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Antón Castro

DONATO LABORDETA HA MUERTO

 

 

Hace unos días, apenas una semana, me crucé en Independencia con José María Ara, profesor de matemáticas y periodista de deportes de ‘Heraldo de Aragón’ durante muchos años. Hablamos un instante y cuando se iba me dijo: “Donato Labordeta está muy mal. Muy mal”. Me dejó de piedra. No sabía nada. Me dijo, creo recordar, que estaba afectado de fibrosis. Ayer por la tarde en Cajalón, antiguo Casino Mercantil, durante la presentación de la exposición de Félix Anaut y el concierto de ‘Zaragoza: Sinfonía visual’ de Gonzalo Alonso, con un quinteto y la presencia de Marta Almajano, que ayer tenía la fuerza y el oscilar de un oleaje, Pablo Trullén me dijo: “Donato Labordeta ha muerto”. Con lágrimas en los ojos, Julia Dorado repitió lo mismo: “Se nos ha muerto Donato. Habíamos llamado para vernos, como siempre que venimos de Bruselas, y nos enteramos de que acababa de fallecer”.

Donato Labordeta (Zaragoza, 1938), el hermano pequeño de los Labordeta, el protector dulce de José Antonio, el hombre apacible que dirigió el colegio Santo Tomás, asumió la tradición humanista de su padre y sus hermanos: Miguel, Manuel, José Antonio. Los alumnos lo recordaban como un excelente y contagioso profesor de historia del mundo contemporáneo, pero también apasionado por la poesía, por el teatro, por la literatura en general. Tengo muchos recuerdos de Donato, como muchos zaragozanos: era un paseante de la ciudad, colgado siempre del brazo de su mujer María Antonia, era un contertulio del café Levante –la última vez que nos vimos me recordó esas citas de mediodía y me habló de Fernando Ferreró-, era un entusiasta tranquilo de la obra y de la figura de Miguel Labordeta –lo presentaba de vez en cuando como “el hijo que he tenido con la muchacha”. En el congreso sobre Miguel, Donato con elegancia dijo que Miguel de homosexual nada, que probablemente habría tenido algún amorío con la asistenta- y siempre ha estado muy cerca de José Antonio. Y de Juana de Grandes, su cuñada.

No parecía ni simpático ni expansivo. Falsa impresión. Era tímido y callado, pero siempre estaba al corriente de todo. Pendiente del trajinar de la ciudad, de los libros que iban apareciendo, de la amistad y de los amigos: no solo de Ferreró o de Miguel Luesma, sino de de Ignacio Ciordia. Tengo otros recuerdos de él, muchos: por ejemplo recuerdo cuando me enseñó la biblioteca de Miguel Labordeta y me dedicó horas y horas para un reportaje en ‘El Día’ y otro en ‘El Periódico de Aragón’. Seguro que lo mismo podrían decir Antonio Pérez Lasheras, Clemente Alonso Crespo, Javier Aguirre, Alfredo Saldaña y muchos más. Decir ahora que era un hombre bueno es un lugar común, demasiado común y exacto para un ciudadano inquieto como él, inquieto y lento, sosegado y apasionado a la vez. También recuerdo que en algunas ocasiones me pedía artículos para ‘Samprasarana’, la revista del colegio. Insistió mucho en uno sobre Gabriel García Badell, el narrador con quien solía encontrarse en Canfranc: le tenía mucho cariño y publicó una página muy cuidada.

Poco después de la partida de José Antonio en septiembre de 2010 (Donato, abatido como pocos, no perdió la serenidad nunca), se nos ha ido a todos Donato Labordeta. El amigo, el vecino, el penúltimo embajador de ese mundo proceloso que es la familia Labordeta. Los Labordeta. Una porción de la vida y de los sueños de esta ciudad.

[En esta foto de la agencia EFE, probablemente de Javier Cebollada, vemos a Donato durante el acto de donación de los fondos y los libros de Miguel Labordeta a la Universidad de Zaragoza.]

3 comentarios

Carlos -

Gran hombre, profesor y persona.

Enrique MORENO -

Estudié en Santo Tomás de donde tengo un gran recuerdo, en especial de D. Donato, grandísima persona. Un abrazo cariñoso a su mujer Dña Mª Antonia. Descanse en Paz

Juan A. Gordón -

Acabo de toparme con esta mala noticia en tu blog. Suscribo de principio a fin tus preciosas palabras, Antón. No puedo decir que conociera muy bien a Donato pero, desde que me lo presentaron hace unos años, siempre nos habíamos saludado con cordialidad cuando nos cruzábamos por los alrededores de la Puerta del Carmen. Unos días después de al muerte de José Antonio coincidimos en la panadería francesa, como otras muchas veces, y allí estuvimos un buen rato charlando, emocionados, sobre el cariño que tanta y tanta gente anónima había demostrado por su hermano.
Donato ha muerto discretamente, como era él en su pasear diario por Zaragoza. En el barrio recordaremos siempre esa mirada amable y esa media sonrisa tan "de la familia". Tan de todos nosotros.