JOSÉ LUIS SAMPEDRO: UN DICCIONARIO
[El pasado martes, José Luis Sampedro (Barcelona, 1917) recibía el premio Nacional de las Letras. Hace un par de años, en el verano de 2009, Paco Martín Martín, especialista en la obra de José Luis Sampedro, me invitó a participar en un curso de la Universidad de Verano de Jaca dedicado al autor de ‘La vieja sirena’. Leí todos sus libros, recordé nuestros encuentros y nuestra correspondencia (me escribió mucho a Urrea de Gaén y a La Iglesuela del Cid en los años 90), y confeccioné este diccionario, en el que recuerdo a un amigo inolvidable: Francisco Gonzalo Gómez, que murió de infarto demasiado joven, demasiado, y que era un enamorado absoluto del mundo y de la sensibilidad, del compromiso y de la lucidez de José Luis Sampedro, que vivió en Zaragoza y se casó, en segundas nupcias con Olga Lucas, en Alhama de Aragón. Esta maravillosa foto es de Jordi Socías, uno de esos fotógrafos extraordinarios al que he seguido con admiración y cariño a través de ’El Europeo’ y de ’El País’. Hace unos días, con Jonás Trueba y Daniel Gascón por mensajeros, me envió desde Washington un libro dedicado. He aquí un maravilloso retrato Jordi Socías-José Luis Sampedro.]
SAMPEDRO: ACASO UN DICCIONARIO
Antón CASTRO
ADOLFO ESPEJO. Empezamos con este muchacho, airado contra sí mismo, que tenía tantas ganas de saber y de disfrutar el mundo, tanta ansiedad, que parecía disolverse en hastío, en incertidumbre. Tenía sed de vida y de amor: era víctima de la soledad y parecía buscarla, era víctima de los despertares de su propio cuerpo y parecía sentirse un extranjero dentro de él. En el fondo, este es el primer héroe o antihéroe de José Luis Sampedro, un alter ego que asomaba a su novela ‘La estatua de Adolfo Espejo’, que concluyó hacia 1939 y apareció en 1994. Adolfo concentra muchos de los momentos decisivos de Sampedro: sus años de nomadismo, su estancia en Zaragoza, en los jesuitas, sus viajes a Melilla donde, tal como le sucedió a José Luis con Ahisa, conoció el vendaval del amor, el estrépito del deseo. De algún modo, ese personaje reaparece en una novela delirante, en una crónica de costumbres y de desmesuras: ‘El caballo desnudo’ (1971). Es Adolfito quien denuncia la visión en paños menores del équido, y ocurre lo que ocurre. El mundo, fanático y angosto, se desordena de manera terrible con esa moralidad de pandereta. Quizá ‘El caballo desnudo’ sea el libro más desternillante del autor, el más satírico.
José Luis Sampedro y Olga Lucas, en una foto de 'El País'.
ALHAMA DE ARAGÓN. Es un paraíso con agua y selva en la tierra. José Luis Sampedro, escritor, pensador y economista, se refugia allí desde hace medio siglo. Suele decir que es para relajarse, para combatir el estrés, para reencontrarse con la naturaleza. Han sido muchos los autores que han hablado de su sentido de la descripción y de su mirada frente al paisaje. Allí quiso celebrar una ceremonia inolvidable: en medio de las neblinas y los vahos que emergen de los lagos, se unió a Olga Lucas. En el fondo, Alhama tiene algo de persistencia de lugares muy queridos por el narrador: el mar, el río Tajo de los gancheros y los recuerdos, los humedales y los jardines de Aranjuez. En la dedicatoria de ‘La vieja sirena’, el escritor agradece “Finalmente, a mi circunstancia: cinco ambientes con A que se hicieron refugio. Alhama de Aragón, Alicante, Aranjuez, Aravaca y la principesca hospitalidad de Andorra”.
