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Antón Castro

ELOY FERNÁNDEZ: MEMORIA DE SÍ

[El catedrático de Historia Económica y cofundador de ‘Andalán’ con Labordeta, publica ‘El recuerdo que somos. Memorias, 1942-1972’ (Rolde, 2011, 616 páginas). Mantuvimos esta conversación con él a propósito del libro.]

 

 

¿Qué tipo de memorias ha querido escribir?


Contar mi tiempo, los hechos que he vivido, directa o indirectamente pero que me influyeron, las personas que conocí, siquiera fuera desde lejos. También, solo en este tomo, las lecturas, cine y otros elementos que me fueron formando. Pero no quiero ser el sujeto principal, sino el portavoz de una generación, una época. Me gusta mucho el género memorias. Por ejemplo, las maravillosas de Eric J. Hobsbawm, quizá el mejor historiador vivo actualmente.



¿Cómo se ha fraguado luego ‘El recuerdo que somos’ (Rolde)?



Había ido guardando infinidad de materiales, que fui ordenando, releyendo, seleccionando. Y durante varios años procuré en lecturas, preguntas a amigos, y consultas en la red, completar datos, cuando hablo de alguien procuro decir quién «venía siendo» (una expresión muy gallega). He encontrado en ese inmenso baúl metafórico muchas cosas que había olvidado. La memoria ha sido guía global, pero los recuerdos proceden de esos trabajos en un 70%.


¿Cuál es su principal vocación?


Un poco de todo. Comunicador. Economista no soy, aunque he estudiado mucha economía; maestro, profesor, ha sido mi profesión durante medio siglo y me ha sido muy grata; historiador y periodista han ido juntos: he procurado investigar con cuidado y contarlo de modo claro, directo, lo más ameno posible.


Aragón es su gran tarea y su gran obsesión. ¿Qué fue primero: ese gran conflicto religioso o Aragón?


Sin duda el conflicto religioso, la inmensa búsqueda y el enorme desengaño. Y del mismo modo, poco a poco, fue formándose una gran preocupación aragonesa. Fascinado por tantos aragoneses, con Costa a la cabeza, laboriosos, honrados, inteligentes, y por la evolución toda de nuestro pueblo.


¿Qué es Aragón para usted?


Es casi imposible definirlo. Es un hermoso territorio, con notabilísima cultura, y una comunidad acaso demasiado ingenua y sencilla, donde uno se siente a gusto y procura dejar algo mejor que lo encontró. Y sin problemas con una España plural, federal, sin privilegiados, ni con Europa y el mundo.ç


Trabajó en la revista ‘Pilar’, en Radio Popular, le besó la mano al Papa y casi coquetea con el Opus Dei. ¿Cómo logró zafarse de todo eso?


Para zafarme precisaba ser acosado, y no lo fui. Era un buscador tremendo. Y en ese ambiente religioso fui muy religioso, pero preferí la Acción Católica por cuestiones de estilo y apertura. Y fui evolucionando muy lentamente hasta mi situación actual de lejanía (no de muchas personas pero del todo de esas jerarquías, ese montaje inmenso, esas obsesiones dogmáticas, ese ultramontanismo).


¿Qué mundos le abrieron la universidad y sus profesores?


Muchos. Me pareció extraordinario poder recibir enseñanzas superiores, entonces era algo difícil. Cuando escuchaba a profesores excelentes, me fascinaban, aunque muchos solían volcarse pocas veces, y los había muy mediocres; pero el sistema, esa especie de club del saber, era algo fabuloso.


Y luego, Madrid…


Fue como una segunda parte de esa gran oportunidad. Conocer a personas en las que creía, vivir acontecimientos importantes en la lucha por la democracia, ir madurando más, encontrando un camino escurridizo.


Siempre ha tenido una gran devoción a José Luis Aranguren, ¿por qué?


En efecto. Devoción no es la palabra, pero sí admiración por su valentía y porque era un adelantado en percibir, estudiar, explicar muchas cosas. Era cordial, sencillo, hondo, sin ocultar sus dudas.


José Antonio Labordeta, su gran amigo, se definía como un ser dudante. ¿Usted también se siente así?


Por supuesto. Yo he sido siempre tímido, inseguro. La vida va enseñando, y vas encontrando soluciones a muchas cosas, pero con frecuencia dudo. No estoy seguro de muchas cosas.


¿Qué hay de verdad, más allá de la hojarasca, de la leyenda de los años de Teruel y del colegio San Pablo?


Creo que no es hojarasca, aunque sí algo de leyenda. Era un lugar y un momento que resultaron ideales para experimentar lo que se podía hacer, hasta dónde, en una época durísima, hermética, sobre todo allí. Que coincidiéramos unas docenas de profesores motivados y alumnos magníficos, libres, divertidos, fue una suerte para todos. Teruel me enseñó que si tienes un bagaje de formación, acceso a libros, buenos amigos con los que debatir de casi todo, vivir unos años en una pequeña ciudad no es un problema, sino, en muchas cosas, un privilegio.


¿Era necesario hacer unas memorias tan apabullantes y exhaustivas de nombres?

No lo sé, quizá no era necesario y sea un error. Pero me puse a escribir y ha salido esto. Es una historia coral; es toda esa gente a la que conocí que me influyeron, ayudaron, acompañaron, a veces «incomodaron». No es preciso leer como un manual, aprendiendo estos miles de «reyes godos»; al revés, los no interesados pueden pasar párrafo, anotando solamente que había mucha gente por allí. A otros, en cambio, les gusta coincidir en recuerdos (o discrepar, bueno), y comprobar si me acuerdo de que estaban también ellos o ellas por allí, aunque no siempre ocurre, ay.


¿Se ha querido hacer el testigo invisible en el contexto del libro?


No me he querido hacer: lo era, casi invisible, en muchos casos. Y he adoptado ese tono, porque otro sería falso.


¿Qué nos queda de usted, tras la escritura del libro y tras tantas utopías?
Un cierto intento de ajustar cuentas solo conmigo, con mi tiempo, de hacer de testigo de una época relativamente poco conocida, los 50 y 60 del siglo pasado, mostrando lo lento y difícil que era el cambio en un régimen tan tremendamente duro, en nuestras propias personas llenas de contradicciones. La necesidad de contemplar el pasado comprensivamente, y apoyarse todavía en él para seguir caminando.


Se despide en la plataforma de lanzamiento de ‘Andalán’…


En la medida en que ‘Andalán’ iba a estar bastante en mis manos (con un equipo espléndido alrededor), todo esto permite entender lo que va a venir. A ver si tengo tiempo y fuerzas para acabar ese segundo tomo, quizá último, en que hablaré de «los años de ‘Andalán’» y de bastantes cosas más. El cariño que han echado muchos amigos me anima a ello.

 

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