INMACULADA DE LA FUENTE PUBLICA LA BIOGRAFÍA DE MARÍA MOLINER
Inmaculada de la Fuente, periodista de ‘El País’ y licenciada en Historia Moderna y Contemporánea, autora de libros como ‘Mujeres de la posguerra’ o ‘La roja y la falangista’, entre otros, acaba de publicar ‘El exilio interior. La vida de María Moliner’ en Turner (Madrid, 2011. 384 páginas). En este entrevista viaja a través del volumen y de la vida, la obra y la personalidad de “la mujer que escribió un diccionario”: María Moliner (Paniza, 1900-Madrid, 1981).
Inmaculada de la Fuente en una foto de Paco Campos de EFE.
"MARÍA MOLINER FUE UNA MUJER DE LIBRO"
¿Por qué has elegido a María Moliner para dedicarle una biografía de 380 páginas? ¿Qué te atrajo de ella?
Respuesta. Es un icono de la posguerra y del exilio interior. Y una figura clave del siglo XX como lexicógrafa. Además de una pionera en la Universidad, en Zaragoza como alumna y como docente en la universidad de Murcia. ¿Qué autor puede poner encima de la mesa un Diccionario como obra propia? En el terreno personal, además, María Moliner es una figura de mucho empuje, con un perfil neto de creadora silenciosa que resulta muy atractivo. Ya la cité en Mujeres de la posguerra (2006) Es paradójico que fuera una mujer tan discreta siendo a la vez tan luchadora. Puso mucho empeño en vivir y en crear y merece una biografía.
Dices que su leyenda y su fama nace, en realidad, de un fracaso: el rechazo de la Academia a su ingreso. Dices: “El rechazo de la Academia impulsó su consagración”. ¿Es así en realidad?
R. No, esa frase hay que leerla en el contexto en el que se narra su candidatura a la Academia y todas las vicisitudes que la rodearon. Su consagración nace con la publicación del DUE, aunque de forma lenta. Su aportación medular es el DUE. Pero que la Academia no la aceptara decepcionó tanto y se consideró tan injusto, que creó una corriente de simpatía hacia ella.
Hagamos un viaje por el libro, que está lleno de detalles deliciosos, como el de su nacimiento con la partera de Paniza.
R. Felipa Oteo, la partera, era una institución en Paniza. En la vida de María Moliner se mezclan los personajes importantes (Cossío, por ejemplo) con la gente sencilla, y ella sabía tratar con unos y otros. En una carta a Cossío menciona a Flora y, al principio pensé si sería una profesora. Pues no, mis últimos datos hacen pensar que era la mujer del conserje: solía estar en la cocina calentando la comida que llevaban los alumnos de sus casas. Y en Valencia, donde María vivió en la década de los treinta del siglo XX, además de relacionarse con los intelectuales del momento, era conocida entre los tenderos de su barrio como la madre joven que también era. Con motivo de su candidatura a la Academia, recibió cartas de algunas de esas gentes que había dejado atrás. Y por último, en la época en que escribió el Diccionario tuvo una relación muy curiosa con linotipistas y correctores. Con algunos de ellos discutía bastante, pero siempre con mucha educación.
En su niñez hay una sombra: la desaparición del padre, médico ginecólogo, en Argentina. ¿Cómo le marca esa historia, crees que supo que su padre había fundado otra familia algunos años antes de fallecer en 1923?
R. La ausencia del padre fue inicialmente un tabú familiar. Los hijos de María y de Matilde Moliner desvelaron este secreto hace pocos años. Incluso María, que era muy verdadera en todo, se lo escamotea a Carmen Castro de Zubiri en una entrevista publicada en el Ya en 1972, al referirse a su padre como alguien que murió joven, no como alguien que se fugó. ¿Qué supo ella y cuándo lo supo? Creo que hay un momento, en la década de los veinte del siglo XX, cuando María empieza a ganarse ya la vida, y llegan noticias de que su padre ha fallecido en Argentina, que todo empieza a aclararse y que empieza a ser consciente de que su padre deja una segunda familia al otro lado del Atlántico. Creo que algún nieto intentó buscar o ponerse en contacto con los otros Moliner de Argentina sin demasiado éxito. Ignoro, por otra parte, si la familia española tiene más datos sobre el abuelo Enrique y sus otros descendientes, y respeto que lo quieran guardar para sí, ya que es un asunto que quizás no aporte mucho por resultar demasiado lejano.
No me queda del todo claro si estudia o no en la Institución Libre de Enseñanza, aunque sí se ve la vinculación tan especial con M. Bartolomé Cossío.
R. Un profesor de la Institución la tiene anotada como alumna en 1912 y ella misma refiere en tres textos distintos que estudió allí, probablemente entre los 9 y algunos años más. No consta, además, que fuera de la Insti fuera a algún otro centro en Madrid. Pero no asistió de forma regular ni nos sirven los parámetros actuales para calificar a un estudiante de alumno. A partir de los 12 años, además, se agudizan los problemas económicos en la familia y María a la vez que se va examinando por libre en el Instituto Cisneros de Madrid, estudia sola algunas asignaturas y da clase particular a alumno menos aventajados que le proporciona probablemente el profesor Pedro Blanco.