AMOR. Sampedro escribió, en ‘Octubre, Octubre’, citando a Rumí: “Bajo la visible evolución de las formas es la fuerza del amor lo que impulsa todo progreso”. “De no ser por el amor, ¿cómo hubiese llegado a existir nada?’. Y también proclama con el clásico: ‘Ama y haz lo que quieras’. El amor con todos sus complejos apéndices o derivados es el personaje más importante de todas sus novelas. El amor es la creación total que ansía página a página, personaje a personaje. Leemos en ‘Octubre Octubre’: “Al hacer el amor éramos todavía más libres, no sé cómo explicarte, más inocentes. Diría que más puros, pero la palabra ‘pureza’ está manchada por los curas. De verdad, sentirse pura antes de amar es muy fácil, pero falso. La pureza sólo llega a ser auténtica haciendo el amor”. Recojo en ‘La vieja sirena’: “El Amor siempre es verdad”.
ARANJUEZ. Ese lugar cantado por los poetas, por los músicos, y pintado por el pincel matizado de Santiago Rusiñol, entre otros, es un espacio fundamental. Es el jardín de la memoria, el edén exuberante de verdura, de belleza, de misterios, pero también es el hechizado solar donde Sampedro se reencontró consigo mismo y, muy especialmente, con su padre, aquel médico militar que era capaz de tocar instrumentos de púa, dibujar mapas y planos, realizar fotografías y hablarle, así, como habla el viento y como quien no quiere la cosa, del conocimiento. Ha dicho José Luis que allí disfrutó de su padre como nunca. Él fue la figura tutelar, el amigo soñado, la puerta a la sabiduría y a un sinfín de emociones, y además estaba en un real sitio con solera, con nobleza. Aranjuez reaparece en muchos libros, como un pespunte, como una sugerencia, como un instante de plenitud, y aparece sobre todo, con su hermosa complejidad, en la novela ‘Real Sitio’ (1993), que narra dos historias distintas y complementarias, una en 1807-1808 y otra en 1930-1931, y que ensaya, de nuevo, un modelo de novela histórica muy personal. Ahí estaban muy claros algunos temas decisivos de Sampedro: el tiempo y sus laberintos, los ecos de la II República, la dignidad de los amores tardíos, la idea de segunda oportunidad mientras haya aliento y una piel que sentir al lado, un cuerpo, unos luminosos ojos henchidos de edad. Aranjuez es el escenario de ‘Real Sitio’, un libro cuya prosa refinada y elegante se corresponde con su ámbito y con su leyenda de majestuosidad, de aroma, de intimidad y de amotinamientos. Es un “paisaje definitivo del alma” y es, a la vez, ese lugar que le permite decir al autor: “Mi paraíso terrenal está situado en esas riberas del Tajo”. Anoto aquí una hermosa reflexión de Yvan Lissorgues: “Real Sitio es la plena recuperación, con la palabra, del tiempo pasado que nunca se da como tiempo perdido”. Como si apostillase, ha escrito Sampedro: “El Real Sitio fue decisivo para orientar mi vida y por eso ha permanecido siempre en mi corazón”.
