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Antón Castro

LA POESÍA DE RAFAEL LOBARTE

 

Rafael Lobarte busca la Grecia clásica

 

El poeta y traductor de Shelley y Keats publica ‘Los soles negros’, en la colección Papeles de Trasmoz de Olifante, un poemario de mitos y viajes, de amor y desamor, y de algunas despedidas emocionantes

 

 

Rafael Lobarte Fontecha nació en Zaragoza en 1959 y aquí trabaja en distintos campos de la cultura, más o menos clásica: como estudioso de la obra de autores como Dante, Virgilio, Camoes, Gracián o el narrador Homero; como traductor de dos poetas románticos como Percy B. Shelley o John Keats (en Olifante publicó en 2009 su ‘Antología poética. Odas, sonetos, otros poemas, La Víspera de Santa Inés’), y de Ezra Pound, el indú Vyasa o el vietnamita Nguyên Du, al que está traduciendo ahora; como apasionado por la obra del pintor renacentista Rafael Urbino. Le ha dedicado artículos a la poesía popular griega y a músicos contemporáneos como Elton John.

A la par, sin pausa y sin prisa, Rafael Lobarte redactaba una poesía muy personal, de acentos clásicos, de verso corto, una poesía serena que nacía de los viajes, del amor y del desamor (con su componente de juego), de la percepción del misterio, del diálogo con la historia y de algunas pérdidas.

En 1979, Lobarte había publicado el que hasta ahora era su único poemario: ‘Aprendiendo Soledad’. Y, en vísperas de la Feria del Libro, en la coqueta colección Papeles de Trasmoz de Olifante, aparecía ‘Los soles negros’, un título que hace pensar de inmediato en ‘Los heraldos negros’ de César Vallejo, pero que no tiene nada que ver con esa escritura del dolor, del desgarro de vivir. Lobarte es un poeta de la visión, de la imagen, del presentimiento, de la invocación y es un poeta del paisaje, pero en su obra siempre hay un diálogo con la Gracia clásica, con los mitos y sus héroes, con Apolo, con la fuerza del sol y el embrujo de la luna, con la claridad de los equinoccios.

También es un poeta de lo cotidiano y de esos instantes aparentemente triviales que se convierten en mágicos o especiales en la visión del poeta: la contemplación de una niña, un tanto desdeñosa, con trenzas: “Tú te burlas de mí / porque apenas comprendo / ese lago esmeralda / que vislumbro en tus ojos”; la vivencia de la atracción amorosa y sus gotas de erotismo: “Grácil muchacha / de la caña de azúcar / y los ritmos quebrados, / concédeme ese fruto / gozoso y espléndido”; la exaltación del cuerpo en uno de los mejores textos del libro ‘Soneto corporal’. Y hay también una épica suave de jinetes, de guerreros…: “Ya el aire desgarran las trompas sonoras, / ya enfilan el muro los ebrios jinetes”.

‘Los soles negros’ está dividido en tres partes: ‘Evocaciones’, donde el poeta viaja por Alejandría (evoca sin decirlo el espíritu de Constantino Kavafis), por el castillo de Elsinore, por Cartago, por Nueva York; ‘Febril antorcha’, que contiene una cuidada colección de sonetos y dos poemas de auténtico lujo expresivo como ‘Motivo lunar’, donde el poeta alude al “ya desatado/ e irrefrenable fluir de mi melancolía’, y ‘El velador’, que arranca así: “Cuando los negros soles se hundieron en las copas”, y luego parece proponer un viaje al viejo y nuevo Egipto desde una terraza de la verde noche. La tercera parte contiene, entre otras cosas, tres poemas emocionantes: uno dedicado a un sobrino de seis años, otro a un amigo que murió demasiado pronto y el ‘Soneto elegíaco’, destinado a su padre, en el que Rafael Lobarte se pone a mirar la fotografía de los días, las fotografías que resumen los recuerdos, los pequeños gestos, las imágenes inolvidables.

‘Los negros soles’ es un libro que busca el primor y lo encuentra. Es un libro breve de una vida dedicada a la poesía, tiene mucho que ver con el descubrimiento de la lentitud hecha palabra, viaje, imagen, música y ritmo, arrebato de amor a la belleza y a los seres. ‘Los negros soles’ se presenta esta tarde, a las 20.00, en el Teatro Principal en compañía de Luisa Miñana.

 

[Los negros soles. Rafael Lobarte Fontecha. Ediciones Olifante: Papeles de Trasmoz / La Casa del Poeta. Zaragoza, 2011.76 páginas. Esta foto es de Benjamin Kanarek.]

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