LA LITERATURA DE LOS BOSQUES
BOSQUES Y LITERATURA EN EL AÑO INTERNACIONAL
Por Eduardo VIÑUALES COBOS
Estamos inmersos en el 2011, el Año Internacional de los Bosques. Y quizás sea este un momento propicio para leer y releer aquellos libros que nos hablan de árboles frondosos, de las hojas y frutos del bosque, de los animales o plantas que habitan en las sombras... así como de aquellos otros que reúnen tantas y tantas historias, cuentos o leyendas que se han ambientado en esos escenarios silvestres que son como nos recuerda la Asamblea General de las Naciones Unidas un valioso tesoro natural que como debemos preservar entre todos, pues cada año se pierden unas trece millones de hectáreas de bosques en el mundo, una superficie equivalente a la cuarta parte de la Península Ibérica.
Los árboles que componen el bosque, en su generosidad, son quienes nos proporcionan la materia prima con la que se fabrica la pasta de papel y con la que luego editamos libros hermosos como el que acaba de presentar Lunwerg sobre “Los bosques del mundo” (2011). Ilustrado con un amplio y espectacular reportaje fotográfico de selvas, plantas, flores y animales forestales, la parte redactora le ha correspondido al naturalista Joaquín Araújo, quien con gran acierto nos presenta toda la belleza y diversidad de las masas arboladas de los cinco continentes, destacando la importancia que realmente poseen estos lugares. Araújo, autor y coordinador de otros muchos célebres trabajos vinculados a esta temática como “Bosque de bosques” (Caja de Ahorros del Mediterráneo, 1996) o “La sonata del bosque” (Lunwerg y Caja Madrid, 1999), asegura que un día volveremos no ya al corazón del bosque sino a tener el bosque en nuestros corazones. Por que un día comprenderemos que ellos son nuestros mejores amigos, y que sirven para casi todo: aportan comida, madera, crean suelo, oxigenan el aire, son el mejor antídoto contra el cambio climático y, entre otras aportaciones para el progreso, ellos son los inventores de la fertilidad natural.
Buscando en los anaqueles de las bibliotecas, muy especial es el recuerdo que los lectores pueden guardar de un libro tan original como es el que escribió Ignacio Abellá bajo el título de “La magia de los árboles” (Integral, 1996), donde bajo la concepción de que los árboles son uno de los símbolos vivientes más poderosos, nos vamos adentrando poco a poco en el rico bosque de nuestra memoria, recogiendo mitos y creencias que existen en torno al árbol. Nos estamos refiriendo a una edición cargada de simbolismo y de tradiciones en torno a especies como el abedul, el roble o el saúco… sin olvidar otros aspectos referentes a la biología, la siembra, la plantación y los cuidados que requieren las distintas especies analizadas. El libro recopila muchos datos inéditos, la mayor parte de ellos trasmitidos por tradición oral en recónditas comarcas, y donde Abellá explica con este su primer libro que en la mitología nórdica el fresno es quien sostiene y contiene en sí todas las fuerzas del universo, o que el tejo –el árbol considerado más longevo en nuestras latitudes- es en muchos países el símbolo viviente de la eternidad. Por cierto, dato este último que nos trae a la memoria otro título de narrativa: “Memorias de un árbol” (RBA, 2007), del argentino Guido Mina di Sospiro, en el que un majestuoso tejo explica su propia vida, testigo y protagonista de dos mil años de historia. Bajos sus ramas transcurren los siglos y en su pequeño bosque se ve reflejada la historia de la humanidad y de todos los seres vivos, hasta finalmente convertirse en un ejemplar protegido y venerado que termina lanzando un mensaje de paz y armonía.
Pero el mismo estilo investigador de “La magia de los árboles”, entre lo mágico y lo científico, es el que poco tiempo después impregnaría otra publicación digna de mención, “Senderos entre los árboles” (Alymar, 2002), cuya lectura constituye un paseo por los caminos del bosque en compañía de los árboles, de la cultura, de la imaginación e, incluso, de la emotividad. Su autor, Antonio Rodríguez Vila, repasa el simbolismo de treinta y nueve especies arbóreas, y advierte que el lector quizás puede llegar a ser dominado por sensaciones como la dulzura, el sosiego, el amor y la fantasía. Gracias a este trabajo de ensayo sabremos de las cualidades ecológicas de la encina, que fueron los celtas quienes adoraban al roble como un dios-árbol… o que antiguamente el álamo blanco estuvo consagrado a Hércules como alegoría de la fuerza y de la vida.