BRUNO. La novela donde se produjo esa alquimia perfecta de identificación entre el escritor y el lector fue ‘La sonrisa etrusca’ (1985), el relato del anciano Salvadore que se ha quedado viudo y visita a su hija, que tiene un niño, Bruno. La novela, así de entrada, era como un grito de soledad del narrador. La historia nació en Estrasburgo, en la casa de su hija, “donde me había nacido un nietecito”, y el novelista tenía en la cabeza a Goethe y su primer amor, Federica Brion, porque veía los parajes donde el joven escritor alemán había recibido sus primeras lecciones de amor. Ha escrito Sampedro: “Una noche algo como un gemido me despertó y me hizo acudir a la alcobita del niño. La nevada caída durante el día reflejaba el resplandor lunar y el de las farolas callejeras derramando por el ventanal una líquida claridad mágica. Todo era silencio; ¿habría yo soñado aquel gemido? Me acerqué a la cuna y contemplé la lunita del rostro. Iba a retirarme cuando el niño me retuvo abriendo los ojos, redondos y misteriosos como pozos oscuros. Antes de sollozar le cogí en brazos y envolví nuestros cuerpos en una manta, acunándole mansamente. Pero tardó en dormirse y, al paso de los minutos, iba el niño pesando en mis brazos, entrándose en ellos y haciéndome suyo al hacerse mío… Eso fue todo: evadirme con él del reloj y de los mapas, contemplar su carita aún no surcada por los afanes y los días, respirar su olor lácteo y frutal, acoger la elástica firmeza del cuerpecito, flotar juntos en la noche transfigurada. Eso fue todo”. Ese niño acabaría siendo Bruno, Brunettino, el nieto de Salvatore, y se llamaba Bruno como se llamó él cuando era partisano y combatía con los nazis. El nombre era un juego del azar y un homenaje de su familia. Sampedro redactó una novela emocionante durante muchas noches, en la hora ideal de la madrugada, y trasladó la acción a Calabria. Le añadió algo que le obsesiona desde hace mucho tiempo: la idea de una última pasión que alumbra el túnel de la despedida y lo llena de dignidad, de hermosura, de grandeza inadvertida, de sigilosa plenitud. Eso sí, redactó aquella novela humilde y artesana, ‘La sonrisa etrusca’, con el estilo más difícil, “el más sencillo”, y con ternura, con emoción, con profundidad y con el intento de entender la vida. José Luis Sampedro, que es un vitalista más que un optimista, se ha pasado la mayor parte de sus días de escritor intentando comprender los pliegues del existir.
CASTILLO, ANTONIO. Es el protagonista de ‘La sombra de los días’, una novela concluida en1945 y publicada en 1994. Podríamos decir de manera simple que es la visión de la Guerra Civil de Sampedro. Se trata de una ficción redactada en cuatro partes, en cuatro voces y un prólogo. Es un ensayo sobre el punto de vista, un libro puzle, una narración impresionista donde las voces hablan, recuerdan y completan el carácter del desaparecido. Es una novela de formación y está centrada en un personaje de ficción que encarna al inolvidable Germán Sanginés, aquel amigo de Sampedro, con el que coincidió en Santander en vísperas de la contienda civil y que fallecería demasiado pronto en combate. A él, entre otras muchas cosas, le debe Sampedro recuerdos imborrables vinculados al mar, a la poesía, a algunos poetas y a algunos libros como la Antología poética de Gerardo Diego o a la Segunda antolojía poética de Juan Ramón Jiménez. Cuando José Luis dirigía la revista ‘UNO’, Germán le exigía calma, conciencia, rigor, y logró algo inesperado: el poeta Sampedro está encriptado en las ficciones de Sampedro. Gregorio Salvador descubrió este fragmento poético y otros en ‘Octubre octubre’:
No tengo miedo. Sé que tú no ignoras
que nunca te perdí en mis confusiones.
Que, si seguí adelante,
fue buscando tu faro allá en lo oscuro,
llevado de deseos de tu cuerpo,
de la sed de morir sobre tu pecho
derramando en tu sexo mis entrañas.
Porque mi vida pasa y me destroza
la espera de morir para encontrarte.
DIGNIDAD. Es un vocablo clave: para Sampedro es un fin y un territorio. Todas sus criaturas intentan otorgarle sentido a cuanto les sobreviene o les ocurre.
