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Antón Castro

MARIE CURIE EN BICICLETA

MARIE CURIE EN BICICLETA

[Ayer encontré esta foto de Maria Sklodowska, Marie Curie. A ella y a su marido Pierre Curie les dedicó este texto de ‘El paseo en bicicleta’ (Olifante, 2011), que es el favorito de la escritora y periodista Paula Figols. La foto está firmada en 1910 y es de A. Harlingue. En otro lugar del blog está publicada una foto de esta luna de miel de los dos sabios.]

 

 

LUNA DE MIEL

 

De ’El Paseo en bicicleta’.

 

El profesor escribió dos nombres en la pizarra: Pierre Curie y Maria Sklodowska. Científicos. Se sentó en su sillón y se dirigió a los alumnos: “Marie Curie, Maria Sklodowska de soltera, solía decir que la ciencia encierra una gran belleza y que un sabio en su laboratorio es como un niño ante un cuento de hadas. Experimenta idéntico asombro ante los enigmas de la naturaleza: las mareas, un vendaval de verano, un relámpago, el lenguaje oculto de los minerales. Marie Curie fue una mujer marcada por su vocación. Y por una voluntad de hierro. Desde muy joven padeció diversas adversidades: la muerte de su madre, maestra, pianista y cantante, y la persecución política de su padre, profesor. Estudiaba historia natural, matemáticas y física, y trabajó de institutriz. En aquellos días, antes de dejar Polonia, cultivaba en secreto la poesía: redactaba piezas sobre los primeros amores, la necesidad de saber y la hermosura de los días de nieve. Ayudó como pudo a su hermana Bronislawa, que había partido a La Sorbona a estudiar medicina. Poco después llegaría ella a París, y se instalaría en el Barrio Latino: pasaba tanto frío que dormía con la ropa puesta. Era una mujer débil y fuerte a la vez: poseía una determinación de acero y una inclinación constante a la anemia. Lucía un cabello rubio, tamizado por un tono ceniza, y era sobria en su vestimenta y en sus hábitos. En su rostro de dibujadas facciones destacaban sus ojos claros. En La Sorbona una mujer como ella llamaba la atención: a unos les suscitaba rechazo, otros se deshacían en chismes o se burlaban de su mal francés, y a uno en particular le atraía aquella joven sigilosa, concentrada, que hablaba con gran precisión de la ciencia y que se había licenciado en física y en matemáticas con un año de diferencia. Era Pierre Curie, un profesor distinguido de física, tan brillante como tímido; había realizado investigaciones sobre la electricidad del cuarzo, solo y en colaboración con su hermano Jacques. Intentó establecer una relación con ella. Concertaron las primeras citas y la estudiosa polaca lo recibió en su estancia glacial en el Barrio Latino. Él la invitó a casarse, pero Marie tardó diez meses en responderle. La boda se celebró en julio de 1895, en Sceaux, una población próxima a París con castillo, parque, lago y bosque. Fue una ceremonia extraña: una ceremonia civil, sin notario, sin alianzas, ni vestido blanco de novia ni convite. Marie Curie llevaba un traje azul; el novio diría después que ‘nunca le había parecido tan hermosa como entonces’. Su luna de miel fue completamente atípica: unos parientes les habían regalado un poco de dinero, como obsequio de boda, y Pierre y Marie adquirieron un par de bicicletas. Salieron de paseo por diversos lugares de Francia: ella llevaba el ramo de flores en el manillar, él un pequeño zurrón. Fueron de aquí para allá, pernoctaban en posadas y hostales, contemplaban el paisaje, se detenían en las umbrías y en las plazas públicas, visitaban monumentos, comían a la orilla de los ríos siempre frugalmente: pan, fruta y queso. Fue una aventura inolvidable de amor, de complicidad, de improvisación en la ruta y de gozoso esfuerzo. Aquí y allá hablaban de sus investigaciones en torno a la radiactividad, consumaban su pasión, y proseguían con rumbo incierto. ¡Qué hermosa les pareció Francia: cuántos viñedos había que ver, cuántos jardines a su paso reclamaban su atención, qué luz desleída de oro viejo bajo las arboledas! Años después, tras lograr la pareja el premio Nobel de física por sus investigaciones en torno al polonio y al uranio, un tenebroso día lluvia de 1906, Pierre Curie dio un mal paso y resbaló en una calle de París. Un carro de caballos de seis toneladas lo arrolló y le produjo heridas mortales en la cabeza y en el cuello. Con lágrimas en los ojos y completamente desolada, Marie Curie preguntó: ‘¿No hay ninguna esperanza de vida?’. Bueno, quizá no he debido contarles esto”.

El profesor calló abruptamente, y luego hizo un gesto de contrariedad y de arrepentimiento. Miró a sus alumnos y añadió: “A mí lo que siempre me ha conmovido de los Curie ha sido ese viaje en dos bicicletas por Francia. Casi les diría que es la luna de miel más original que conozco. Marie Curie murió de anemia aplásica en 1934. La enterraron en un panteón muy cerca del de su marido. Un biógrafo se pregunta: ‘¿Los habrán enterrado con sus bicicletas?’ Más que el descubrimiento de la radiactividad o sus hijas Éve e Irène, para mí las bicicletas son el gran símbolo de su amor”.

 

*De ‘El paseo en bicicleta’. Antón Castro. Olifante: Ediciones de Poesía. 2011.

2 comentarios

Tortuga -

Es un relato muy lindo. Me gusta esa luna de miel.
En tu blog siempre hay cosas interesantes y fotos muy chulas.

Beatriz -

Hermoso relato de amor y bicicletas para este domingo de otoño, querido Antón.
Una luna de miel ideal la de Pierre y Marie.
(mi bicicleta celeste me espera para el paseo diario)
Un abrazo.
Beatriz