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Antón Castro

ÁLVARO VALVERDE: CUATRO POEMAS

El poeta Álvaro Valverde (Plasencia, Cáceres, 1959) acaba de publicar  ‘Un centro fugitivo. Antología poética (1985-2010)’ publicado por La Isla de Siltolá en su colección Arrecifes. La edición es de Jordi Doce. Álvaro, que es un lector compulsivo y sensible, me envía a petición mía una selección de cuatro poemas de la antología, que corresponden a la selección de inéditos. En una entrevista confesaba, casi a modo de poética: “En los últimos tiempos, he estado cada vez más persuadido de que personal es lo único que en literatura, en poesía, te salva del plagio. O de la traición. Es decir, si hablas de ti, o de lo que aproximadamente conoces de ti, evitas decir lo que dicen otros. Por otra parte, he necesitado cada vez más ese consuelo que proporciona la poesía, implicándome en ella. Sin llegar a lo puramente confesional, como en la más rancia poesía de posguerra, sí, opto abiertamente por lo personal. A lo que, como dices, de verdad importa”.

 

 

 

UN VIAJ E A LISBOA

 

Huíamos en vano de la ciudad cerrada

y acabamos perdidos en la ciudad perfecta.

El piso luminoso, el suelo blanco,

los cuartos despojados y en penumbra,

los pocos pero doctos libros juntos,

acogieron serenos el cansancio.

Luego llegaron días de paseos y calma

donde todo se hizo tan lento como suele

ser todo en un lugar acompasado a un río.

Tranvías y avenidas y barcos y comercios

fueron haciendo el resto.

Ya no éramos los mismos

que piensan desde el puente lo que cualquier suicida.

Los que ven desde el puerto parecidos naufragios.

Ni los que entre las ruinas de nobles edificios

se dan a ese discurso del fracaso y la muerte.

En la decrepitud, entre la suciedad, bajo la herrumbre,

lo que vimos fue el fuego de una vida distinta.

Todavía nos quema cuando hacemos recuento

y evocamos las tardes sosegadas de junio

en la casa de Ángel, y aquel sol de poniente

hundiéndose, muy rojo, sobre el Tajo.

Volvemos a menudo al sitio donde fuimos

si no felices siquiera afortunados.

Con la melancolía viaja una mirada

que nos devuelve aquello que ensayamos vencido.

 

 

 

EL CUARTO DEL SIROCO

 

Cuenta Leonardo Sciascia

que en las casas aristocráticas

de la vieja Sicilia

había, desde el siglo XVIII,

un «cuarto del siroco».

En él se refugiaban de ese viento

los días que soplaba con más fuerza.

Uno quisiera

que en las horas peores de la vida,

cuando todo se torna vendaval

y las cosas se ocultan tras un velo de polvo,

existiera una estancia semejante.

Suponiendo, eso sí, que no se diese

lo que el de Racalmuto revelara:

que antes de que se le note en el aire,

el siroco se ha clavado en las sienes;

que antes de que se anuncie

ya se le siente, sin remedio,

en las rodillas.

 

LA ENCINA SOLITARIA

 

Está en una colina, la rodean

rocas, retamas, tierra

donde el árbol arraiga

y parece que apenas se sostiene.

Me la mostró mi padre cuando, niño,

paseaba con él entre los canchos.

Desde entonces retengo su presencia

con la necesidad de lo que dura.

Desde lo alto, observa la ciudad.

Es lo primero que distingo al volver.

Lo último que miro cuando salgo

de las murallas de este microcosmos.

Es algo más que una vetusta encina.

Sola, en su altura, sosegada, es cifra

de la vida a que aspira quien resiste.

 

AQUÍ

 

Estás sentado solo frente al valle

con un libro en las manos

que abandonas a ratos

para poder mirar,

con la calma debida,

cuanto la vista alcanza.

Suena el silencio. A veces,

el rumor de las ramas

o el canto intermitente de algún pájaro.

Respiras hondo. Ves.

Aprecias uno a uno los momentos

que te concede este vivir al margen.

No haces tuya la queja

de los que quieren irse

pero que aplazan siempre

la ocasión de su huida.

Permaneces aquí

por propia voluntad:

es éste tu lugar.

Tú eres de él.

 

*Todas las fotos son de John Rawlings, un magnífico fotógrafo de moda que ha desplegado su talento en diversas revistas, especialmente en ’Vogue’. La foto de Álvaro Valverde la he tomado de www.jesusfelipe.es, pero pertenece a la Fundación March, según me informa el propio poeta y narrador.

6 comentarios

Leomuna -

Como la obra de otros poetas españoles del momento, se encuentra sobrevalorada. Cualquiera que se aplique unos minutos y que tenga cuatro lecturas puede escribir tan bien o mejor si le sobra la originalidad que a este vate placentino le falta con una crueldad patente.

Testigo -

No es que me parezca mal poeta, pero lo veo un poco insípido. Le falta algo de chispa. Por mucho que dijera Octavio Paz, uno goza de independencia y libertad de criterio. Este se piensa que por haber ganado en su día el premio Loewe lo tiene todo solucionado. Y no. Si os fijáis objetivamente, todos estos autores -este, los de su edad y muchos jóvenes que empiezan a salir- son iguales, opten o no por lo personal como dice optar don Álvaro. Para empezar, no salen del manoseadísimo ritmo imparisílabo, no tienen ningún sentido del humor y hay en ellos, por norma general, un tono lánguido. Son muy literarios, eso sí, y casi todos escriben reseñas y están al día. Pero muchos de sus poemas, la mayoría, señalan con el dedo que la poesía está en cualquier parte menos en los poemas mismos. Además de eso, bien mirado, se ve más hondura en el reflejo de un charco. Hablando claro, sin ánimo de ofender y con el respeto a la persona por delante: mucho lirili y poco lerele.

Á. V. -

Gracias,Antón, Isabel, Efi y Álex. Un abrazo, Á.

Efi Cubero -

Calidad, despojamiento de retórica, limpieza, hondura.
La mirada coherente de un poeta que debe a su paisaje de interiores todo lo verdadero, todo lo auténtico que él representa y que su poesía contiene.

Álex Chico -

Cuatro poemas estupendos. Felicidades a los dos por compartirlos.

Abrazos.

isabel -

Gran poeta y gran persona Álvaro.