ESCRITURA. “El escritor es un voyeur, confesémoslo de una vez, y lo digo en francés para que no parezca indecente. El escritor lo ve todo, lo oye, lo huele todo –no digo que lo toca porque eso ya sería pasarme-, pero el escritor, verdaderamente, es un cotilla (…)”. De ahí que a sus lecciones sobre su vida y su escritura los hubiera titulado ‘Escribir es vivir’. La escritura de José Luis Sampedro se nutre de su propia existencia, de sus recuerdos, de los personajes que conoció, de un sinfín de incidencias que le marcaron la vida, su prosa es como un laberinto de la memoria, el depósito y las huellas del pretérito transformados en arte de la experiencia. La escritura de Sampedro nace de su curiosidad por el mundo que le ha tocado vivir: el convulso siglo XX, desde la dictadura de Primo de Rivera y el crack de 1929 hasta la proclamación de la II República, la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la Transición; la escritura de José Luis Sampedro también tiene su origen en los sueños, en los mitos, en la historia, en la vasta cultural que nos conforma, y en eso estado fronterizo de la realidad y la ficción que algunos críticos le han dado en llamar ensoñación. La escritura de Sampedro se amasa con muchos materiales: con investigación, con lenguaje, con almas a la deriva y generalmente dotadas de buenos sentimientos, y se amasa con una impronta poética, con humor y con un especial sentido del ritmo. El libro poético por excelencia de Sampedro es ‘La vieja sirena’, al menos en un sentido conceptual y en su sentido estilístico. Está redactado con un vocabulario extenso, frugal, casi de lujo.
HISTORIA. La novela histórica, más bien rutinaria y un tanto previsible, se ha puesto de moda. Parece vivir su edad de oro y a la vez su ocaso: el exceso, la superficialidad y la frivolidad están a punto de condenarla por agotamiento. José Luis Sampedro es un escritor de su tiempo, un narrador de los círculos y las espirales del tiempo, un ciudadano comprometido desde cada una de sus ficciones, pero también podríamos calificarlo como un novelista histórico de la mejor estirpe: un novelista fiel a sus orígenes y a su estilo. ‘La vieja sirena’ es, ante todo, un tratado de la imaginación, un libro totalizador de los mitos con parada y fonda en Alejandría, una novela de personajes y de sueños de intención alegórica y simbólica. Es, en cierto modo, la novela de la luz, de la sensualidad arrebatada, del viaje y de la mutación permanente. La protagonista se mueve entre dos amores: Ahram el Navegante, y el filósofo Krito, filósofo que posee la virtud de la palabra y la facultad de ser hombre y mujer a un tiempo, como Orlando, como ‘El hombre lesbiano’. ‘Real Sitio’ es una novela del siglo XIX y del siglo XX. El tapiz histórico late como una alfombra de la memoria en los libros de Sampedro. Incluso cuando se trata de épocas más cercanas: la aventura de los gancheros, la historia de Shannon y Paula, en ‘El río que nos lleva’; los ecos de aquel Tánger multirracial y multicultural de la infancia; la misma Villabruna de ‘El caballo desnudo’…
HUMANISMO. Hace algunos años, pero especialmente en los últimos tiempos, he descubierto a grandes fotógrafos franceses: Willy Ronis, Robert Doisneau, Emmanuel Sougez, Gerald Bloncourt o Jean Dieuzaide. Para definirlos, por lo regular, se utiliza el calificativo humanista e incluso se habla de una corriente estética, nítida, que es la fotografía humanista. Ellos, además de dominar la magia de la luz, la fuerza del contraste, los secretos de un rostro, son capaces de crear una corriente de afecto, de lucidez, de comprensión general del mundo. Saben que todo es importante, que cualquier gesto, cualquier ser humano, cualquier peripecia son dignas de atención. Así, con esa actitud, con esa infinita y dulce curiosidad hacia todo lo humano, han creado una poética, un modo de estar en el mundo. Son cronistas de lo esencial, son espectadores del azar, registran los sentimientos, las emociones, la felicidad y el dolor. Una auténtica vida en llamas. En España también tenemos fotógrafos humanistas, de esa línea: piensen en Gabriel Cualladó, en Virxilio Vieitez, Eugenio Forcano, Joan Colom, Alfonso o Marín, por ejemplo. José Luis Sampedro es de esta estirpe: es un fotógrafo humanista con la palabra hecha imagen, exaltación y dibujo del tiempo. Abraza a los seres y los integra en sus ficciones con pasmosa complicidad.