Una de las cosas que llama la atención de María Molier: su fuerza de voluntad, sus ganas de aprender, su capacidad de valerse por sí misma todo el rato, como quien no tiene juventud…
La fuerza de voluntad y el tesón que ponía en lo que le interesaba son los dos motores de su vida. Es cierto que casi no tuvo adolescencia, por esos problemas familiares que le hicieron madurar y cargarse de responsabilidades, pero sí vivió una parte de su juventud en Zaragoza, cuando estudiaba en la Magdalena.
¿Cómo explicarías su periplo universitario, qué te ha llamado la atención de una mujer tan silenciosa como obstinada?
R. Por un lado, su carácter de pionera, cómo se empeña, y lo consigue, en terminar una carrera universitaria en unos tiempos en los que solo una minoría de mujeres accedía a los estudios superiores. Y por otro su brillantez: su expediente universitario está cuajado de sobresalientes. Pero no era lo que se denomina una empollona ni tenía una gran memoria: su mente lógica que le servía para ordenar y jerarquizar el saber que adquiría y aprenderlo. En este tiempo, además, María no olvidaba que tenía que ayudar a su madre y ganarse unas pesetas. En concreto, en esos años dedicaba parte de su tiempo a trabajar a las órdenes del catedrático Juan Moneva en el Estudio de Filología de Aragón (EFA).
Cuentas una historia muy simpática con Américo Castro, la de una corrección, que ella no olvidó nunca.
R. Américo Castro fue durante unos pocos años profesor en la ILE y María cuenta que tras una excursión a Toledo, don Américo les pidió una redacción a ella y sus compañeros para la clase de análisis gramatical. En esa redacción María escribió: “Yo fui la primera que llegué a la casita”, y Castro le devolvió el ejercicio con esa frase subrayada, y añadió que se podía haber resuelto de este otro modo: “Yo fui la primera que llegó…” Estos misterios gramaticales le entusiasmaban y fueron el germen de su obsesión posterior por la lengua.
Por cierto, cuando hablas de su estancia en el Instituto Goya y de sus dificultades con la gimnasia, recuerdas que coincidieron un tiempo allí Sender, Buñuel y ella… ¿Sabemos algo especial de su relación?
R. María aparece en una foto colectiva con Buñel y se supone que se conocerían al menos de vista, aunque al parecer no compartieron pupitres. Sender no está en esa fotografía, y aunque se sabe que sí coincidió con Buñuel en clase, no es tan seguro que llegara a relacionarse con María. La coincidencia de los tres en un mismo espacio temporal es muy interesante a posteriori, pero entonces María bastante tenía con sacarse el título. Probablemente era discreta a la vez que despierta y desde luego, no iba para genio como ya se intuía en Buñuel en aquel momento.
¿Cómo podríamos definir su implicación con la II República?
R. Es una apuesta total por la educación y la cultura, de tal modo que Moliner no distingue en la práctica entre su proyecto personal regeneracionista y el de las autoridades republicanas en materia cultural. Más que una adhesión política es una identificación de proyectos, al ser consciente María de que el momento histórico que encarna la Segunda República es el idóneo para luchar contra el analfabetismo y para asentar libertades.
¿Cuál sería su importancia en la actividad de las Misiones Pedagógicas y sus textos sobre libros y bibliotecas?
R. Esta es una de las actividades de Moliner menos difundidas y, sin embargo es muy representativa, forma parte de esa “otra vida” igualmente eficaz y brillante de María antes de que el franquismo la sancionara y se embarcara en el Diccionario. En el área de Valencia y su provincia, su actuación es clave para que el proyecto republicano de llevar libros hasta los rincones más abandonados, eche raíces. Al ser bibliotecaria de profesión, Moliner tiene además una visión global del fomento de la lectura y trata de unir la red de bibliotecas de Misiones con las populares y estatales. En la década de los años treinta del siglo XX, Moliner es puro vértigo y actividad a favor de la cultura. Y además es feliz.
El franquismo también se cebó con ella… ¿En qué categoría de víctimas del franquismo la situarías?
R. El franquismo la postergó y frenó su desarrollo profesional como bibliotecaria, aunque fue su marido, también sancionado y apartado temporalmente de su cátedra, quien sufrió más los efectos de la depuración. Un sufrimiento que María compartió también solidariamente. En el caso de María, el franquismo y la pérdida de la libertades supusieron la muerte de algunos de sus sueños y en concreto, el de su Plan de Bibliotecas, un proyecto muy ambicioso para reorganizar el préstamo de libros en todo el país que no se pudo aplicar. Hay que tener en cuenta que tras este Plan ningún gestor cultural ha vuelto a encarar este asunto con visión de estado. Javier Tussell dijo en el homenaje a María Moliner que los bibliotecarios le rindieron a su muerte, que había sido un “suicidio cultural” apartar a una mujer tan capaz de tareas de responsabilidad tras su depuración.
