JJ ORDOVÁS: LADRONES DE BICICLETAS
Ayer recibí una amable nota del escritor Julio José Ordovás, narrador, poeta, dietarista y columnista habitual de 'Heraldo de Aragón'. La semana pasada publicó este artículo-cuento que me gustó mucho. Me lo manda y lo cuelgo en mi blog.
LADRONES DE BICICLETAS
Por Julio José ORDOVÁS
No parece marroquí. Al menos a mí no me lo parecía. Que es árabe salta a la vista, aunque yo daba por seguro que había llegado a España a través de los Pirineos, no del Estrecho. Pensaba que era francés, un francés de segunda generación, hijo de argelinos, crecido en la banlieue. Pasé por alto el detalle de que hablaba el español mejor que yo. Soy un negado para las adivinanzas, y también me equivoqué respecto a la edad: lo suponía más joven. Me equivoqué en la edad y en el trabajo, pero ¿cómo iba a adivinar que trabajaba en una pizzería? Se le acabó el trabajo hace unos meses, y fue a partir de entonces que me puso al corriente de su vida.
No le he preguntado cómo se llama. Tampoco creo que su nombre sea relevante.
Las primeras semanas sin trabajo no las llevó ni bien ni mal. Dejaba que pasaran los días pedaleando con calma de un sitio para otro. Sonreía con facilidad, estirando mucho la boca y sacando los dientes.
Había perdido el trabajo, pero no le faltaba dinero y conservaba su bicicleta, que apoyaba de cualquier manera contra la pared, sin candado y sin lanzarle, de reojo, ni una sola mirada vigilante. Demasiada confianza, viniendo de donde venía. Tal vez pensara que aquí las bicicletas, como los perros, se atan con longaniza. O que era un trasto muy poco codiciable, de tan rodado.
Cuando se la robaron sí le había puesto la cadena y el candado. Para una vez que la dejaba atada y bien atada. Suele pasar, de todas formas.
Me extrañó verle llegar arrastrando los pies. Se notaba que a él también se le hacía extraño desplazarse sin ruedas. Le pregunté por su bici y me contó que la tarde anterior se enredó en casa de unos amigos más de la cuenta y cuando fue a buscarla no quedaba de ella ni la sombra. “Cabrones”, repetía. Otro día me contó que en Fez, su ciudad natal, sufrió un accidente serio y que por eso le había cogido miedo a conducir. “Ya sabes cómo conducen allí”. No lo sé, pero puedo imaginármelo.
Con su bici, además de cómodo, se sentía feliz. La bicicleta le daba alas. Un ciclista sin bici es como un cowboy sin caballo. Se parecen hasta en la manera de andar, un poco triste y un poco ridícula.
Hizo averiguaciones. Alguien le dijo que el ladrón sería probablemente alguno de sus paisanos. Roban las bicis en España y las llevan a Marruecos. Aquí podrían venderlas a mejores precios, pero exportándolas se ahorran complicaciones. Esperanza en recuperarla no tenía ninguna. En su lugar, yo me hubiera planteado la posibilidad de comprar una bici robada echando mano de algún conocido o, sin plantearme nada, y olvidándome de lo que le ocurrió al personaje de Vittorio de Sica por sucumbir ante la desesperación, hubiera robado una. Él no. Él fue al día siguiente a una tienda de reciclaje de bicicletas, donde le dijeron que debería esperar hasta septiembre. Si a comienzos de verano la gente abandona a sus mascotas, a finales de verano son a las bicicletas a las que abandonan.
A los pocos días apareció de nuevo sobre dos ruedas. “Es de mi cuñada”, me aclaró. La bicicleta prestada no le había devuelto la sonrisa, pero menos era nada. A la bici de su cuñada no le quitaba ojo.
Se aproximaba agosto y le pregunté si tenía previsto viajar al sur. Me dijo que seguramente sería su hermano el que bajaría a Marruecos, con lo cual él ocuparía su puesto en la pizzería durante todo el mes, de repartidor. Pero llegó agosto y su hermano cambió de opinión. No está tan mal como está, aunque qué duda cabe que estaría mejor ocupado en algo y con los bolsillos llenos. Vive en una casa sin vecinos molestos de la calle Alcalá. Como en un chalet, dice. Solo tuerce el gesto cuando se acuerda de su bicicleta y de los cabrones que se la robaron.
Me lo ha contado hoy a mediodía: su hermano se dio ayer un golpe con la moto y está en urgencias, en observación. No ha sido un simple susto. El casco le ha salvado la vida. Al menos da la impresión de que no se ha roto nada. El dueño de la pizzería le ha llamado para pedirle que lo remplace. Empieza mañana. Me ha parecido absurdo desearle suerte, así que le he dicho: “Ten cuidado, no vaya a ser que te roben también la moto”. Quizá no le haya hecho gracia, pero se ha reído.
*Reproduzco aquí dos bicicletas: una bicicleta 'Anfibia' de Antonio Ceruelo, que él me envío ayer a modo de felicitación por mi 51 cumpleaños, y la de Thomas Bernhard, que me envió el propio Julio José Ordovás.
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