, que ya estén aquí mis libros y la gente me conozca un poquito más. Muchísimas gracias.
Gracias.
Nota: esta entrevista fue realizada en el año 2009.
4 comentarios
José María -
Joaquín -
Debo confesar que si yo fuera profesor de literatura en un instituto, comenzaría el primer día lectivo leyendo a mis alumnos esta entrevista. Luego, por supuesto, les haría leerse "Maese Pérez, el organista".
Es una poética del animal literario, de la esencia de los cuentos, de la mezcla entre memoria e imaginación que nos hace humanos.
Joaquín -
Debo confesar igualmente que es una entrevista muy completa desde el punto de vista del Antón Castro escritor. Nos cuentas los orígenes de tu vocación con una contundente sinceridad y una capacidad de autoanálisis digna de toda envidia. Tal vez el Océano Atlántico te dio la distancia desde la que contemplarte.
Joaquín -
LA FORMA
Debo confesar que la he empezado a leer con la "molestia" de leer una transcripción de lo que debió de ser una conversación grabada, pero que poco a poco he agradecido ese tono tan literal y poco trabajado literariamente. El texto así expuesto convoca con mucha fuerza la presencia del entrevistador y el entrevistado. Es como si estuviéramos escuchando tu voz, Antón, adornada incluso por localismos que contagian tu discurso.