'ELEGÍA': A LAURENT FIGNON
Fernando Valls cumplió años ayer y lo celebró, en una terraza al sol, acompañado de la mujer de su vida: Gemma Pellicer, escritora, bloguera y editora; Gemma, un auténtica creadora de microrrelatos, publicará en Zaragoza su primer libro. El domingo, Fernando Valls tuvo un gesto de cariño y delicadeza: reprodujo este texto mío dedicado al ciclista Laurent Fignon, que aparecerá en mi próximo libro, que se publicará en la primavera de 2011.
ELEGÍA
Laurent Fignon (1960-2010)
A Miguel Mena, ciclista que escribe
en la radio de la vida.
Algunos campeones parecen surgir de la nada.
Descienden sobre la tierra como el águila de los montes
o como el rudo tejón dispuestos a conquistarlo todo:
la niebla de las cumbres, la lluvia de los descensos,
los peligrosos barrizales, los kilómetros del llano.
Laurent Fignon, como antes Coppi, Ocaña o Charly Gaul,
apareció de golpe con una pedalada insaciable,
con esa arrogancia juvenil que es desparpajo y desafío.
Era uno de los jóvenes pupilos del bretón Bernard Hinault,
al que llamaban el intratable señor de los bosques. El leñador.
Fignon apenas tenía 23 años. Surgió, demarró y tomó distancia:
voló hacia el Alpe d’Huez y La Plagne ante el estupor general,
voló hacia París a tumba abierta en plena insurrección:
aprovechó una caída de Pascal Simon y todas las escaramuzas
de Ángel Arroyo y de otro debutante: Perico Delgado.
Exhibió un talento innato y un gran sentido de la aventura.
Se convirtió en el campeón más joven desde hacía exactamente
medio siglo: desde que en 1933 venciese Georges Speicher.
Volvió a ganar en 1984 en otra carrera incontestable
y su jefe de filas no se lo podía creer. ¿Adónde va ese loco
con sus gafas empañadas y el cabello de oro deslucido?
¿Por qué me abandona en el fango, por qué me burla
en cualquier calzada, cómo se atreve a humillar al campeón?,
se preguntaba el ‘Caimán’ que a todo aspiraba, como Merckx.
Fignon estuvo a punto de vencer en 1989: perdió ante el renacido
Greg Lemond por ocho segundos en París. Lloró de dolor
y escupió al mundo su ira, su inesperado desdén de derrotado.
Aquella estuvo a punto de ser su resurrección, tras años de lesiones,
de insolencia, de placenteras y etílicas noches y de otros venenos.
Perdió el Tour agónicamente y la sonrisa, y ganó su único Giro.
Laurent Fignon fue joven e inconsciente y un ciclista romántico,
un ‘profesor’ de la ruta que amaba los gatos de Baudelaire.
La muerte lo sorprendió demasiado joven mientras ensalzaba
las gestas de otros y se aferraba al ciclismo para seguir soñando.
Poco antes de cerrar los ojos miró hacia las colinas del mediodía
y, con una voz aflautada, murmuró: “Maldigo mi enfermedad”.
Cedía para siempre el maillot amarillo que más codició.
Vivir.
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