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Antón Castro

ADIÓS A JOSÉ ANTONIO ENRÍQUEZ

ADIÓS A JOSÉ ANTONIO ENRÍQUEZ

Me acaba de llamar el científico Toño Enríquez Domínguez, hijo de José Antonio y de Marisa, y me da una mala noticia: su padre, José Antonio Enríquez González, catedrático de Latín y poeta más o menos secreto, falleció hace unos días en la residencia Rafael Alberti de Madrid  a los 80 años. Conocí a José Antonio en el invierno de 1978 en el Mixto-4: yo hacía COU nocturno, nos hicimos amigos (básicamente porque un día, sin venir a cuento, me dijo: “Tú tienes pinta de poeta”), me invitó a su casa, conocí a toda su familia, a Marisa y a sus cinco hijos (creo que eran cuatro chicas y un chico), que era y es de Santiago y una enamorada de la Educación, me presentó mi primer poemario en gallego (que he perdido para siempre) en el Centro Gallego y fue siempre muy afectuoso. Me hablaba de los poetas clásicos, de Rosalía de Castro, que era su debilidad; poseía una memoria espléndida, pasión por Horacio, Virgilio o Julio César, y tenía un carácter especial: podía ser vehemente, airado, le gustaba mucho el bingo (luego, lo que son las cosas, trabajé yo cinco años en un bingo) y a la vez tremendamente afectuoso y cómplice. Hubo un momento, en aquellos primeros meses de desconcierto en Zaragoza, que me sentía como en mi casa con los Enríquez. Marisa era una maravillosa cocinera. A veces tenía la sensación de que recuperaba el ambiente de mi casa, pero mucho más refinado, con mucha luz, muchos cuadros y mucha luz. Felizmente, años después, hace no mucho volví a encontrar a Marisa y le presenté unas memorias de la educación. También leí un poemario de Miryam, muy interesante y personal.

José Antonio Enríquez había nacido en Toro, pasó su infancia y adolescencia en Zamora. Más tarde, se trasladó a Galicia, en concreto a Compostela, donde daba clases de Latín y allí conoció a Marisa. Luego estuvo en Zaragoza, en el Instituto Pignatelli, luego en el Mixto-4 de San Vicente de Paúl, en la Universidad Laboral y, hacia 1982, José Antonio se incorporó a la Universidad de Vitoria. De ahí pasó a Madrid, atravesó por algunos períodos de desconcierto y depresión y enfermedad, y poco a poco fue recuperándose hasta hace un mes exactamente, en que falleció a consecuencia de un aneurisma.

He recordado en muchas ocasiones a José Antonio Enríquez y por supuesto a toda su familia. Que descanse en paz en su tierra natal: en Zamora. Amparo Enríquez le escribió este texto a su tío, y se publicó en ‘El día de Zamora’

 

Elliott Erwitt: ’Provence, 1955’.

 

ELEGÍA POR EL TÍO Y PROFESOR

 

 

AMPARO ENRÍQUEZ OTERINO

 

“A mi tío José A. Enríquez González. GRACIAS”

 

“… hermanas golondrinas, estoy cierto… ¡Harto Cierto!... de que un día vendréis y yo ya estaré muerto…”

…versos que escribió tu padre, mi abuelo en este caso, y que leía turbada por su profundidad

y por el mensaje tan doloroso que me transmitían al imaginármelo en su enfermedad viéndole suplicar una tregua a la vida…

…ayer, en la amargura de la espera de tu cuerpo en el cementerio, en el nerviosismo de

recibirte una vez más aunque esta vez ya sin vida y conscientes de que sería tu último viaje;

en el sufrimiento de quienes esperábamos a los tuyos para, con un abrazo eterno, sujetarnos y

consolarnos, y heridos profundamente por la sensación de haberte perdido para siempre,

miraba al cielo sobrecogida y me conmovía aquel silencio roto sólo por el trinar de las golondrinas.

