Blogia
Antón Castro

VÍCTOR DEL ÁRBOL: UN DIÁLOGO

VÍCTOR DEL ÁRBOL: UN DIÁLOGO

Víctor del Árbol se confiesa admirador de Camus, Dostoievski y Miguel Delibes. El escritor barcelonés, todo un acontecimiento en Francia, presentó hace unos días en la librería Central de Zaragoza su libro ‘La víspera de casi todo’ (Destino), galardonada con el Premio Nadal 2016

 

Víctor del Árbol «Mis personajes buscan

la reconciliación consigo mismos y el perdón»

 

«He sido policía hasta hace cinco años y he hecho un poco de todo. He trabajado con menores, he ayudado en mil cosas, he trabajado en prisiones. Esa sí que es una experiencia intensa y fundamental para entender la psicología del monstruo. Los reclusos, dentro, están controlados; algunos, por instinto de supervivencia, se convierten en seres normales, pero en cuanto rebasan la barrera de la prisión se les despierta de nuevo el monstruo. Y de eso va un poco ‘La víspera de casi todo’: hablo de personajes con un pasado traumático que, a veces, esconden a un asesino», dice Víctor del Árbol (Barcelona, 1968), ganador del premio Nadal de 2016.

 

Sospecho que una novela con tantas historias extremadas, parte de la realidad.

Mis libros se alimentan de lo que ocurre. Supe de un joven que había quemado su casa. Y mientras leía ‘Lolita’ de Nabokov, me enteré de una historia parecida a la que cuento: una profesora se enamoró de un joven alumno de 17 años, se quedó embarazada, huyó con él y dejó a su marido. Poco después, cuando el joven creció, la dejó a ella.

Su historia es un poco distinta…

Sin duda. En mi novela una mujer, fotógrafa, que ha sufrido una experiencia terrible, se deja seducir por el muchacho. Aquí la inocencia conquista a la experiencia, y ella, la mujer, en la primera peripecia sexual que tienen, se pregunta cómo sabe él todo eso.

Ese joven es esquizofrénico…

La enfermedad le sobreviene, poco a poco, tras haber arrojado al vacío a una niña, Martina...

Sigamos con su reflexión sobre la realidad.

La realidad es inverosímil y la ficción tiene que ser verosímil. En la vida real las cosas no se resuelven del todo, no tienen coherencia, no tienen un nudo, un desarrollo y un desenlace. Eso es algo que tenemos que hacer los novelistas.

Sorprende un poco que un escritor de Barcelona ubique su narración en la Costa de la Muerte.

No se crea. He estado casado doce años con una mujer gallega, de Orense. Galicia forma parte de mi vida. Para mí la novela es, esencialmente, una puerta abierta al horizonte y también simbología. La Costa de la Muerte contiene muchos símbolos que son decisivos en el libro: el paisaje, el faro, los nombres, Ave del Paraíso, Ojos de Agua, Nicosia (que es un barco y un centro y una radio vinculados a las enfermedades mentales), y Punta Caliente, que es mi Macondo gallego. La Costa de la Muerte también alude a la idea del salto, del precipicio, del drama rural y, por supuesto, es un escenario de naufragios. Aquí todos los personajes son náufragos.

Son náufragos, pero también parecen perseguidos por el mal...

Los seres humanos tendemos a la negación del mal. A veces no queremos ver las evidencias, hacemos el relato que nos conviene y no queremos interferencias. Hablo de la gente normal que deja de serlo y comete aberraciones inesperadas, como el inspector Germinal Ibarra. No me interesan la bondad o la maldad como verdades absolutas. Nadie es bueno ni malo del todo.

En realidad, sus criaturas quizá sean supervivientes…

Sin duda. Mis personajes tienen un punto de partida oscuro, con fantasmas… Mis personajes son supervivientes, buscan la reconciliación consigo mismos, buscan la redención, el perdón.

¿La encuentran?

Bueno. Ahí entra la literatura, que cuestiona la realidad aparente y explora el alma humana: encuentra espejos que nos explican o nos reflejan en nuestras contradicciones, en la búsqueda de la felicidad; encuentra la luz y la oscuridad, el bien y el mal.

Hablemos de su estilo, tan cuidado. ¿Sabe para quién escribe?

Escribo por los personajes. Escribo para mí y deseo que en ese ejercicio, o tentativa, me encuentre con lectores cómplices que me interpelan a mí y a los personajes. Tengo clara una cosa: la literatura puede prescindir del escritor, pero jamás del lector.

 

*Esta entrevista apareció en Heraldo de Aragón, en la sección de Cultura. La foto de Marcos Budiño la he tomado de ABC en la red. Víctor está en la Costa de la Muerte. 

 

0 comentarios