LABORDETA: SOLO ANTE EL PELIGRO
LABORDETA: SOLO ANTE EL PELIGRO
Por Félix ROMEO
A Labordeta le gustaba recordar que su primera aparición como músico había sido en el viejo casino de Belchite: silbando la melodía de “Solo ante el peligro”. Al terminar la actuación, un paisano se le acercó para decirle que no tenía ningún futuro y que sería mejor que se dedicara a otra cosa.
Le gustaba recordarlo porque la historia tiene algo de película del Oeste, de saloon y pistoleros, pero también le gustaba porque explicaba cómo su vida se había forjado gracias a la voluntad: la única forma de hacer las cosas es haciéndolas, sin miedo, con riesgo, con alegría, con entusiasmo y dándole a la opinión de los demás la justa importancia.
Por eso Labordeta hizo en su vida tantas cosas y tan distintas, y al mismo tiempo, gracias a su coherencia y a su dignidad, tan bien armonizadas entre sí.
Como su hermano Miguel fue siempre su referencia, Labordeta comenzó escribiendo poemas, una actividad que, aunque seguramente para la mayoría será una faceta bastante desconocida, él nunca abandonó. Hace unas semanas, pensando en el prólogo que abriría la pronta recopilación de su poesía completa, nos hablaba de las obras de Virgilio y de Horacio, algunos de cuyos pensamientos explican perfectamente su actitud vital, que les leía su padre, versado latinista.
La poesía le llevó a convertirse en editor y luego al periodismo, incluso llegó a fundar un periódico, “Andalán”, que contribuyó a fundar el Aragón democrático, y en seguida a la canción. Antonio Artero le llevó a convertirse en actor de cine: el rodaje de su documental “Monegros”, que es ya un germen de “Un país en la mochila”, la serie que le proporcionó una enorme fama, era una de sus fuentes preferidas de anécdotas.
A Labordeta le encantaba hablar del pasado, pero no era para añorar el tiempo ido sino para celebrar el presente.
La poesía, el periodismo, la canción, el cine y las novelas le dieron impulso para dejar la enseñanza, en la que nunca, ni en Teruel ni en Zaragoza, parecía haber sido infeliz, sino al contrario, y dedicarse profesionalmente a ser Labordeta. Es decir, a seguir haciendo muchas cosas y sin parar: buhonero en “Del Miño al Bidasoa”, pregonero en la realidad y en “Réquiem por un campesino español”, presentador de radio, autor de libros de viaje, columnista, viajero profesional, cantautor, fundador de partidos políticos... e incluso diputado durante varias legislaturas. Fue capaz de llevar la poesía al Congreso: rechazó la participación de España en la guerra de Irak leyendo un poema de su hermano Miguel, que es de los pocos poetas que ha publicado en el Boletín Oficial del Estado.
Ese gesto, que tiene algo de surrealista, engarza con una tradición de humor zaragozano, bastante somarda, en la que le encantaba sentirse integrado, con el propio Miguel, Luis García Abrines y Julio Antonio Gómez, incansable bromista.
Me he reído mucho con Labordeta, y es posible que su bigotón y cierta mirada adusta le hayan hecho pasar en ocasiones por un hombre más severo de lo que era.
Es extraño cubrir este duelo con palabras elogiosas o con datos, cuando sólo me sale escribir del sinsentido y de la rabia que me causan su muerte. Por eso, porque no me resisto a su ausencia, no se me ocurre nada mejor que acabar este artículo con sus propias palabras. Hace unos meses, le pedí a Labordeta, para una novela que alguna vez quiero acabar, que me escribiera los recuerdos más vívidos de su infancia y me envió estas palabras, llenas de vida y de deseo:
“Las tardes de verano viendo la puesta del sol desde las gradas de la piscina de Helios.
Colocarnos en mitad de la Pasarela los días de viento para notar cómo, en el centro, se bandeaba aquel enorme artilugio.
Mirar desde la entrada de la pasarela a los hombres que en el desagüe del Mercado Central pescaban madrillas con una habilidad increíble.
El paseo en coche de caballos el día de mi primera Comunión junto a mi hermano Donato y mis padres.
Los viajes en el tranvía nº 5/3 que iba de Torrero a las Delicias y que lo tomaba en Escolapios para ir todos los días al Colegio Alemán que estaba en la calle Cervantes. Los domingos de fútbol lo tomaba para ir al campo de Torrero.
Como vivía en la cale del Buen Pastor, justo a la orilla de la Iglesia de san Cayetano, de la que salía la procesión del Santo Entierro del viernes, todas las penitentes se colocaban en el gran patio las cadenas. Era un espectáculo que nosotros veíamos entre temblorosos y emocionados.
La tarde de verano que entre gritos corrió la voz por el barrio de que había aparecido descuartizado, en su tienda, el alpargatero de la calle San Pablo.
Los baños veraniegos en las balsas de los lavaderos públicos, situados al final de la calle de Predicadores, donde mi familia llevaba a lavar la lana de los colchones”.
*El escritor Félix Romeo ha sido uno de los amigos más cercanos de Labordeta: le animaba a escribir, viajaron mucho, compartieron un sinfín de proyectos. Félix fue el editor de uno de sus libros más bonitos: ’Tierra sin mar’, una compilación de artículos de aquí y de allá. Este texto se publicó en HERALDO, como el de José Luis Melero. La foto es una intervención de Ricardo Calero para el monasterio de Veruela durante el Festival Internacional de Poesía del Moncayo donde se le rindió un homenaje.
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