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Antón Castro

IMG: EL MAESTRO MÍTICO

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Temía José-Carlos Mainer, ese sabio de letras, que la figura de Ildefonso-Manuel Gil (1912-2003) no fuese tan recordada. Y quizá lo sospechase también Manuel Hernández, ambos han coordinado un seminario dedicado a la obra del escritor y modelo de conducta cívica que tuvo, además, “una inmensa capacidad para disfrutar de la vida”. Acudieron cada día en torno a cien personas. En la última sesión, tres de sus grandes amigos, María Antonia Martín Zorraquino, Guillermo Fatás y Lola Albiac recordaron al profesor en Zaragoza y en Estados Unidos, al director de la Institución ‘Fernando el Católico’ y al lector, enamorado de Mor de Fuentes, de su obra ‘La Serafina’ y la ilustración, y de Jarnés, a quien conoció y admiró en Madrid, tal como dijo Albiac, a quien llevó a Daroca y despidió en 1949. Ildefonso decía siempre que su amigo entreabrió los ojos y vio en ellos una luz última de alegría o un relámpago de memoria. Guillermo Fatás glosó sus vidas paralelas –estudiaron en Las Anas, dieron clases en el colegio de los Labordeta, fueron profesores universitarios...- y dijo que la elección del autor de ‘La moneda en el suelo’ como director de la IFC fue una gran ocasión política que Ildefonso acogió “con extraordinaria ingenuidad”. Una de sus primeras propuestas fue un ciclo de sesiones poéticas. Quedó claro que fue “un hombre de su tiempo y un maestro mítico para las generaciones jóvenes” (Martín Zorraquino dixit), y que estuvo rodeado de amor (Pilar Carasol fue su actriz preferida, su musa y la madre de sus cinco hijos) y de amigos. Cuando fue despedido de HERALDO (se enteró en Salamanca), Ynduráin, Blecua o Ayala llamaron a rebato y logró recomponer su vida, lejos, para dedicarse a su obra y a la de los otros.

 

*Este texto apareció en la sección 'Cuentos de domingo' de HERALDO. En la foto, Pilar e Ildefonso-Manuel Gil.

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