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Antón Castro

RODOLFO NOTIVOL RETRATA A PEPE MELERO

Texto de Rodolfo Notivol Gascón en la presentación de "El lector incorregible" en el Aula Magna del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, 12 de noviembre de 2018.

Y este es el texto que leyó Rodolfo Notivol, que, a mi costa, hizo reír a toda el Aula Magna. Gracias, amigo.

 

 

Presentar este libro me ha permitido descubrir a un Pepe Melero distinto, desconocido para mí.

Hace unos días, después de un inocente comentario mío en Facebook en el que hacía referencia a este acto, recibí la siguiente contestación de su parte:

«Te recuerdo que yo hablo el último. Y el que ríe el último…»

Como ustedes comprenderán, tan palmario intento de coacción me dejó desconcertado y me hizo plantearme algunas cosas.

¿Es habitual en Melero extorsionar a los presentadores de sus libros? ¿Es posible que, con su cara de buen chico, de comulgante aplicado, diría yo, Melero nos tenga a todos engañados?

Por supuesto, al principio, me dije que no, que no era posible, que era mi amigo y que le conocía bien.

Pero luego me vino a la cabeza la presentación de otro de sus libros, la de Los libros de la guerra, cuando nuestro querido y añorado J.A. Labordeta soltó aquella frase memorable que bien merecería pasar a los anales de la historia de las presentaciones.

«Si no me hubiera visto obligado a presentarlo —dijo—, yo jamás hubiera leído este libro».

¿Fue solo un arranque de franqueza aragonesa?, me pregunté. ¿O acaso José Antonio había sido ya víctima de las intrigas meleristas y estaba respondiendo a las mismas con su acostumbrada rebeldía?

No supe ni quise contestarme.

Ahíto de preocupación, comencé la lectura de El lector incorregible y a las pocas páginas di con las siguientes líneas:

«En mis lecturas de este verano sobre Joyce —nos dice Melero— me encontré con algunas cosas curiosas. Por ejemplo, con que no le gustaba a Juan Benet, lo que llamó mi atención, pues siempre pensé que los amigos de lo abtruso se sentirían cómodos en la misma cofradía.»

Como pueden imaginar, al acabar de leerlo me temblaban las piernas bajo la mesa ¿Si era capaz de decir semejantes cosas sobre Joyce o Benet, qué no sería capaz de decir sobre este humilde juntaletras?

En fin. Les cuento todo esto para que, si encuentran excesiva la lista de halagos y alabanzas que viene a continuación, sean comprensivos conmigo y tengan en cuenta que estoy sometido a una gran presión.

Empecemos pues:

Pepe Melero es el Woody Allen de las letras aragonesas.

¿Te parece bien así, Pepe?

Y lo es, no solo porque si dices las palabras médico u hospital en su presencia se marea, que también, sino porque, como el director neoyorkino con sus películas, ha logrado que cada dos años sus seguidores esperemos ávidos, ansiosos, hasta con síndrome de abstinencia diría yo, puestos ya a exagerar, una nueva entrega de sus artículos.

¿Y por qué ocurre esto?, se preguntarán.

Pues ocurre porque todos sus libros se parecen, pero todos nos sorprenden.

Porque todos están hechos de pequeños detalles, de esos con los que se hace la buena literatura y con los que se conoce a la buena gente.

Porque cada uno de sus textos es una celebración de la vida que más nos gusta: la ciudadana, la culta, la más libre.

Porque en sus textos la vida pequeña puede siempre con las grandilocuencias.

Porque lo que le gusta de Joyce no es el Ulisses, sino las cartas llenas de cochinadas que escribía a su esposa Nora.

Porque aunque le mire el culo a las hijas de sus amigos es solo en las películas y porque él se debe a su público.

Porque nos enternece que piense que es un buen actor cuando el bueno de verdad es Ismael Grasa.

Porque a este paso antes ganará un Goya que verá al Zaragoza otra vez en primera.

Porque si hubiera un Oscar a la amistad bien entendida él estaría siempre nominado.

Porque, según él, «el valor de los amigos no depende de lo que piensen, sino de cómo y cuánto nos quieran».

Porque cualquiera que leyera sus libros querría ser amigo suyo. Salvo Joyce y Benet, claro.

Porque nos recuerda cómo fantaseaba Félix Romeo con las apasionadas noches zaragozanas de Virginia Woolf y su marido.

Porque sus libros están llenos de celebraciones, de recuperaciones y de homenajes, como los que hace en este libro a José María Matheu, a Fernando Ferreró, a Rosendo Tello, a Juan Antonio Gómez o, sobre todo, a nuestro querido Alfredo Castellón.

Porque, como diría Pich i Pon, algunos de sus textos «nos erizan los pelos del corazón».

Porque es capaz de escribir dos artículos sobre verdugos para el mismo libro y quedarse tan ancho.

Porque es capaz de escribir dos artículos sobre verdugos y aclararnos que todos ellos antes que verdugos fueron delincuentes, lo cual explica muchas cosas.

Porque sabe cómo escribir del Zaragoza actual sin que las lágrimas salpiquen las páginas.

Porque a su Zaragoza en este libro solo le dedica un artículo. Uno menos que a los verdugos. Y eso demuestra que sí, que es un buen zaragocista, pero no el mayor, porque ese soy yo.

Porque, como en aquellos chistes antiguos, es capaz de relacionar a Durruti, a un comisario de policía y a Mi vaca lechera.

Porque le gusta hablar bien de su editor y no comprende que así nunca será en un escritor maldito.

Porque cuenta como nadie lo absurdo y cruel de la guerra.