LIBROS. Suele decir que “la literatura es el camino de la vida”. En ese tramo siempre hay compañeros de viaje que son como los fantasmas familiares: ‘El principito’, los poemas de Juan Ramón Jiménez y los Kavafis, Rilke y Fernando Pessoa. Entre los novelistas, hay muchos (no hay más que asomarse a ‘Octubre octubre’ para verlo y leerlo), desde Pío Baroja a Leon Tolstoi. Una de sus novelas predilectas, a la que vuelve una y otra vez, es ‘Guerra y paz’. Regreso un instante a Pío Baroja: Sampedro se siente con él y como él “un hombre humilde y errante”.
MAR. En su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, Sempedro, autor de una colección de cuentos de tema marino, ‘Mar al fondo’, escribió: “El mar es como la dulce llama de la chimenea: nos lleva a un más allá, nos sorbe la imaginación, se disfraza de figuras y sugerencias (…) El mar no era confín ni barrera sino la más ancha de las aperturas a la libertad”.
MUJER. De ‘La sonrisa etrusca’: “¿Qué poder tiene la carne de mujer? Redonda y blanca como la luna, que dicen que levanta el mar”.
NOVELA. “Con palabras se construyen las fronteras en el mundo de la literatura, donde se desenvuelve la novela, alzada sobre el filo mismo de la realidad y la ficción porque participa de ambas. Oponer lo novelesco a lo real solo alcanza a ser una interpretación, pues la novela despliega la inapelable verdad de su autor, que la ha vivido al crearla, para que se haga también en los lectores. Por eso los grandes personajes de ficción resultan más reales e influyen más en nosotros que muchos seres de carne y hueso”.
SEXO. El sexo ocupa una porción importantísima en la obra de Sampedro. En algunos libros, en particular: en ‘La vieja sirena’, quizá el libro más erótico, donde hay un permanente ejercicio de lenguaje, que se funde con la sexualidad y la sensualidad. En ‘El amante lesbiano’, que habla de los deseos ocultos, de los espacios desconocidos, de los sueños inconfesados, de la metamorfosis. Ya en ‘La vieja sirena’ podía leerse: “…hay mucho sexo en el cerebro. ¿Qué está haciendo? ¿Qué más da? ¿No es su oscuro deseo, muy hondo, ser amante lesbiano? ¿Es todo esto una promesa del destino”. ‘El amante lesbiano’ tenía mucho que ver con la literatura galante francesa e inglesa. El sexo es determinante en ‘Octubre octubre’, otra novela que transcurre entre los años 60 y el inicio de la Transición, donde el autor ha tejido una compleja red de relaciones, de sentimientos y de exaltación del cuerpo en el que pretende dar salida a un amor imposible. El sexo un camino de conocimiento, en un umbral de sabiduría. Sampedro defiende el placer y sus líquidos, defiende la piel y su textura, defiende el coito, defiende la fantasía, el ritual del encuentro. La pasión, que es una palabra que debiera tener entrada propia, está hermosa descrita y sentida en muchas de sus ficciones. Sampedro es un novelista apasionado, vigoroso, sensual, con todos los sentidos despiertos. Es un libertario de los sentimientos. El único límite lo ponen los amantes. En varias ocasiones, ha escrito: “La cama es el mejor sitio para estar juntos un hombre y una mujer”. Quizá tras la redacción de ‘El amante lesbiano’, la frase ya no sea tan exacta. Oigan como se define el personaje de este libro que ha ensanchado la literatura de Sampedro hacia la androginia, el fetichismo, la homosexualidad y la vida privada y recóndita de las criaturas. Dice Mario: “Mi sexo es masculino, pero mi género es femenino, atraído hacia la mujer y, para concluir, sumiso. Así es que resulto lesbiano”.
VIAJES. Muchos de los libros de Sampedro son viajes, expediciones al pasado, aventuras con intensa acción, exploración de territorios junto al río, a los jardines, indagación a mar abierto. Pensemos en ‘La senda del drago’, que tiene algo de odisea de Martín Vega hacia el océano deteriorado y quien sabe si degenerado de la cultura occidental. Pensemos, claro, en ‘El río que nos lleva’, que narra un hecho real: la última maderada, a finales de los 40, desde Peralejos de las Truchas hasta Aranjuez. Sampedro, como hace siempre, trasciende la anécdota y engarza con la novela objetiva española del momento y con la idea del reportaje.
