'EL CICLISTA DE CHERNÓBIL', AVANCE DE LA NUEVA NOVELA DE JAVIER SEBASTIÁN
El escritor Javier Sebastián (Zaragoza, 1962) publicará en breve su nueva novela: El ciclista de Chernóbil, quizá la más ambiciosa y la más despojada de las suyas. Quizá la única que tiene un sustrato real detrás. He aquí un avance del libro que publicará el sello DVD de Sergio Gaspar.
La foto de estos niños de Chernóbil es de autor desconocido.
Un fragmento de El ciclista de Chernóbil:
Convencidos de que se morían, Rostislav Jrienko y su mujer Oletchka desmontaban las puertas de todos los pisos donde habían dormido al menos una noche. Las apoyaban sobre cuatro sillas, como si fuera la mesa suplementaria para una celebración en casa y con unas tijeras rayaban una cruz en la cabecera. Luego iban sus nombres: Rostislav, de Teremtsy, 1951. Y Oletchka, 1956. Cuando les llegara la hora, siempre tendrían así una puerta a mano, pues por encima de todo querían cumplir la tradición de sus antepasados, que consistía en presentar el cadáver sobre la puerta de casa para el velatorio.
Rostislav Jrienko, operario de la línea de ferrocarriles, y su mujer Oletchka habían vuelto a Pripyat después de los años. Igual que las lombrices, que durante mucho tiempo se habían ido hacia lo más profundo. Lo habían observado las abuelas de la aldea de Voznesensky. Pero ahora están saliendo. Se pueden comer y alimentan lo suyo, las lombrices.
Les tiene que quitar esta parte, mire. Lo demás se come todo.
Eso fue lo que le dijeron a Vasia, así se conocieron, hablando de lombrices. Y de puertas para presentar al muerto. Vasia daba una vuelta en bicicleta para mantenerse en forma y de pronto los vio agachados junto a la cañería de un desagüe, removiendo la tierra con las tijeras. Se miraron. Pasaron un par de minutos sin decirse nada, como si estuvieran contemplando una aparición.
Al fin, Vasia volvió a poner el pie en el pedal y justo entonces Oletchka dijo:
No se vaya, estamos aquí por las lombrices. Es carne tierna. Saben como las ranas de los estanques y no hay que ir tan lejos para cogerlas.
Algunas miden un palmo.
Se miraban con recelo. Como si, aparte de lo que veían, ni la voz de unos ni los ojos asombrados del otro fueran pruebas fiables de su existencia.
Antes del accidente de la central, Rostislav Jrienko había estado destinado en la estación de Yánov, junto a Pripyat. Trabajó cinco meses de mantenimiento de sistemas eléctricos, hasta que los evacuaron. Estuvieron una temporada alojados en casa de unos familiares de Kiev y luego las autoridades les entregaron un apartamento en Slavutych, la ciudad refugio que se construyó a toda prisa con aportaciones de cada una de las Repúblicas de la Unión Soviética. Edificaron a 38 kilómetros de la central. Eso era demasiado cerca. Y también era demasiado falsa aquella ciudad de Slavutych, en la que cada calle reproducía la arquitectura tradicional de una República distinta.
Teníamos allí una tienda de alimentación. Ropa de trabajo, toda clase de cebos para la pesca.
Oletchka se sentó en el bordillo de la acera y se retiró el pelo hacia atrás haciendo peine con los dedos. Luego se puso a limpiarse las uñas con las tijeras, con cuidado de que no se le escapara el botín de lombrices que tenía en la mano. Mientras hablaba, su marido Rostislav seguía buscando lombrices junto al desagüe. Nos las apañamos, ya lo ve. Y usted, ¿qué ocupaciones tiene?
Vasia tragó saliva. Se tomó su tiempo y después dijo que esconderse. ¿Eso es una ocupación?, preguntó Oletchka.
Bueno, también adecento mi habitación del Polessia, donde vivo, media docena de macetas con flores quedarían fenómeno. No hay que abandonarse, es ley para la supervivencia. Y los colchones que estén bien se almacenan, los demás se tiran. La verdad, yo tampoco estoy mal del todo. Pripyat empieza a gustarme. Cada vez vamos saliendo más gente del agujero. Acabaremos fundando una vida nueva, así lo veo yo.
Oletchka se le quedó mirando.
A Laurenti Bajtiárov igual lo conoce, siguió Vasia, al menos le habrá oído cantar.
Ah, es ese del Prometeus, dijo Oletchka mientras se ponía de pie. Nunca hemos hablado con él, debe de estar mal de la cabeza. Un día fuimos al Prometeus, porque sabíamos que andaba por allí, siempre rodeado de perros. Entramos de puntillas, nos sentamos en las butacas de atrás y le oímos cantar. Qué bien entonaba las melodías.
¿Se esconde porque es usted un delincuente?, interrumpió Rostislav Jrienko dirigiéndose a Vasia con un puñado de lombrices en la mano, tenía esa preocupación y quería una respuesta. Según lo que escuchara, le regalaba una.
Vasia se echó a reír. Oh, no, ningún delincuente. Y entonces casi se le escapa que era físico. Más en concreto, físico nuclear. Constructor Jefe de la Planta Nuclear Móvil del Proyecto Pamir. Pero se calló. Y aún se reía más. La desfachatez de reírse en aquella Pripyat polar junto a Oletchka y su marido, Rostislav.
El ciclista de Chernóbil. Javier Sebastián. De próxima aparición en DVD. [Hace algún tiempo, Javier Sebastián publicó en Heraldo la historia de unos personajes que realizaron un viaje a España y le darían la materia de su novela.]
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