Cuentos infantiles y libros didácticos
Y puesto que los niños tienen mucho que ver y aprender en la naturaleza, por eso hay una gran variedad de libros y cuentos que tienen como protagonista al bosque y por simplificación al árbol. Es el caso de “La vida alrededor de un árbol” (Lectio, 2006), que incluye un póster gigante para jugar y reconocer a los habitantes de un gran roble. En el “Diccionario por imágenes del bosque” (Panini, 2001), los niños se adentrarán en las espesuras para descubrir a las ardillas, las flores, las setas y otros secretos de ese escenario tan encantador que puede llegar a ser un bosque cualquiera.
Deliciosos resultan ser esos libros para abrir ventanas, desplegar solapas y averiguar muchas cosas del mundo que nos rodea, libros interactivos y divertidos como “El bosque” (SM, 2000) -ideal para niños a partir de seis años-, o el de “Nuestros bosques” (Elfos, 2009) lleno de preguntas y respuestas sobre la altura de los árboles, los troncos y las raíces… o la labor de conservación que desempeñan los guardabosques.
A ellos se unen, por ejemplo, pequeñas joyas literarias como “Cuentos de árboles” (Ibai, 1988), donde los árboles, cargados de energía, le hablan a Lukas, un niño que vive en una casa de campo, cerca de un río, y que es capaz de entender el lenguaje de un ciruelo rojo que desvela lo mucho que los árboles saben de nosotros.
Otros bosques más literarios
Los amantes de las letras poseen deliciosos trabajos como “La voz de los árboles”, una iniciativa de la organización ecologista Greenpeace en defensa de los bosques de España, que fue publicada por Planeta (1999) y donde se reúnen distintos poemas, relatos y aportaciones artísticas –fotografías y pinturas- de un gran número de autores reconocidos como Mario Benedetti, Antonio Gala, Joaquín Araújo, Miguel Delibes, Manuel Vázquez Montalbán, Julio Llamazares o Fernando Sabater.
También la literatura clásica tiene libros que llevan el bosque por título, como es el caso de la célebre novela del escritor Wenceslao Fernández Flórez “El bosque animado” (Espasa-Calpe, 1965), que más tarde fue llevada al cine por José Luis Cuerda y que está ambientada en una “fraga” gallega, entendiendo como tal a aquella porción de bosque inculto, entregado a sí mismo, donde se mezclan variadas especies. Y es en aquel ambiente rural lleno de vida donde se tejen las historias y las vivencias de distintos personajes humanos, de animales y de plantas.
Un clásico de la narrativa que el amante de la lectura no debe de olvidar es “El hombre que plantaba árboles” de Jean Giono, editado por Duomo Ediciones (2010) con ilustraciones de Joëlle Jolivet y con dos escenas en pop-up. El protagonista de esta narración, un viejo campesino iletrado, de nombre Elzéard Bofifier, es un personaje tan necesario que nadie duda de que pudiera haber sido real: él solo –con sus simples recursos físicos y morales- fue capaz de transformar un desierto en una seductora y extensa floresta. Volvieron a brotar los manantiales, los pueblos deshabitados fueron poco a poco reconstruyéndose, y hasta el aire, ahora cargado de aromas, había cambiado. Aquel hombre había transformado por completo el aspecto de un lugar, de una región entera…. Y plantando árboles había encontrado una forma perfecta de ser feliz. A este célebre texto se refiere José Saramago como “una indiscutible proeza en el arte de contar”.
Pero también hay historias auténticas como la de Julia Butterfly, aquella mujer de veinticinco años que para salvar el bosque trepó hasta lo más alto de la copa de una gran secuoya de cincuenta metros, y allí permaneció durante dos años, firme a sus creencias, recibiendo la visita de personalidades de la cultura de todo el mundo hasta que su larga “sentada” logró por fin detener la agresión de una empresa deforestadota. En las páginas de “El legado de Luna” (RBA, 2000). En sus páginas esta joven poeta y activista cuenta cómo tuvo que soportar tormentas, además del acoso de helicópteros y guardias de seguridad de la empresa, y Julia escribe: “Llevaba un año y medio viviendo en un árbol. Me costaba creer que seguía ahí, pero no me imaginaba en otro sitio después de tanto tiempo. La gente me decía que olía bien, a dulce, igual que una secuoya. La naturaleza me deparaba regalos todos los días, como ver salir el sol, naranja, rojo, melocotón y oro, irradiando su luz entre la niebla que cubría el valle”.
