RETRATO DE PEPE, PEPIÑO, DON JOSÉ
Pepiño y don José
Pepiño. Elena Valenciano ha pedido que no le llamen Pepiño a José Blanco, ese discípulo de Guerra que ha aprendido a contenerse y que se ha mostrado como un hombre de Estado: con determinación, airado con los controladores y a la vez cargado de razones, dispuesto a morderse la lengua como quien se vuelve juicioso de golpe. José Blanco siempre ha caído mal; siempre parecía inoportuno, ventajista, sin sentido del humor. Un acusicas con voz de pito y el desmesurado acento del país. Metepatas e irascible. En la boda del alcalde Belloch, alguien le susurró que le emocionaría una noche tan especial, culminada con jota. Y él, sin sentido de la oportunidad, dijo: “Me habría emocionado si hubiese sido una muiñeira”. El Ebro pensó, a su espalda, “tierra trágame”. Pepiño, como personaje que se ha hecho a sí mismo, es receloso, vulnerable y no soporta las medias verdades. Si alguien le lanza una frase de doble intención, o con segundas, ahí sale él con el sable y el caballo de Santiago, y en esa batida no respeta a ningún enemigo: furioso, ataca a diestro y siniestro por tierra, mar y aire. Incluso a sus paisanos: a Mariano Rajoy, que rara vez ha sido Marianiño (lástima: qué bien le habría sentado a él el diminutivo), a pesar de sus orígenes y de su pasado gallegos. Pero José Blanco es Pepiño. Que es una forma dulce de llamarlo, irónica, un Pepiño tiene algo de entrañable. Y a la vez es una forma satírica y de menosprecio: un Pepiño es casi por igual un mafiosillo, mandón y a la par de poca monta, y un Pepiño también es un don nadie, el hombre fiel, el sabueso, y el amigo de confianza. José Blanco es un Pepiño en toda su complejidad. Y a veces, cuando se pone tieso y usa la corbata de la moderación estudiada, también puede ser don José. Y el lugarteniente del nuevo ‘one’: Rubalcaba.
Esta caricatura de don José Blanco es del diario 'El Público'.
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Tío Chinto de Couzadoiro -