Blogia
Antón Castro

EMILIO QUINTANILLA: UN POEMA

El poeta Emilio Quintanilla Buey me envía este poema que ha escrito con motivo de la Feria del Libro. Dice: “Mi poema ’El trébol’. Reconozco que es un poco largo, pero el tema VIVIR DENTRO DE UN LIBRO es muy adecuado para esta Feria que comienza el día 1 de junio”.

Foto de Cecil Beaton.

 

VIVIR DENTRO DE UN LIBRO

La conjura de los necios: una obra maestra, de las que aparecen pocas en un siglo”

Paul Gray, The Times.

 

 

 

EL TRÉBOL

un poema de Emilio Quintanilla Buey

 

I

He encontrado, perdido entre las hojas

                                               del libro La conjura de los necios,

                                               como una alegoría agazapada,

                                                el brote tetrafólico de un trébol.

De un verde gris, planchado entre dos frases,

casi integrado ya en el argumento,

rompedizo, perdida su frescura,

como el liviano fósil de un recuerdo

pero dando señales todavía

de un rescoldo vital; de no estar muerto.

Me ha parecido percibir, incluso,

que iniciaba un ligero movimiento

al irrumpir la luz de mi escritorio

en su nicho de sombra y de silencio

y que por fin captaba mi mirada

sorprendido y feliz al mismo tiempo.

 

II

Como soy vulnerable a los presagios,

como creo en hechizos y amuletos,

como cualquier embrujo me encandila

por el alma tan párvula que tengo,

he visto en ese trébol de cuatro hojas

la prefiguración de un sortilegio.

Enseguida he pensado que ese hallazgo

en ese libro, póstumo y espléndido,

no era casual, estaba programado.

Había algo simbólico en el hecho.

Una fuerza secreta y ultrahumana

estaba propiciando nuestro encuentro.

Y he querido palparle con blandura

aproximando trémulo mis dedos,

muy despacio y tomando precauciones

por si estaba furioso tras su encierro.

  

 

III

Se ha dejado tocar, aunque he notado

la contracción de su estremecimiento

y un mimoso desdén, como un reproche

por no haberle tocado en tanto tiempo.

Después le he acariciado con ternura

cuidando de no hacerlo a contrapelo

y le he dicho unas cálidas palabras

tratando de ganarme así su afecto.

Entonces ha ocurrido algo asombroso:

el trébol se ha enhestado, se ha desmuerto,

se ha dirigido a mí, como mirándome,

poniendo vertical su tallo erecto

y ha repetido despaciosamente,

en un tono lineal, monofonético,

con timbre de metal reverberante,

mi propia voz, como si fuera un eco

 

 

IV

He superado el pánico instintivo

que me ha invadido en un primer momento

aunque enseguida he vuelto al sobresalto

impactado por un recelo nuevo,

porque empezaba a ver en el prodigio

el testimonio de un desdoblamiento.

Ese trébol es parte de mí mismo;

es un trozo evadido de mi cuerpo.

Una escisión binaria repentina,

una conjugación hecha a destiempo,

crearon una yema en mi albedrío

que al germinar quiso vivir un sueño.

Su vocación estaba entre los libros,

sintiéndolos latir, viviendo en ellos,

y se marchó de mí tras un desgarro

que todavía hoy me está doliendo.

 

 

V

Hemos hablado sobre nuestras vidas

y yo he querido ser claro y sincero:

mi vida es mejorable. Está preñada

de soledumbre, desamor y tedio.

Él, en cambio, me ha dicho que en el libro

ha encontrado un refugio placentero

gracias al cual conoce Norteamérica.

Está en Nueva Orleáns, y está contento.

Convive con Ignatius y su madre,

y con Mancuso, el torpe patrullero,

y con Lane, la sensual modelo porno

que tiene un cabaret cuyo portero

es Burma Jones, el negro quisquilloso,

y con Darlene, que tiene un loro en celo,

y con Dorian saliendo del armario,

y con Myrna, que estudia amor eterno...

 

 

VI

Pronto hemos asumido la simbiosis.

Ambos somos el mismo y lo sabemos.

Primero le he mirado con envidia

pero luego he admirado, satisfecho,

su buen gusto, que a mí también me alcanza,

para elegir su hermoso cautiverio.

Después hemos pasado muchas horas

en un contemplador hechizamiento,

en una mutua hipnosis, escrutándonos

el uno al otro, como ante un espejo;

él aplomado, imperturbable, estoico,

yo abatido, confuso, pesariento.

De entre los dos, el trébol es el líder.

Él supo ser audaz; yo tuve miedo

y por eso he tomado, aunque algo tarde,

mi decisión que es casi un testamento:

 

 

 

VII

Desnudo, como Dios me trajo al Mundo,

tras frotarme con ramas de romero,

he estado un largo rato meditando

junto al libro, de bruces en el suelo

y haciéndome preguntas que hasta ahora

por cobardía no me había hecho.

Un ejercicio inquisidor, catártico,

que me ha abierto los ojos hacia dentro.

Después me he incorporado... ¡Ya distinto!

¡Ya vegetal! ¡Ya miembro de otro reino!

He mirado con ojos de emigrante

el asfixiante espacio en que me muevo,

he dado un salto hasta alcanzar la página,

me he abrazado a mi frágil complemento,

nos hemos sublimado en el abrazo

y hemos cerrado el libro desde dentro.

 

 

                                               VIII

Cuando el hastío venga a visitarme

no podrá verme. Soy —¡por fin!— sintético.

Me he mudado a una casa muy pequeña

con un indicador alfanumérico

en una zona de la estantería

donde tengo los libros que más quiero.

Es una casa alegre, bulliciosa.

(La pena es que su joven arquitecto

se suicidó sin verla inaugurada).

Mi antigua casa... flota en el recuerdo.

Contraponiendo a mi desesperanza

la infinita esperanza de mi trébol

he construido una utopía nueva.

Hoy me siento más libre y más entero

aunque haya de vivir entre las hojas

del libro La conjura de los necios.

 

 

 

 

 

 

0 comentarios