¿Cómo nació el gran proyecto del ‘Diccionario de uso del español’? Da la sensación de que siempre fue una obsesión para ella, especialmente desde los años 50.
R. Fue en parte un contrapeso a la nada a la que había quedado reducida su labor como bibliotecaria. Pero también había en ella una necesidad de hacer, de no detenerse. En la posguerra tenía en su cabeza la idea de hacer un colegio, o alguna actividad educativa, y. por otra parte siempre había pensado que había que hacer un Diccionario para que hablantes y estudiantes extranjeros aprendieran a manejar la lengua de forma adecuada. Al principio iba a ser un simple diccionario de uso, pero luego empezó con las etimologías y las agrupaciones por familias y desarrolló todo un tratado de gramática además de uno de los diccionarios más completos y útiles.
¿Cómo valoras su tarea, qué destacarías de ese trabajo? A veces me resulta conmovedora, a la luz de tu libro, su fragilidad, su inseguridad.
R. Fue una tarea colosal, y solitaria en su mayoría. Pero no, insegura no era en absoluto. Tenía una gran seguridad en lo que hacía, lo que pasa es quería hacerlo bien y seguía siendo en el fondo la joven aplicada que necesitaba no ya aprobar sino sacar matrículas. Era muy puntillosa con su trabajo y ella misma se enredaba en su perfeccionismo. Pero se sentía feliz haciéndolo, al mismo tiempo. María era una mujer que se reinventaba constantemente desde un punto de vista intelectual: conforme hacía el Diccionario ella misma aprendía y progresaba y como tenía un veta de profesora, estaba empeñada en que el lector o usuario llegara a saber lo que ella misma.
¿Qué hay de cierto en eso que dices que les pagaba a sus hijos una peseta por ayudarle a redactar voces, especialmente en los veranos de Mont Roig, Tarragona?
R. Eso es una anécdota que en el libro está perfectamente contextualizada y que no fue en parte más que una diversión. En algún verano, como todo el mundo estaba descansando en La Pobla y la única que trabajaba era María (dedicó dos veranos al verbo) se le ocurrió para entretener a la gente joven (y para que le ayudaran) que le revisaran o hicieran fichas, dándoles una peseta a la hora, según me contó su sobrina Matilde Arévalo. Hay que tener en cuenta que eran los años cincuenta. Y fue algo puntual, a sus colaboradoras asiduas como María Ángeles de la Rosa, las pagaría lógicamente más.
¿Qué importancia tuvo en su existencia la figura de su marido, tan cariñoso y a la vez tan en penumbra en el libro? ¿Y la de sus hermanos Enrique y Matilde?
Eso sería entrar quizá en la intimidad de la pareja, y una biógrafa no debe traspasar ciertos límites. Desde luego eran de temperamentos distintos, y se completaron pese a todo bastante bien. María sintió mucho su ausencia durante los años en que él daba clases en Salamanca, pero a la vez era una mujer que se bastaba a sí misma en lo cotidiano. Su vida y la de sus hermanos están muy entrelazadas hasta que cada uno entró en la vida adulta, y más que la hermana mediana, María fue un poco una segunda madre para ambos, sobre todo para Matilde, una mujer muy interesante también por sí misma.
El retrato-caricatura que le hizo Fernando Vicente.
El ‘Diccionario’ se retrasaba y se retrasaba y se retrasaba. Parecía tener pánico escénico. ¿Cómo fue esa publicación en 1966?
R. Para María una liberación. Era su gran obra, aunque eso no significaba que olvidara su trayectoria anterior. Pero era de vivir el presente, y el DUE fue su gran aliciente vital en la segunda parte de su vida.
Ahora que los diccionarios ya parecen también leyenda. ¿Cuál sería el auténtico mérito de su diccionario, desvirtuado o enriquecido, no lo tengo del todo claro, en una reciente reedición?
R. Personalidades con mayor conocimiento que yo en el terreno filológico han explicado sus méritos en este terreno. Moliner creó de nueva planta y actualizó el diccionario de la RAE antes que esta institución fuera haciéndola por sí misma. Creó un mundo de conexiones semánticas y conceptuales que los traductores saben valorar como un tesoro…En fin, es algo que daría para toda una tesis.
La mujer que escribió un diccionario. Así la definió García Márquez. Es eso y mucho más… ¿No?
R. Desde luego, el Diccionario es su obra más obvia y más importante en el sentido de que definió toda palabra que se cruzó en su camino. Es una obra que justifica con creces toda una vida y que certifica que era una estudiosa tenaz e incansable, como Corominas y tantos otros gigantes de la filología. Pero Moliner fue también la responsable de la Biblioteca Universitaria de Valencia durante la Guerra Civil, la autora del Plan de Bibliotecas, la responsable de la Oficina de Adquisición de Libros… Fue una republicana cabal y nada sectaria, mujer humilde y sin embargo extraordinariamente ambiciosa. Una mujer de libro.
*Esta entrevista se publicaba, en su mayor parte, el pasado jueves en el suplemento 'Artes & Letras' de Heraldo de Aragón.
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Ana Martínez Rus -
Marie Moliner -