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Antón Castro

RETRATO DE PEPE, PEPIÑO, DON JOSÉ

 

Pepiño y don José

 

Pepiño. Elena Valenciano ha pedido que no le llamen Pepiño a José Blanco, ese discípulo de Guerra que ha aprendido a contenerse y que se ha mostrado como un hombre de Estado: con determinación, airado con los controladores y a la vez cargado de razones, dispuesto a morderse la lengua como quien se vuelve juicioso de golpe. José Blanco siempre ha caído mal; siempre parecía inoportuno, ventajista, sin sentido del humor. Un acusicas con voz de pito y el desmesurado acento del país. Metepatas e irascible. En la boda del alcalde Belloch, alguien le susurró que le emocionaría una noche tan especial, culminada con jota. Y él, sin sentido de la oportunidad, dijo: “Me habría emocionado si hubiese sido una muiñeira”. El Ebro pensó, a su espalda, “tierra trágame”. Pepiño, como personaje que se ha hecho a sí mismo, es receloso, vulnerable y no soporta las medias verdades. Si alguien le lanza una frase de doble intención, o con segundas, ahí sale él con el sable y el caballo de Santiago, y en esa batida no respeta a ningún enemigo: furioso, ataca a diestro y siniestro por tierra, mar y aire. Incluso a sus paisanos: a Mariano Rajoy, que rara vez ha sido Marianiño (lástima: qué bien le habría sentado a él el diminutivo), a pesar de sus orígenes y de su pasado gallegos. Pero José Blanco es Pepiño. Que es una forma dulce de llamarlo, irónica, un Pepiño tiene algo de entrañable. Y a la vez es una forma satírica y de menosprecio: un Pepiño es casi por igual un mafiosillo, mandón y a la par de poca monta, y un Pepiño también es un don nadie, el hombre fiel, el sabueso, y el amigo de confianza. José Blanco es un Pepiño en toda su complejidad. Y a veces, cuando se pone tieso y usa la corbata de la moderación estudiada, también puede ser don José. Y el lugarteniente del nuevo ‘one’: Rubalcaba.

Esta caricatura de don José Blanco es del diario 'El Público'.

1 comentario

Tío Chinto de Couzadoiro -

Don José Blanco pertenece al grupo numeroso de individuos que caen mal a la mayoría de sus semejantes. Y, seguramente, con razón. Porque don José es blanco de todas las puyas que se lanzan al pelota, al trepa, al advenedizo. Y, ya digo, con sobrados motivos. Vamos, que se lo ha ganado a pulso.