EMILIO QUINTANILLA: UN POEMA
El poeta Emilio Quintanilla Buey me envía este poema que ha escrito con motivo de la Feria del Libro. Dice: “Mi poema ’El trébol’. Reconozco que es un poco largo, pero el tema VIVIR DENTRO DE UN LIBRO es muy adecuado para esta Feria que comienza el día 1 de junio”.
Foto de Cecil Beaton.
VIVIR DENTRO DE UN LIBRO
“La conjura de los necios: una obra maestra, de las que aparecen pocas en un siglo”
Paul Gray, The Times.
EL TRÉBOL
un poema de Emilio Quintanilla Buey
I
He encontrado, perdido entre las hojas
del libro La conjura de los necios,
como una alegoría agazapada,
el brote tetrafólico de un trébol.
De un verde gris, planchado entre dos frases,
casi integrado ya en el argumento,
rompedizo, perdida su frescura,
como el liviano fósil de un recuerdo
pero dando señales todavía
de un rescoldo vital; de no estar muerto.
Me ha parecido percibir, incluso,
que iniciaba un ligero movimiento
al irrumpir la luz de mi escritorio
en su nicho de sombra y de silencio
y que por fin captaba mi mirada
sorprendido y feliz al mismo tiempo.
II
Como soy vulnerable a los presagios,
como creo en hechizos y amuletos,
como cualquier embrujo me encandila
por el alma tan párvula que tengo,
he visto en ese trébol de cuatro hojas
la prefiguración de un sortilegio.
Enseguida he pensado que ese hallazgo
en ese libro, póstumo y espléndido,
no era casual, estaba programado.
Había algo simbólico en el hecho.
Una fuerza secreta y ultrahumana
estaba propiciando nuestro encuentro.
Y he querido palparle con blandura
aproximando trémulo mis dedos,
muy despacio y tomando precauciones
por si estaba furioso tras su encierro.
III
Se ha dejado tocar, aunque he notado
la contracción de su estremecimiento
y un mimoso desdén, como un reproche
por no haberle tocado en tanto tiempo.
Después le he acariciado con ternura
cuidando de no hacerlo a contrapelo
y le he dicho unas cálidas palabras
tratando de ganarme así su afecto.
Entonces ha ocurrido algo asombroso:
el trébol se ha enhestado, se ha desmuerto,
se ha dirigido a mí, como mirándome,
poniendo vertical su tallo erecto
y ha repetido despaciosamente,
en un tono lineal, monofonético,
con timbre de metal reverberante,
mi propia voz, como si fuera un eco
IV
He superado el pánico instintivo
que me ha invadido en un primer momento
aunque enseguida he vuelto al sobresalto
impactado por un recelo nuevo,
porque empezaba a ver en el prodigio
el testimonio de un desdoblamiento.
Ese trébol es parte de mí mismo;
es un trozo evadido de mi cuerpo.
Una escisión binaria repentina,
una conjugación hecha a destiempo,
crearon una yema en mi albedrío
que al germinar quiso vivir un sueño.
Su vocación estaba entre los libros,
sintiéndolos latir, viviendo en ellos,
y se marchó de mí tras un desgarro
que todavía hoy me está doliendo.
V
Hemos hablado sobre nuestras vidas
y yo he querido ser claro y sincero:
mi vida es mejorable. Está preñada
de soledumbre, desamor y tedio.
Él, en cambio, me ha dicho que en el libro
ha encontrado un refugio placentero
gracias al cual conoce Norteamérica.
Está en Nueva Orleáns, y está contento.
Convive con Ignatius y su madre,
y con Mancuso, el torpe patrullero,
y con Lane, la sensual modelo porno
que tiene un cabaret cuyo portero
es Burma Jones, el negro quisquilloso,
y con Darlene, que tiene un loro en celo,
y con Dorian saliendo del armario,
y con Myrna, que estudia amor eterno...
VI
Pronto hemos asumido la simbiosis.
Ambos somos el mismo y lo sabemos.
Primero le he mirado con envidia
pero luego he admirado, satisfecho,
su buen gusto, que a mí también me alcanza,
para elegir su hermoso cautiverio.
Después hemos pasado muchas horas
en un contemplador hechizamiento,
en una mutua hipnosis, escrutándonos
el uno al otro, como ante un espejo;
él aplomado, imperturbable, estoico,
yo abatido, confuso, pesariento.
De entre los dos, el trébol es el líder.
Él supo ser audaz; yo tuve miedo
y por eso he tomado, aunque algo tarde,
mi decisión que es casi un testamento:
VII
Desnudo, como Dios me trajo al Mundo,
tras frotarme con ramas de romero,
he estado un largo rato meditando
junto al libro, de bruces en el suelo
y haciéndome preguntas que hasta ahora
por cobardía no me había hecho.
Un ejercicio inquisidor, catártico,
que me ha abierto los ojos hacia dentro.
Después me he incorporado... ¡Ya distinto!
¡Ya vegetal! ¡Ya miembro de otro reino!
He mirado con ojos de emigrante
el asfixiante espacio en que me muevo,
he dado un salto hasta alcanzar la página,
me he abrazado a mi frágil complemento,
nos hemos sublimado en el abrazo
y hemos cerrado el libro desde dentro.
VIII
Cuando el hastío venga a visitarme
no podrá verme. Soy —¡por fin!— sintético.
Me he mudado a una casa muy pequeña
con un indicador alfanumérico
en una zona de la estantería
donde tengo los libros que más quiero.
Es una casa alegre, bulliciosa.
(La pena es que su joven arquitecto
se suicidó sin verla inaugurada).
Mi antigua casa... flota en el recuerdo.
Contraponiendo a mi desesperanza
la infinita esperanza de mi trébol
he construido una utopía nueva.
Hoy me siento más libre y más entero
aunque haya de vivir entre las hojas
del libro La conjura de los necios.
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