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Antón Castro

ELEANOR HOLM: LA SIRENA EBRIA QUE ENAMORÓ A HITLER

Londres 2012 es especialmente suspicaz con los comentarios de los atletas. Por algunos de sus ‘tuits’ se han ido a casa el futbolista suizo Michel Morganella o la triplista griega Paraskevi Papahristou; otros, como la vallista Lolo Jones, han levantado alguna que otra polvareda. No han podido participar el maratoniano portugués Ornelas Helder o el húngaro Zoltan Kovago, entre otros, por doping. En distinto lugar está Ángel Mullera: España no quiere que corra en 3.000 vallas y las autoridades internacionales exigen que lo haga. No es la primera vez, mucho antes de la era twitter, que un atleta resulta expulsado de los Juegos Olímpicos. Una de los casos más famosos sucedió hace más de 75 años con la nadadora y campeona olímpica Eleanor Holm (1913-2004), de una belleza irresistible. Ricardo Márquez C. la define así en su libro ‘Olímpicos’ (Debate, 2012): “Sonríe la nadadora de labios carnosos y dorada cabellera. Sus ojos son hermosos y de mirada altiva. La tela suave y adherente de su largo vestido acentúa su figura estilizada y sensual”.

Su padre era el jefe de los bomberos de Nueva York, y cerca de su casa había una piscina. Allí empezó a practicar y pronto demostró su talento; en 1928 ya fue seleccionada para Amberes en la prueba de 100 metros espalda. Quedó en quinta posición. Cuatro años después fue a Los Ángeles 1932 y ganó la medalla de oro ante la británica Joyce Cooper y la austriaca Bonny Mealing; la que iba a ser su gran adversaria, María Braun, recibió una picadura de insecto durante las pruebas masculinas y quedó fuera de combate. ¡No es broma!

Una mujer así no pasaba inadvertida: era hermosa, poseía desparpajo, fotogenia y ganas de vivir. Y un punto de rebeldía y de insolencia. Los estudios de cine, a través de Warner Brothers, la tentaron y ella se dejó arrastrar: tomó lecciones de interpretación con mucha gente famosa, como Jacqueline Dillon, Carole Lombard, Edward G. Robinson o con el director Mervin Le Roy. Carecía de expresividad escénica y le ofrecieron encarnar papeles de nadadora, pero ella rehusó. No quería convertirse en profesional de la natación porque que tenía un anhelo: repetir medalla en Berlín 1936. En 1933 se casó con el músico Art Jarret, que tenía una banda propia que tocaba en los night club. Eleanor y Art cantaban a dúo, ella llevaba un bañador blanco y, con su aspecto y sus movimientos rítmicos y sensuales, provocaba suspiros en todas las mesas.

En 1936, como era de esperar, la seleccionan para defender su medalla olímpica. Llevaba siete años imbatida y ostentaba dos récords del mundo. Su belleza llamaba la atención. Subió con sus compañeros de expedición al buque Manhattan, y allí se encontró con un ambiente mundano: participó en las fiestas de la tripulación y de los periodistas. Dos noches al menos, acabó ebria, tan borracha que rozó el coma etílico. Su entrenadora advirtió a los médicos y estos, alarmados, a Avery Brungade, presidente del Comité Olímpico de Estados Unidos. La expulsaron en medio del estupor general. Ella les recordó que “soy joven, blanca y tengo 22 años” y les advirtió que se lamentarían si perdían la medalla de oro. Los compañeros hicieron piña, firmaron un manifiesto, etc., pero no hubo nada que hacer. Años después, Eleanor diría que Avery Brundage, próximo al movimiento nazi norteamericano (el mismo que excluyó a un atleta judío de correr, en vez de Jesse Owens, el relevo 4x100), le había cerrado las puertas. La odiaba porque no había aceptado sus propuestas sexuales.

Estados Unidos no ganó. Pero Eleanor Holm tuvo algunas oportunidades para vengarse: un periódico la contrató para escribir una columna cada día y se sentaba muy cerca de las autoridades nazis. Fue requerida, según sus palabras, por Hermann Goering, por Joseph Goebbels y por Adolfo Hitler, que la invitó a pasar un fin de semana en su casa de campo. Avery Brundage la miraba con los ojos inyectados de odio.

En 1939 se separó de su marido y se comprometió con el empresario Billy Rose. Y no solo eso: volvería a cantar, volverían a llamarla del cine, grabaría cuatro películas o series sobre Tarzán, aunque al fin solo se estrenaría sin éxito ‘La venganza de Tarzán’ con el campeón olímpico de decathlon, Glenn Morris. Algunos años después, se separó de Billy Rose, y fue tan ajetreado el proceso que divorcio que fue bautizado como “la guerra de los Rose”. Murió en 2004, con noventa años.

 

*De la serie 'Cantera de campeones' que ha ido apareciendo durante las Olimpiadas en 'Heraldo de Aragón'.

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