Volvía a sentir aquellos preciosos versos y volvía a recordar aquellas bellas palabras que nos regaló el abuelo José, confesándose con las golondrinas, … “y aunque ya no os veré,

porque ya no seré, seguiréis engarzadas en los cables trinando”...

y allí estaban ellas, estoicas y dulces, como así las retrataba tu padre, como si estuvieran

esperándote para recibirte en trinos y para envolver de primavera nuestro baño de lágrimas.

Sin consuelo, impotentes y en carne viva nos abrazábamos exahustos de dolor, y de amor…

sabíamos que estabas, sin duda, y todos los que te amábamos te sentíamos y nos

lamentábamos, pero también reíamos porque fueron demasiadas emociones, que no

corresponden a una pérdida común… solo tú, únicamente una persona singular como tú,

pudiste formar este revuelo. Solo tú nos pudiste emocionar y juntar a todos de nuevo, a

muchos que no nos veíamos hace años, para fundirnos en besos y abrazos llenos de

sentimiento y para rememorar de nuevo lo mucho que nos hemos amado siempre…

…“pero aunque bajo el manto de la tierra esté yerto, podéis estar seguras de que os oiré el

concierto, porque allí en el misterio de la olvidada tumba, vuestra música dulce seguro que

retumba”… juntos, enamorados de tus recuerdos, de lo que fuiste y de lo que nos has dejado

al mundo, entre otras cosas, un tesoro de hijos y nietos, y una sabiduría de límites

incalculables, te vimos marchar, escapar bajo la tierra camino a lo desconocido… pero tu

energía no escapó, se quedó entre nosotros y la palpábamos. Nos escuchabas ¡seguro! Igual

que el concierto de las golondrinas que tu padre contaba. Aquel rincón estaba lleno de

sentimiento y aquellas flores que abarrotaban tu sepultura, las flores de la agonía que yo llamo,

esta vez eran del cariño y de cercanía. Porque incluso una de sus cintas tenía tu ingenio y tu

facilidad para transformar sarcásticamente el momento más terrible y duro de la despedida en

una sonrisa:

“adiós, espectadores, ahora aplaudidme”-en castellano y en latín… por si quedaban dudas…

e incrédulos mirábamos hacia los lados, no conscientes de haberte perdido, pero aturdidos por

estar despidiéndonos de una persona con tantas cualidades. Con tu aspecto desgarbado, un

genio sin prejuicios, excesivo para todo, cariñoso, enamorado de la vida, catedrático de las

lenguas clásicas, amante de todos los tuyos, inteligente, más bien superdotado. Culto y

desordenado… vividor y feliz de haber vivido… En fin, una persona tan especial y tan grande,

que claro, nos cautivó…

…y miraba hacia arriba recordando a mi abuelo, a tu padre, como se despedía de nosotros y

de la vida, aludiendo a las hermosas golondrinas…y me acordaba triste del colofón sus versos,

…“Ahora bien, ya más nunca notaré vuestra ausencia, ni anhelaré con ansia vuestra alegre

presencia… hermanas golondrinas, porque estoy cierto… ¡Harto cierto! de que un día vendréis

y yo ya estaré muerto”…

Querido tío Jose, el otro día te fuiste, nos dejaste, pero allí estabas rodeado de emociones

excesivas e incontroladas, como a ti te gustaba.

Gracías tío, estés donde estés…siempre permanecerás con nosotros.

“… Hermanas golondrinas, a vosotras os digo”…

6 comentarios

Susana Enríquez Domínguez -

En una noche de insomnio de vuelta a Cancún después de unas semanas de vacaciones maravillosas en Galicia, me encuentro "paseando por internet" con este blog de hace tantos años que me hace reencontrarme con mi padre. Mas bien con su recuerdo y con el recuerdo compartido de amigos, familia y estudiantes que lo disfrutaron como profesor. Gracias a todos, especialmente a tí Amparo, no pudiste despedirlo con palabras más bonitas. A tí Antón por facilitar este balcón. A tí Violeta por recordar con tanto amor a tu abuelo. Y no me puedo olvidar de los recuerdos compartidos de sus estudiantes. Conocer como hija estos otros recuerdos de lo que fue tu padre para otros, son un regalo y aún después de tantos años de su muerte, reconfortan y siguen alimentando el espíritu, y... su recuerdo. Un beso papá.

