TONI ITURBE ESCRIBE DE 'CARIÑENA'
Antonio G. Iturbe (Casetas, Zaragoza, 1967) ha vivido en 2012 uno de sus mejores años con la publicación de ‘La bibliotecaria de Auschwitz’ (Planeta, 2012) y a la vez uno de los más complicados por la situación económica que ha afectado, como en tantos otros lugares, a su revista ‘Qué leer’, de la que es director. Hace unos días, con inmenso afecto, con absoluta generosidad, publicaba en la versión digital este artículo sobre mi novela ‘Cariñena’ (Ediciones 94 /DOP Cariñena): el relato de diez días de octubre de 1978, recién llegado a Zaragoza, en la vendimia de Cariñena y Alfamén. Se trata del libro del despertar al trabajo, al amor, a la amistad, a la vida. Así lo cuenta Toni G. Iturbe.
http://www.que-leer.com/18131/anton-castro-se-va-a-vendimiar-a-carinena.html
ANTÓN CASTRO SE VA A VENDIMIAR A CARIÑENA
Por Antonio G. ITURBE. Periodista y escritor
Cuando uno mismo cae en el desaliento sobre la propia profesión periodística e incluso sobre su propia tarea como informador cultural, topar con Antón Castro es como rejuvenecer de golpe. Está su tarea en el suplemento cultural de el Heraldo de Aragón, pero también su enorme cantidad de publicaciones en prosa y poesía, su paso por programas culturales en televisión, haber sido entrenador del Garrapinillos o su actividad arrolladora en su blog. Cuando uno se asoma a su blog se hace una idea de su pantagruélica curiosidad: libros, arte, bicicletas, política, fotografía, mujeres extraordinarias…
Acaba de publicar Cariñena (DOP Cariñena) una narración con mucho de autobiográfico que nos cuenta cómo un gallego objetor de conciencia (ya nadie se acuerda de la mili e incluso ahora suena como un disparate ridículo, pero ahí estuvo tantos años) busca refugio junto al Ebro. El protagonista (nos podemos imaginar muy bien al propio Castro a poco que lo conozcas) es uno de esos pusilánimes heroicos: un muchacho de 19 años inseguro y más bien encogido, pero que no está dispuesto a ceder en su convicción de no hacer el servicio militar. Una especie de Bartleby que se rebela sin aspavientos ni soflamas. Así es Antón Castro, un revolucionario que lo pide todo “por favor”. Al enterarse de que en Zaragoza hay grupos de insumisos, decide dejar su casa en la provincia de Coruña y tratar de buscar allí acomodo. Su camisa blanca de buen chico no parece acomodarse mucho con la comuna de artesanos que venden collares por las ferias. Uno se lo imagina como un rodaballo caído en los Monegros.
Pero ahí se queda, tratando de encontrar su lugar en el mundo. Y con esa camisa que le debió comprar su madre y esa timidez decidida, se va hasta Cariñena (buenos vinos recios aragoneses), porque necesita ganar dinero y le han dicho que allí cogen gente para trabajar en la vendimia. Pero la cosa no resulta tan sencilla. En seguida lo calan y ven que ese gachó tiene más pinta de chupatintas que de labriego. Aún así, logra asociarse con otro joven que busca trabajo, más desenvuelto y caradura. Mientras buscan el trabajo, incluso están a punto de ligar con dos hermanas guapísimas, pero al final todo queda en nada. Él (enamoradizo soñador) se decanta por la más lánguida de las dos: la escucha mucho, le habla mucho de libros y de música, y al final le pasa como siempre, que todas lo quieren mucho… como amigo (aunque siempre terminan liándose con otro más sinvergüenza). De todas formas, a su amigo más lanzado, la táctica directa tampoco le da otra cosecha que la de las calabazas.
Al final, logra el deseado empleo como vendimiador que con tanto ahínco ha estado buscando durante días… pero dios nos castiga escuchando nuestras más fervientes plegarias: él pone toda su voluntad y su ahínco para no defraudar a su empleador, ni a su amigo, se esfuerza hasta la extenuación, pero lo que no puede ser… no puede ser. Esto es ficción… pero es su propia peripecia personal punto por punto y uno no puede evitar ver al propio Antón Castro, que cambió el verdor de Galicia por la aspereza del cierzo y la introversión galaica por la expansividad a veces explosiva de los maños. Es fácil reconocerlo en ese chico gallego torpón y soñador que estudió electrónica pero le daba miedo la corriente: en esa voluntad de agradar aun a costa de desriñonarse (como es el caso) de la gente de bondadosa, en la timidez atrevida de los que siempre se disculpan pero no dejan de hacer lo que creen que han de hacer o en la sensibilidad para convertir los malos tragos en poesía y seguir adelante. Es una narración breve, sencilla, de trazos abocetados… pero tiene tan buen toque literario y hay prensada tal cantidad de ternura, fragilidad y a la vez de entereza, que a mí me ha emocionado profundamente.
*Rogelio Allepuz me cede, con su generosidad habitual, esta foto del campo de Cariñena.
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