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Antón Castro

BARICCO, CORTÁZAR, POE, ISAK DINESEN

BARICCO, CORTÁZAR, POE, ISAK DINESEN

Leo una entrevista con Alessandro Baricco, autor de libros como “Seda” o “Novecento”, “Océano mar” o “City”. Baricco estuvo en Santander y le contó algunas de sus experiencias con su escuela de letras a Félix Romeo, traductor de Natalia Ginzburg. En el diálogo con Cristina Carrillo de Albornoz (en “El Semanal” de este domingo), leo declaraciones como éstas:


1. “Creo, sinceramente, que lo peor para un escritor es el ‘no éxito’; eso sí que origina algunos problemas. Conozco a escritores con talento, pero que tienen un tipo de obra que a la gente le cuesta consumir. Entonces les invade esa sensación, que dura muchos años, de trabajar bien y de no recibir la respuesta deseada. Para la psicología de un escritor enfrentarse a algo así puede ser infernal. El éxito no es nada fácil, pero te puede hacer libre, mientras que el ‘no éxito’ es funesto y demoledor”.


2. “Siempre estoy ocupado, no puedo permanecer sin hacer nada”.


3. “Salinger, con Celine o Conrad, son algunos de los escritores que más me han influido en todo mi trabajo. A mis alumnos les aconsejo muchas veces que deben ser curiosos y estar enamorados de la lengua. Es importante tener una pasión instintiva por el lenguaje, y también estar enamorados de sí mismos, porque éste es un trabajo que dura muchos años y en gran medida se limita al interior de cada uno. En fin, además de talento, para ser escritor hay que tener muchos cojones”.


4. “Aunque trabajo mucho, siempre tengo tiempo para otras cosas. El cine, estar con mi hijo de cinco años o con mis amigos y mi familia. Y a pesar de mi edad, practico el boxeo. Me descansa el cerebro”.

Anoche, después de la bicicleta estática, me quedé a ver un documental sobre Julio Cortázar (1914-1984). Ha sido un escritor esencial en mi vida. Decisivo. Me ha marcado mucho más de lo que me habría imaginado. Siendo un adolescente en Galicia, tuve un profesor que se llamaba, que se llama Xosé Toba Quintáns (es de Muxía: allí veraneó Rosalía de Castro y escribió “La hija del mar”), que me lo recomendó muy pronto. A él le gustaban sus cuentos. Igual que a mí. Su preferido era “Todos los fuegos el fuego”, por la simetría de los dos triángulos amorosos y el fuego como elemento de catarsis en la antigua Roma y en un hotel contemporáneo de París. Compré una edición de Círculo de Lectores, juraría que se llamaba “Todos los cuentos”, y ese volumen de 600 páginas era el compañero ideal de muchos veranos. Me fascinaba su poética de la realidad y la ficción, el juego permanente de equívocos (pienso en un cuento que casi me sé de memoria: “La noche boca arriba”), el horror de lo cotidiano (“Casa tomada”), el extrañamiento constante (“Continuidad de los parques”, una pieza increíble, quizá el relato breve, de folio y medio, más brillante de la historia de la literatura), el gusto por los bestiarios (me quedo con “Cartas de una señorita de París”, que se me aparecía en sueños con su recua de conejos de todos los colores, o en el pez de “Axolotl”), la pasión por el jazz, por los Gauloises, por los paseos condenados, por París y Buenos Aires, la libertad del sexo (en realidad, debiera haber dicho la afición a las mujeres, a casi todas las mujeres), las presencias acechantes y, cómo no, el gusto por el boxeo: “Torito”, “La noche de Mantequilla” o aquella pieza preciosa de “Último round” donde cuenta cómo en su niñez, junto a su madre, oyó la retransmisión del combate por el título del mundo entre Luis Firpo, “El toro salvaje de la Pampa”, y Jack Dempsey. Nada más comenzar la pelea, Firpo le colocó un terrible golpe a Demspsey y lo arrojó del ring un par de minutos, pero entonces los jueces no pararon la pelea; volvió Dempsey y le dio una paliza brutal a Firpo y sumió en el llanto casi eterno a los argentinos, a Julio Cortázar y a su madre.

 
El documental giraba en torno a la relación de Cortázar con Carol Dunlop, su tercera esposa, que nació en 1948 y murió en 1982, dos años antes de que el escritor falleciera también por una transfusión con sangre contagiada de sida, algo que contó Rafael Conte en sus memorias. Con Carol, que parecía sumamente serena, dueña de una belleza tranquila, escribió un libro extraño: “Los autonautas de la cosmopista” (cuyos derechos de autor destinaron a la causa de Nicaragua), uno de esos juegos de palabras a los que fue tan aficionado Cortázar, que estuvo muy cerca de los OULIPO.

 

A Cortázar le debo también mi pasión por algunos autores como Edgar Allan Poe –sus traducciones en Alianza, recuperadas ahora en Círculo de Lectores & Galaxia Gutenberg, siguen siendo las mejores- y Marguerite Yourcenar. Leí hace años por primera vez “Memorias de Adriano” y me encantó: por la pulcritud del idioma (alianza de Yourcenar y de Cortázar, su traductor), por la recreación de la época, por la personalidad de Adriano, inteligencia y voluptuosidad a la vez, por la transparencia sin énfasis del libro. Desde entonces, Marguerite Yourcenar es una de mis autoras de referencia.


Y a Cortázar le debo también algo muy bonito. Le debo, de entrada, el gusto por el enredo por el lenguaje, la libertad de la forma, pero iba a decir que le debo otra idolatría: la que le profeso a Karen Blixen, Isak Dinesen. Diré que la descubrí en Barral Editores, luego en una traducción de “Ehrengard” de Javier Marías y luego en un prólogo formidable de Mario Vargas Llosa, pero quien me ganó para su causa fue un poema de Cortázar y los elogios que le dedicó. Bueno quien me ganó para su causa, en realidad, fue la propia Dinesen con libros como “Anécdotas del destino” (¿recuerdan ‘Una historia inmortal’ que llevó al cine Orson Welles), “Cuentos de invierno” y “Lejos de África”.


A mí, como a Hemingway, también me hubiera gustado cazar leones con Isak Dinesen en Kenya. Con Dinesen y Cortázar en Kenya.

 

[Este texto lo escribí en agosto de 2004. He visto que alguien lo visitó en el blog y lo recupero en la madrugada de domingo perfectamente olvidable, donde casi todo parece salir un poco mal y la cabeza te da mil y una vueltas. De algunos textos ya no me acuerdo y me gusta volver a ellos por su valor de diario. En medio de la confusión, Nadal pierde ante un fenomenal Andy Murray, el escocés, que jugó un partido increíble, especialmente un cuarto set maravilloso, de dominio, de tensión permanente y de puro vértigo.]

*En la foto vemos a Karen Blixen y a su madre Ingeborg Dinesen ante el Ford que habían comprado en 1934, dos años antes de tomarse esta foto.

 

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