VIEJOS AMANTES. José Luis Sampedro, encarna, creo que en la vida y en la ficción, al amante eterno. Al tema de la dignidad de los viejos amantes, de la nobleza de la carne antigua, le ha dedicado muchas páginas. Anota: “Palabras y silencios en la penumbra primaveral de la alcoba, cernida por las cretonas estampadas. Tendidos uno junto a otro bajo la sábana y la colcha, desvestidos a medias, las palabras son estrellas en el crepúsculo de cada día, rojas brasas en un fuego tranquilo, misterios compartidos. Y los silencios lo cantan todo, son la vida entera de cada uno resucitando, reconstruyéndose y requiriendo a la otra para completarse; son las existencias de ambos abrazándose en un trenzado de anhelos y esperanzas”.
En la escena final de ‘La sonrisa etrusca’, Salvatore y Hortensia se encuentran en un momento de intimidad. Él percibe que “el magnífico animal” ya no es el de antaño, que se ha quedado dormido, y dice:
-¿No te da pena tener en tu cama sólo una carne ya muerta?
-¿Muerta? –protesta esa ternura absoluta-. ¡Vive! ¿Es que esa carne no está sintiendo mi caricia? … ¡Qué vello el de tu pecho, qué rizos ásperos, cómo se enredan y se demoran mis dedos! Y bajo tu corazón, tu corazón que habla, que me grita, ¡Estoy vivo!”
ZARAGOZA. Nos quedan muchas cosas en el tintero de José Luis Sampedro. Muchísimas. Es un gran creador de criaturas, es un pensador, defiende la alegría, la tolerancia y la felicidad. Y las posibilidades de la ciencia como fuerza motriz para transformar el mundo. Otra palabra que le retrata es autenticidad: la vida y la obra de Sampedro son una continua aspiración a la Autenticidad. Vivió unos meses de niño en Zaragoza y estudió en el mismo colegio de Luis Buñuel, y conoció de primera mano la inhumana represión sexual que se pregonaba. Vivió en la calle Pilar, Méndez Núñez y Don Jaime. En Zaragoza conocí a un joven escritor: Francisco Gonzalo Gómez, hijo de gallega y enamorado absoluto de los libros de Sampedro. Decía que los dos, a su modo, su madre y José Luis, eran brujos. Hablaba de los libros de Sampedro como quien hablaba de un conjuro, de un sortilegio, de un baúl particular que contiene lo necesario para andar por el planeta, para amar, para sentirse más vivo cada día: aquí están los recetarios de amor, los buenos consejos; allí están los sentimientos, las lágrimas, la emoción, el temblor de un paisaje barrido por el cierzo, la picardía; dentro están la luz, la hermosura, el ideal de la modernidad, la exuberancia de las mujeres, que todo lo pueden, la melodía exacta del castellano, las píldoras de la imaginación, los frascos de la cultura y de la sabiduría. Francisco Gonzalo murió de un infarto al corazón cuando más feliz era: se le juntaban los días con las noches, escribía en esa madrugada ideal en que llega la inspiración y los personajes también se desvelan en el cerebro del escritor. En su esquela en el periódico se recordaba su condición de lector de Sampedro y alguien redactó una brillante frase que agrupaba casi todos los títulos del escritor, que eran el mejor pasaporte hacia el más allá. Jamás había visto nada igual. He buscado la necrológica, la guardaba en el espléndido libro de conversaciones de Gloria Palacios con Sampedro, y no he podido encontrar ese volumen de Siruela, uno de mis libros favoritos de entrevistas con un escritor.
Aquel joven escritor me había dicho una vez, tras reseñar los cuentos de ‘Mientras la tierra gira’: “¿Sabes por qué me gusta Sampedro? Ama al hombre y se ahogaría de amor en los ojos de una mujer bonita. Es un narrador apasionado”.
*Las fotos son de Terra, de ADN y de Heraldo de Aragón.
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