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Antón Castro

MARÍA ÁNGELES PÉREZ, EN OLIFANTE

María Ángeles Pérez López acaba de publicar un nuevo poemario en Olifante: ‘Atavío y puñal’. Ofrezco aquí cuatro poemas del libro y una nota sobre la amplia y valiosa trayectoria de esta escritora tan personal. El libro lo ha publicado Olifante, ediciones de poesía. Las fotos son de Vadim Stein, un magnífico fotógrafo nacido en Kiev.

 

 

 

1

 

La mujer pinta sus pies de verde y se sube a ellos.

De los talones nace el odio del asfalto,

su ennegrecida capa de petróleo

embetunando pájaros y niños,

forma de aminoácido esencial

que desgasta las alas, la llovizna,

las caracolas blancas peleando

contra el rencor viscoso de la brea.

Con una brocha grande, la mujer

pinta el verdor oscuro de las aguas

en las que se deslizan los arenques

y sus anillos de aire livianísimo,

también los hipocampos, las ballenas,

los moluscos marinos que retozan

en praderas de posidonias vivas

y se aparean en nombre del amor.

Igualmente la hierba de los prados,

el musgo cariñoso y los helechos

comienzan en los dedos desiguales

de los pies y remontan las rodillas

como salmones tibios desovando

a la altura feliz de las caderas.

Para el negro sudario del benceno

que atrapa las gaviotas y las lanza

contra la arena triste, enrarecida

del tiempo y el esfuerzo alquitranados,

la mujer se encarama en sus dos pies

y suelta el corazón como una tórtola.

 

                        a Guillermo Samperio, todos los zapatos del mundo

 

 

 

2

 

La mujer blanca se oscurece el cabello,

se tiñe las areolas, las pestañas,

la pelusa dulcísima del vientre,

el vello filiforme en las orejas

y su pistilo muerto de antemano,

formas de queratina con que el muslo,

la axila, el pubis, los secretos túneles

para las formaciones indoloras

e insensibles del pelo corporal,

arrojan el color y los desastres.

Así modificada en su pigmento

ella confía en ahuyentar la muerte,

los cumplidos once años de la pérdida,

el fario de este toro funeral.

Cuando recorre calles olvidadas

en las que se secaron los lagartos,

su pelo enrojecido es su muleta

y arrodilla el pasado y lo acobarda.

Sin embargo, sus lágrimas son rubias,

gotas de agua clarísima y feroz

por las que el norte llueve su pesar

inagotable y vivo, necesario.

En su imparable suma y crecimiento

que añade dos centímetros por mes,

el pelo cubre el cráneo, las suturas,

la expansión celular, ramificada

de la piel encendida por el hombre

que se murió de pronto y para siempre

transformando la cana en arañazo

por sus burbujas de aire intersticial.

Antes de regresar, la mujer rota

se pinta el pelo con un gran pincel

y esconde su pelambre de animala

que olfateaba loca a su varón.

Las lágrimas, no obstante, la descubren.

 

 

            3 

 

La mujer espera la llegada de los ciervos.

Se sienta en la cuneta y se descalza.

Con la uña más pequeña de su pie

rasca la tierra blanda y enmohecida

hasta arrancar un árbol de raíz.

Con un dedo invisible en su estatura,

remoto soberano primordial

empuja los nogales, los gomeros,

las hayas y los robles, los manzanos.

Después, bajo la lluvia, se arrepiente

mientras le late el pánico en la ropa.

El dedo mutilado es como el odio

del árbol mutilado, en la mujer

que se pinta en los labios treinta y dos

piezas dentales blancas, esmaltadas

con las que no morderse los pezones

ni llorar por los árboles caídos

y que suben despacio, en sus alvéolos,

como subió cada árbol a su copa.

Del tronco descuajado, vuelto torre

gemela de otras torres neoyorquinas

caen los pájaros muertos, las personas

como estorninos muertos, el ramaje

como chicharra muerta, los tablones

como féretros muertos para Irak.

La mujer entretanto se avergüenza,

guarda el dedo y su uña, sus dolores,

el esponjoso hueco de la encía

en que ató cada diente su raíz

y levantó una torre mineral.

A su lado, los árboles reposan

su tiempo de madera, griterío

de perros y de niños clausurados,

los brazos y las piernas como ramas

taladas con dolor contra la tierra.

Los animales huyen espantados.

Los ciervos se disculpan y no vienen.

 

                        a León Febres-Cordero

 

 

 

4           

 

De su ombligo pequeño, la mujer

saca un hilo invisible y despiadado

con el que fabricarse una peluca.

Tira de él, lo devana en un carrete

y teje una melena amarillenta

para tapar su calva, su pesar,

su cráneo endurecido por la quimio.

Cada porción minúscula de pelo

equivale al total exactamente,

en un píxel de la hebra rectilínea

es completa la masa celular,

resume lo heredado y lo futuro,

el tiempo en su promesa y su baúl.

 

Por su ombligo pequeño, la mujer

se levanta sin lágrimas, pasea

por el pasillo blanco de hospital

y mira sin rencor y sin pestañas.

Después pinta con yodo su peluca

y sonríe despacio ante el espejo

con su hermosura intacta y sin dolencia.

El yodo trae el mar y las gaviotas;

su perfume es salitre y condición

de isótopo soluble, hospitalario

que acaricia la calva, cicatriz.

 

De su ombligo no nace ningún loto,

no hay belleza redonda o proporción

áurea que mida el mundo y a los hombres,

sino solo el trajín deshilachado

del útero manchado de pobreza

que alberga, como un cuerpo en otro cuerpo,

la condición fibrosa del tumor.

Pero ella no se queja ni lamenta,

pinta un pez de agua dulce entre su pelo

y lo peina despacio y entregada.

 

                        a Tomás Sánchez Santiago

                        a Raquel López Santa Polonia

 

 

 

BIOBIBLIOGRAFÍA

María Ángeles Pérez (Valladolid, 1967). Ha publicado los libros Tratado sobre la geografía del desastre (México, UAM, 1997), La sola materia (Premio Tardor, Alicante, Aguaclara, 1998), Carnalidad del frío (XVIII Premio de Poesía “Ciudad de Badajoz”, Sevilla, Algaida, 2000), La ausente (Cáceres, Diputación / Institución Cultural “El Brocense”, 2004) y las antologías Libro del arrebato (Plasencia, Alcancía, 2005) y Materia reservada (antología seleccionada por Luis Enrique Belmonte, Caracas, El perro y la rana, Publicaciones del Ministerio de Cultura de Venezuela, 2007). También ha publicado las plaquettes El ángel de la ira (Zamora, Lucerna, 1999) y Pasión vertical (Barcelona, Cafè Central, 2007). Más recientemente, ha aparecido Catorce vidas (Poesía 1995-2009) con prólogo de Eduardo Moga, en el que se recogen todos sus libros hasta la fecha (Salamanca, Diputación, 2010). Su poesía está recogida en diversas antologías y traducida a varios idiomas (inglés, francés, italiano, neerlandés y armenio), así como publicada en numerosas revistas en papel y en formato digital. Ha sido jurado de varios premios literarios, entre otros, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2005 y 2009 y Premio “Miguel de Cervantes” en 2007.

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