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Antón Castro

LUIS ALEGRE: PREGÓN DEL TUBO

[Ayer viernes 28, en Puerta Cinegia, y rodeado de muchos amigos, Luis Alegre fue el pregonero de las fiestas del Tubo, que se acaban de inaugurar. Miguel Ángel Almau ofreció de maestro de ceremonias, y Luis rindió homenaje a mucha gente y a la historia del Tubo. Aquí está su pregón.]

PREGÓN DE LAS FIESTAS DEL TUBO

Por Luis ALEGRE

 

EL TUBO, EL BARRIO DE LA ALEGRÍA.

 

Vecinos de Zaragoza, ciudadanos del Tubo, queridos amigos

 

Cuando hace unas semanas Miguel Ángel Almau, con la complicidad de mi querido Hermógenes Carazo, me ofreció ser el pregonero de las Fiestas del Tubo, no tardé ni un segundo en aceptar una proposición tan estupenda y halagadora.

 

El Tubo es mucho más que un barrio o una zona de Zaragoza. El Tubo es un lugar mítico pegado al paisaje sentimental y lúdico de todos nosotros.

 

En realidad, para mí, el Tubo era ya un sitio legendario mucho antes de conocerlo. Cuando yo era un niño y vivía en Lechago y en Calamocha, allí llegaban a menudo ecos del Tubo. La gente que volvía de Zaragoza contaba historias fantásticas alrededor de unas calles, unos bares y unos locales que desprendían un perfume muy castizo, muy popular y que a mí me sonaban a diversión, a jaleo, a risa, a bullicio, a golferío y a bocadillo de calamares. Hablaban con especial arrobo de Casa Lac, de casa Pascualillo, de Bodegas Almau, del Texas, de una tienda de condones llamada Ortopedia la Francesa o de un local, El Plata, donde se podía ver a mujeres que cantaban y bailaban muy ligeras de ropa. El Tubo disparaba con mucha facilidad la imaginación del niño fantasioso que yo era. Tenía muy claro que yo, el Tubo, no me lo podía perder.

 

Y no me lo perdí. Al llegar de adolescente a Zaragoza, enseguida me sumergí en el Tubo y lo adopté como uno de mis refugios favoritos. El Tubo me deslumbró. Me fascinó su ambiente, su aroma, sus tiendas, sus sex shops, sus bares y restaurantes, sus tapas, sus calles, la inolvidable librería de viejo de Inocencio Ruiz Lasala y, por descontado, el Plata, un local donde pasé algunos de los ratos más surrealistas de aquellos años. Pero, sobre todo, me fascinó su gente, la fantástica arquitectura humana del Tubo. Todo en el Tubo me parecía diferente, especial, excéntrico, excitante y mágico.

 

Me decían entonces que el Tubo había conocido tiempos mejores pero, aunque ya no viviera su edad dorada, a mí El Tubo me enamoró. Me hacía mucha gracia, además, que el Tubo –y, concretamente, el Plata, templo del erotismo- estuviera tan cerca del Pilar y de La Seo, dos templos tan radicalmente diferentes.

 

Es verdad que poco después El Tubo, como buena parte del casco histórico zaragozano, sufrió un periodo de deterioro y de decadencia y que se convirtió en un lugar con poca alma. La gente le dimos la espalda. Pero El Tubo no solo no murió sino que, al cabo de un tiempo, resurgió de forma espectacular y se ha vuelto a consolidar como lo que siempre fue, el colmo de la alegría y de la vida, la metáfora de lo mejor de Zaragoza.

 

El alcance simbólico del Tubo es enorme. Zaragoza se ha distinguido desde siempre por su carácter abierto, acogedor y hospitalario, por su amor por la calle y por la fiesta en la calle, por ser una ciudad donde su gente es muy rocera y encantadora. Pues bien, el Tubo es la antología de todo eso. El escritor Juan Benet escribió que los zaragozanos eran la gente más simpática de España y a mí me huele que eso lo debió pensar después de pasar un día en el Tubo.

 

Pero el Tubo es una metáfora de otras muchas cosas: de la necesidad de reinventarse, de redescubrirse, de mirar hacia delante, de no arrojar la toalla, de no dejarse arrollar por los tiempos, por muy complicados que sean.

 

Vivimos ahora tiempos muy raros, muy endiablados, muy modorros, como dirían Marisol Aznar y Jorge Asín, dos ilustres asiduos del Tubo. Son tiempos donde sobra la tristeza, la precariedad y el pánico al futuro. Estamos necesitados más que nunca de alegrías, tenemos verdadera urgencia de que nos pasen cosas agradables, necesitamos reír, callejear, tocarnos y mirar a los ojos de la gente mientras tomamos una tapa. Aún no nos podemos descargar de Internet un revuelto de ajos tiernos.

 

Porque, también vivimos tiempos donde se están imponiendo formas de relación personal a veces demasiado virtuales, muy poco roceras, en las que resulta imposible eso tan hermoso e insustituible que es el cuerpo a cuerpo.

 

De algún modo, el Tubo supone un desafío a la crisis, a la tristeza, a lo virtual y a la soledad. El Tubo es una celebración de lo mejor de la vida. El Tubo es el barrio del roce y de la alegría.

 

 Hace muy poco vine al Tubo con un amigo que no había estado nunca. Era un viernes hacia las nueve de la noche. Mi amigo, al ver el ambientazo, dijo: “Pero bueno, ¿dónde está la crisis?”. Me pareció algo formidable. Porque, desde luego, la crisis existe y es brutal pero, en el Tubo, por algún instante, puedes tener la ilusión de que la crisis es solo una pesadilla. En esos momentos del Tubo en los que la gente llena los bares, las terrazas y las calles y se forma en el aire ese jaleo de voces y de risas tan difícil de describir pero tan inconfundible, cuando se produce ese ambiente mágico, puedes llegar a pensar que la realidad es mucho más bonita de lo que en realidad es. Y, eso, cómo no, también tiene un gran encanto.

 

El escritor, matemático y filósofo francés Pascal sostenía que la mayoría de los males le vienen a los hombres por no quedarse tranquilos en casa. Pero a nosotros nos encanta contradecir a Pascal y salir de casa y que nos pasen cosas. El Tubo es uno de los lugares donde mayores posibilidades existen de que te pasen cosas que te hagan pensar que la vida merece la pena. Por eso vengo tanto. A veces tengo la impresión de que en este barrio he pasado más horas que en mi cuarto de estar, como si me empeñara en seguir al pie de la letra esa frase genial que le escuché al actor Antonio Gamero: “Como fuera de casa no se está en ningún lao”.

 

Tengo miles de recuerdos asociados al Tubo. He compartido ratos extraordinarios con mucha gente. Pero esta tarde quiero recordar especialmente a dos que desde hace muy poco ya no están con nosotros y a los que extraño mucho: al escritor Félix Romeo, que amó Zaragoza y el Tubo mejor que casi nadie, y a José Antonio Labordeta, que, como el propio Tubo, fue y sigue siendo un espejo en el que mirarnos, que representó lo mejor de nosotros mismos, que fue nuestra quintaesencia.

 

También quiero rendir un tributo a los empresarios, hosteleros, comerciantes y profesionales que han contribuido tan decisivamente a que el Tubo haya vuelto a ser lo que es, uno de los sitios más importantes de nuestra vida. Y, cómo no, quiero brindar por la gente, por todos vosotros, que hacéis que el Tubo sea un lugar donde te da la impresión de que puedes llegar a ser feliz.

 

¡Vivan las fiestas del Tubo¡¡ ¡¡Viva Zaragoza¡¡

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