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Antón Castro

ANGÉLICA MORALES, CINCO POEMAS

ANGÉLICA MORALES, CINCO POEMAS

 

La poeta y narradora Angélica Morales, también actriz, acaba de publicar el poemario ‘Desmemoria’ (Gobierno de Aragón, 2012), con el que ganó el premio Miguel Labordeta de poesía. Tiene la deferencia de mandarme cinco poemas y este retrato suyo. Angélica vive desde hace años con un gran artista y fotógrafo: José Manuel Ubé. Todas las fotos de los poemas son de la joven fotógrafa sueca Julia Hetta.

 

25-10- 2037

                           

Hay otoños que pudren la dorada fruta de los soles.

Y hay mujeres que chupan cigarrillos o paren monstruos de corbatas azules.

Existen, bajo el suelo de los jardines, sueños que ansían bocas como flores.

Pero yo te busco en las montañas, más allá de todo vértigo, entre la ausencia del tiempo que se mide en los granos de arena, en la huella sucia sobre un patio nevado.

Hay ojos que esperan otros ojos entre las piernas de las frías estatuas.

Existen peces sin espinas y dinosaurios dormidos sobre las rocas de un acantilado.

Pero yo te busco bajo la tierra, más allá de las edades del mundo, de los bastones con cabeza de león, te busco.

  

19-10- 2037

En el interior de las postales flotan los cadáveres de ayer.

Una mano ya muerta me sigue escribiendo mensajes de amor.

Dentro de las postales huele a café y a perfume de violetas.

Te busco también dentro de las postales, entre la furia parisina y bajo aquel palacio en llamas (no recuerdo su nombre ni el tuyo).

Llueve dentro de las postales, agua destilada, llanto de cocodrilo

que rueda sobre las mejillas de una muñeca recién llegada de San Petersburgo,

flaca y ausente, tan pálida como las madrugadas.

¿Qué hacer con las postales que aúllan como una loba hambrienta?

Dentro de una boca vacía ha estallado mi locura.

Sucedió esta mañana, quizá hace dos siglos o puede que aún esté por venir.

Los soldados desertan de los ejércitos, dentro de las postales.

Y las niñas abren sus piernas para que los viejos se asomen a un abismo de hiel y terciopelo.

En el interior, en mi interior, sólo los pájaros.

 

17-11- 2037

Mi padre tocó el cielo con su boca en su último viaje hacia la eternidad del whisky.

Dos días después tuvimos que enterrarlo.

Hacía sol y las moscas rondaban los escotes.

Ahora, sin embargo, no hay cielo en mi habitación.

Solo un techo agrietado del que cuelgan tres farolillos chinos.

Soy extranjera de mí. Soy huérfana de mí.

Mis manos viajan por países recónditos, aman y se prostituyen en otras habitaciones tan ciegas como el alcohol.

El misterio reside en la boca, eso escribió Pessoa sobre el pecho de tres cadáveres femeninos.

Una de esas tres mujeres (eso nunca lo supo mi padre) era yo.

 

15-12- 2037

Tras mi sombra hay una muerte blanca, casi insignificante,

con ojos de mujer dormida.

Hay caminos sembrados de huellas y babas de hombres.

Hay una lápida acogedora, y flores de plástico, y mis pensamientos convertidos en tinta detrás de los búcaros.

Hay frío al respirar, y una bata roja (transparente y maldita) que perteneció a una puta enferma.

Hay un night club abierto a las cuatro de la tarde y mi primer cigarrillo.

Un vomito sobre el edredón y tres orgasmos solitarios.

Hay, a veces, otros mundos metalizados y postales florecidas y chicles de menta con sabor a clorofila.

En esencia soy una rosa oscura que murió en el pasado: hay mucha sombra detrás de mi sombra.

 

22-10- 2037

 

Había un perro que ladraba dentro de un cuarto oscuro,

gordo y gris.

Y montones de leña desordenada en el suelo y arañas que perdían el rumbo entre agujeros y mantos metalizados.

También había una muñeca rota, con su único ojo apuntando al cielo.

Y un tren sin pilas, y zapatos solos y una hamaca dormida con mi abuelo dentro.

Había veranos largos y una vecina sorda, mi fiesta de cumpleaños y un cuchillo impregnado de azúcar.

Había una madre que no estaba y un señor, a lo lejos, que gritaba.

También gordo y gris.

Había música en el patio y una mujer de cojera feliz.

Un albaricoquero, había, acariciando los pensamientos de la abuela.

Y flores, y una muralla sin Roma y sin triunfo.

Y había una niña escondida entre las sombras, al lado del perro gordo y gris, hablando con las arañas, lamiendo la cicatriz de la muñeca rota, viajando en el tren sin pilas, probándose los zapatos solos, escuchando los ronquidos del abuelo en el hamaca, olvidando la sordera de la vecina, bailando con la música del patio, robando las desdichas del albaricoquero, escalando por la muralla, esperando a la madre, desoyendo los gritos del señor.

Había, a lo lejos, un cuchillo que le ladraba a la niña dentro de un cuarto oscuro.

 

 

 

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