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Antón Castro

FERNANDO BARTOLOMÉ: UN CUENTO

          Fernando Bartolomé es un aragonés instalado en Vigo, cerca de la ría  y del barrio de O Berbés. Acaba de jubilarse como profesor e inicia una nueva vida: durante años ha escrito novela y relato, y ahora va a dedicarse por completo a la creación literaria. Dentro de unos días presentará en Zaragoza su libro de relatos ‘Ceniza’. Aquí me envía un cuento premiado recientemente.                                                               

 

 

INVITA MINERVA          

 Por Fernando BARTOLOMÉ

No, seguro que Minerva no quería, pues no era momento para la  inspiración literaria, ni para aplicar la sabiduría poética de los clásicos, pero el  chispazo catecumenal lo tuve en Argel la primera noche de cautiverio cuando los berberiscos le dieron  a mi hermano por la retambufa, después nos darían a todos y muchas veces, pero de eso no hablábamos nunca. En la cárcel de Sevilla la fui intuyendo confundida con las blasfemias de Mateo Alemán, que allí parió su guzmanillo, y los alardes de memoria de aquel otro converso, El Sacripante, gallego de Sanabria que, como yo, se sabía de coro parlamentos enteros del Amadís. Cuando llegué aquí, a Esquivias, venía entera en mi cabeza, aunque la pluma estaba muy oxidada. Había que escribirla sin dilación antes de que me la levantara cualquier poeta chirle o sedicente historiador morisco, pues ya me había ido de la lengua un par de veces y más vale pájaro en mano…, que verdes  las han segado. Pero aquella noche, al llegar a mi casa tras el paseo vigilante que hacía a diario por las viñas de mi esposa Catalina de Palacios, pues el ojo del amo…, me senté en el bufete dispuesto a hacer memoria de aquella historia que durante tantos años me andaba rondando por la cabeza, pero “más por sobra de pereza y penuria de discurso” que por falta de ingenio Minerva seguía esquiva. Media hora antes, al pasar delante del olivar del arcipreste la vi toda entera, desde la locura inicial por empacho libresco hasta el apaleamiento final y vuelta a la razón de Bartolo tras creerse Beltenebros. Pero ahora estaba suspenso con el papel en blanco, la péñola en la sien, el codo en la mesa y la mano en la barba, no sabía como comenzar después de tantos años de silencio y con Minerva hostil a mis súplicas. De repente, me levanté de un salto y comencé a medir la estancia  a grandes pasos al tiempo que profería tales denuestos contra mi diosa que se despertó  toda la casa. El ama entró cuando descargaba mi rabia y pesadumbre  a puntapiés contra unos viejos pellejos de vino de esos de veinte azumbres que ratonados por el uso descansaban en una esquina, también por allí se hallaban arrumbadas mis viejas armas que el orín de la paz gastado había.  ¿Qué historia iba a ser esa y dónde estaría su gracia, su intríngulis? ¿Qué me cumplía escribir? ¿Una elegante fábula mitológica al estilo francés como el señor de Sainte-Beuve? ¡Por Dios! si el protagonista era un rústico… ¿Tal vez un libro de esos caballeros errantes?  Ya no se leían desde hacía más de veinte años… ¿O una colección de breves  novellas alla italiana, entreverando historias  de capa y espada con  hermosas damiselas y relamidos amantes o esas de gusto más popular y canalla con gitanos, mozas de partido y  rufos de venta y encrucijada? No tal, que habría de ser algo nuevo y nunca visto ni leído con que   ganaría fama y fortuna. Ya sé, me dije con la pluma en alto y mirando al Laurel de Apolo, aquella corona que gané en memorable justa poética frente a cuarenta y más vates cortesanos celebrando el nacimiento de Filipo Próspero, nuestro actual monarca, ya va para treinta años. Para empezar pondré este octosílabo del antiguo romance, verso sonoro y de estruendo, el que yo recordé cuando por primera vez pisé  este rincón moruno: En un lugar de la Mancha. Y para que no se diga que me adorno con plumas ajenas lo completaré con un endecasílabo perfecto y  de mi cosecha: de cuyo nombre no quiero acordarme

                                                          

En Belesar de Bayona, sábado 26 de febrero de 2011,

santos Porfirio y Faustiniano.

Premio de relato breve  Asturica Augusta

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