Violeta Enríquez -

Cuando leí este texto por primera vez hace casi once años, pocos días después de su muerte, yo no había cumplido aún los trece, pero desde entonces me ha acompañado; me gusta releerlo cuando le añoro. Pienso en él e intento imaginarle como profesor, como amigo, como persona que va más allá de ser mi abuelo. Es bonito leer los comentarios de alumnos que le recuerdan. No sé por qué nunca se me ocurrió dejar un comentario, pero hoy quería dar las gracias por este homenaje. Muchos años después, me sigo emocionando.

Antonio Ángel Usábel -

Tuve la gran suerte de ser alumno de D. José Antonio Enríquez González en mis estudios de Filología Hispánica, en la UCM, entre 1985 y 1987. Recuerdo su bonhomía y su espíritu abierto, sincero y campechano. José Antonio era hombre antes que profesor, puesto que le ponía alma de maestro a sus enseñanzas, que no solo versaban de Latín. Durante una de las frecuentes huelgas politizadas, en las cuales había manipulación flagrante de muchos estudiantes incautos, Enríquez detuvo a un grupito de alborotadores que entraron de golpe por la puerta del aula y le exigían no dar clase. Serenamente, con la tranquilidad que le caracterizaba, simplemente les dijo: "--Mirad, el día en que apoyéis una huelga porque yo, como profesor, os puedo suspender o dar una calificación injusta, si me da la gana, entonces os apoyaré. Mientras, por tonterías, no. Os tenéis que mover por razones de peso, no por cosas absurdas, que ni os van ni os vienen." Los manifestantes se quedaron lívidos, se retiraron derrotados, y José Antonio pudo seguir con su clase. Un momento de la Universidad española para no olvidar. ¡Gracias D. José Antonio Enríquez! ¡Dios lo bendiga!

Amparo Enríquez Oterino -

... Ya casi dos años y como sobrina y ahijada en este caso de él me sigue gustando recordarlo...mucho me acuerdo de él y eso que estábamos lejos :'-)

Anónimo -

Ayer me enteré de la muerte de José Antonio , porque a menudo lo recuerdo y me dio por buscar en Internet . Lo conocí en la facultad de Filosofía de la Complutense . Nos dio clase de Latín durante 2 años y me enseñó mucho del Latín que aprendí .Sin embargo , conservamos su amistad durante todos los años que duró la carrera. José Antonio transmitía con tanta luz su pasión por la vida ,traduciendo a Horacio , hablando de filosofía , tomando unas cañas o hablando de la vida , sin más. Todos le cogimos un aprecio muy grande , incluso fui a verlo a su casa en 2011, junto con otro compañero . Siempre tendrá un lugar en mi corazón y seguro que allá donde esté , alegrará y llevará esa energía que emanaba cada vez que estaba cerca . Era grande , muy grande . Yo siempre tendré un recuerdo para él , y junto al recuerdo , una sonrisa .

Antonio Serrano Cueto -

Conocí a José Antonio Enríquez hace años, en un congreso (creo que de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, tal vez en Madrid a finales de los 80). Yo era entonces un estudiante de Filología Clásica en el trecho final, con las incertidumbres propias de la edad y el futuro. Recuerdo que pensé que por fin conocía a alguien que se dedicaba a la comedia latina, lejos de la solemnidad con que otros abordaban la épica y hasta la lírica. He lamentado su muerte y el poema de Amparo no puede ser más contundente, más deudor de "El viaje definitivo" de Juan Ramón: "Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando..." Un abrazo, Antón, siempre tan pendiente de todo.