Porque nos recuerda al tenor Carlos Lizondo y cómo cantaba el Adiós a la vida delante de la tapias del cementerio, frente al pelotón de fusilamiento.

Porque nuestras vidas no hubieran sido las mismas si no nos hubiera descubierto al gran Josep Puyol, el «pedomano», y si no nos hubiera detallado que actuaba con calzones de satén negro, que a veces los cambiaba por un frac, que en su repertorio incluía el pedo del cañonazo y el pedo la modista, y que este último imitaba a la perfección el ruido de la tela al rasgarse y duraba exactamente 10 segundos. Muchas gracias, Pepe. Después de saberlo todos dormiremos más tranquilos.

Porque para él la erudición no es un fin, sino una herramienta que usa para relacionarse con el mundo.

Porque aunque habla de libros y de autores, lo que a él le interesan son la vida y sus misterios.

Porque sus libros demuestran que la literatura y la vida son como el azogue y el espejo, se necesitan la una a la otra.

Porque, cuando escribe, nunca se pone tan estupendo como acabo de hacerlo yo.

Porque en sus libros tienen voz las “sinsombrero” del mundo. Todas esas mujeres a las que, como él dice, algunos quisieron sepultar bajo “pesadas losas de silencio”.

Porque escribe sobre la historia de Zaragoza como si la ciudad hubiera sido su primera novia.

Porque quiere tanto a Zaragoza y a Aragón que le quema la racanería con que, a veces, se comportan con sus hombres más ilustres. ¡Por favor una placa ya en todas las casas zaragozanas de Goya!

Porque le perdono que no haya incluido a Montemolín entre los viejos barrios de Zaragoza.

Porque es compasivo con los humildes e implacable con los petulantes y los pelmazos.

Porque no aguanta a los solemnes.

Porque hay que leer sus textos con gafas de soldador para prevenir las pedradas inesperadas.

Porque utiliza la ironía como un maestro de esgrima, para pegar estocadas. Y es que es muy amigo de Ángel Artal y, claro, todo se pega.

Porque con su trajín de libros antiguos y primeras ediciones nos recuerda que la vida es un continuo que no ha empezado ni acabara en nosotros.

Porque los libros que compra han pasado de mano en mano y como diría Ismael Grasa, respira en ellos «el transcurso de las décadas.»

Porque hay que leer sus libros sin fijarse mucho, con relajación, no vaya a ser cosa que localicemos una errata y le demos un disgusto.

Porque por saber sabe hasta dónde perdió la virginidad Ildefonso Manuel Gil.

Porque algunos amigos quisimos titular el libro El lector empalmado y, afortunamente, él se negó.

Porque, como diría Antón Castro, hay que leer sus textos con un pañuelo cerca para empapar la ternura.

Porque, sí, en el fondo es un tierno y blando y se emociona con la historia de Adelina, aquella lectora casi ciega que le regaló una edición muy especial del Saputo. O con la de Royo Villanova que visitaba la tumba de su mujer cada mañana antes de ir a dar clase.

Porque no le gusta que los limpiabotas le limpien las botas.

Porque aunque le preocupe qué será de su biblioteca cuando él no esté, lo que de verdad le inquieta es el paso del tiempo, como a todos.

Porque aunque le gustaría tener tantos apellidos aragoneses como Moneva, él calza siempre castellanos... y es un hombre abierto, de mundo y cosmopolita.

Porque se codea igual con el Pastor de Andorra y Perico Fernández que con Karen Blixen o Marilyn Monroe.

Porque en sus textos lo mismo aparecen reyes y catedráticos que payasos.

Porque escribe y vive contra la amargura.

Porque nos recuerda, como diría Miguel D´Ors, que la felicidad consiste «en no ser feliz y que no te importe».

Porque cuando escribe sobre sí mismo, en realidad, lo hace sobre todos nosotros.

Porque cree que la risa está infravalorada.

Porque le gusta reírse de sí mismo.

Porque nos gusta que escriba que por un artículo es capaz de jugarse el matrimonio.

Porque todos sabemos que eso no se lo cree ni él harto de moscatel.

Porque le queremos a pesar de lo que hace sufrir en sus escritos a su vicerrectora favorita.

Porque ha hecho de su vicerrectora favorita un personaje gruñón y un tanto tacaño, pero muchos sabemos que sin la de verdad, sin su Yolanda, no sabe ni por dónde salir de un ascensor.

Porque, como buen bibliófilo, aunque a veces leyéndole parezca que está un poco trastornado, no es que lo parezca, sino que lo está, y a él le encanta reconocerlo.

Porque viene de participar en una tertulia llamada «Ojalá se te apolille» y eso demuestra lo que acabo de decir.

Porque Yolanda, Iguácel y Jorge aceptaron vivir con él dentro de una biblioteca y él se lo agradece con una espléndida dedicatoria.

Porque con sus libros ha creado un género propio.

Porque no solo ha creado un género propio con sus libros, sino también con sus presentaciones y esta se parece mucho a una que hizo en este mismo edificio hace un par de años y de la que yo me acuerdo muy bien.

Porque las presentaciones de sus libros dan mucho juego y para mucho rato, pero esta tiene que terminar. Porque si no nuestra vicerrectora favorita nos echará a todos a la calle. Porque espero que todos ustedes salgan corriendo a comprar el libro. Porque Pepe y yo, como buenos masoquistas, tenemos prisa por irnos a ver al Zaragoza y porque, aunque me siguen temblando las piernas y me temo lo peor, siento curiosidad por lo que tenga que decir a continuación.

 

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