Todos estos títulos referidos al bosque nos han traído finalmente a la memoria la cita de Miguel Unamuno que decía: “Hubo árboles antes de que hubiera libros, y acaso cuando acaben los libros continúen los árboles. Y tal vez llegue la humanidad a un grado de cultura tal que no necesite ya de libros, pero siempre necesitará de árboles, y entonces abonará los árboles con libros”.
Recuadro
BOSQUES Y ÁRBOLES DE ARAGÓN
Decía el geógrafo Francisco Giner de los Ríos que “a la contemplación de un árbol podría dedicarse la vida entera”. Y para facilitar ese disfrute de los árboles, y de los elementos vivos de las masas forestales, para ello hay en Aragón diversos trabajos editoriales que a modo de útil herramienta nos ayudarán a viajar hasta el manso corazón de estos pulmones de la naturaleza, siempre con la idea de conocer las distintas especies vegetales o de entender un poco mejor el complejo funcionamiento ecológico de estos bellos ecosistemas terrestres que nos proporcionan grandes beneficios. Ese es el caso, por ejemplo, de la guía de campo que lleva por título “Árboles” (Prames y Gobierno de Aragón, 2011) en la que José Antonio Domínguez nos muestra y explica los caracteres diferenciadores entre tilos, chopos, hayas, encinas o carrascas, almeces, las distintas clases de pinos y sauces… fresnos y arces.
Una visión más amplia, de conjunto, y más ecológica es la que ofrece el volumen de gran formato “Los bosques de Aragón” (Prames y Gobierno de Aragón, 2009), obra coral donde han participado más de medio centenar de naturalistas, botánicos, geógrafos, agentes de protección de la naturaleza… y que se halla ilustrado con bellas fotografías. Quien sostenga en sus manos este catálogo de bosques de la Red Natural de Aragón recordará a buen seguro la realización de otros trabajos anteriores de visión nacional como “La guía física de España de los bosques” (Alianza Editorial, 1987) o “Los bosques ibéricos, una interpretación geobotánica” (Planeta, 1997), salvo con la diferencia de que el volumen aragonés en su deseo de ser un libro práctico y de evitar un discurso excesivamente científico nos habla igualmente de reservas de silencio, de piedras mágicas, de la artesanía de la madera, de la paleta pictórica que son colores del otoño.. pero, sobre todo, este es un libro que nos propone múltiples opciones para caminar y conocer in situ los 160 mejores paisajes forestales de nuestra comunidad autónoma: la Selva de Oza, el sabinar de la Retuerta de Pina, el Monegro de Gúdar, el Vedado de Peñaflor, el alcornocal de Sestrica, la Pardina del Señor de Fanlo… e incluso espacios sorprendentes y poco conocidos como el pinsapar de Orcajo, el “mar de enebros” de Belmonte y Sediles, o la acebeda de La Mezquitilla en las Cuencas Mineras. La gran diversidad forestal de Aragón se agrupa en cuatro grandes apartados –bosques de montaña, de sierra, de ribera y otras formaciones mixtas o singulares- y describe hasta 27 agrupaciones arbóreas autóctonas: desde los pinares de pino negro del Pirineo, hasta los tamarizales de los suelos salinos del valle del Ebro.
En este apartado de libros, bosques y árboles aragoneses no podíamos olvidar las aportaciones locales sobre los árboles singulares de La Litera –de José Damián Moreno, 2005-, los del Bajo Aragón -por Fernando Zorrila (Mira, 1996)-, o los de Valdejalón (Tintaurea, 2007). Este último sobre los más venerables gigantes verdes de dicha comarca es obra de un apasionado guardabosques de la Sierra de Algairén, Roberto del Val, quien aprovecha su trabajo de campo para recopilar las citas arbóreas de Rafael Alberti, Pablo Neruda, Miguel de Unamuno o Antonio Machado.
*Este texto apareció en las páginas centrales de ‘Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón el pasado 30 de junio. Todas las fotos son de Eduardo Viñuales Cobos, escritor y naturalista y fotógrafo.
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Ma Pilar -