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Antón Castro

UN CUENTO DE RAIMUNDO LOZANO

[Este próximo jueves 24, a las 19.30, en la Biblioteca de Aragón, Raimundo Lozano presenta su nuevo libro: ‘Historias de siempre’ (Corona del Sur, Málaga), en compañía de Fernando Gracia y Berta Lombán, que leerán algunos de estos cuentos, recuerdos, impresiones y retratos de amigos. Raimundo Lozano Vellosillo, soriano afincado en Zaragoza desde hace muchos años y enamorado de Galicia y de sus autores, ha publicado más de 50 libros de poesía, relato corto, recuerdos y cuentos infantiles, y ha estado muy vinculado a amigos como Fermín Otín Traid, Guillermo Gúdel, Rosa María Aranda, etc. Colabora asiduamente en ‘Heraldo de Soria’.]

 

He aquí uno de sus textos: ‘Baltasara’, el retrato de una comadrona.

 

BALTASARA

De ’Historias de siempre’. Raimundo LOZANO. Corona del Sur

 

        No pocos de los que vinieron a este mundo donde yo nací, antes o después ya duermen debajo de la tierra.

Excepto media docena que, como yo, dejó Torrubia de ser nuestra residencia.

        Inolvidable Baltasara, la tiá Baltasara, como solíamos llamarla. A las que eran de la familia se les llamaba tía, y tiá a las que no lo eran. Con la denominación de Don solo lo era el cura y el maestro, y señor al secretario.

        Baltasara era muy trabajadora, y honrada, o parecía serlo. Mujer imprescindible entonces, dado que no había en el pueblo médico ni farmacéutico, ni siquiera practicante. Ella era quien suplía estas carencias.

        No importaba que lloviese torrencialmente, o que cayesen aquellas nevadas que dificultaban el paso para ir de una casa a otra casa, a la iglesia a la fuente por agua. Vieja ya, como era, sin embargo nunca rebabla.

        No poseía título de enfermera, menos aún de comadrona, mas ella sabía perfectamente cómo ayudar a salir del vientre de su madre aquello que podía serniño o niña.

        Mi madre me tenía contado muchas veces como vine yo al mundo, a este mundo. De madrugada, un día de enero, con más de un metro de nieve helada, con veredas que había hecho algunos hombres para ir de una casa a la otra, a la iglesia, al abrevadero y a la fuente.

       Nunca  faltaba a los actos religiosos, algo beata que era. No hablaba mal de nadie, el odio y el rencor no iban con ella.

Solía rezar mucho, con frecuencia por lo bajo y por lo alto según exigiese la ceremonia. Y nunca pedía nada. Si acaso, un desayuno o una cena si era necesaria su presencia. Pues,como no había ni médico ni farmacia a ella se recurría para aplicar algún remedio. Por eso sabía más que nadie todos los entresijos que había en cada casa, en cada familia. Mas ella nunca decía nada. Excepto si podía mediar en el asunto, pues sabido es los enfrentamientos que había en no pocas familias. Los más frecuentes, por aquellos de las herencias, pues siempre había hijos egoístas que pretendían ser los herederos, llevarse de herencia más que los otros hermanos.

     Falleció un día de febrero, mas yo no pude estar en su entierro. La distancia no me lo permitía. Y bien que lo sentí.

Me quedé con las ganas de acompañarla en aquel su último viaje.Incluso de llevar algún momento su cuerpo ya sin vida metido en una caja de madera. Como un muerto cualquiera.

         Creo que el cura se explayó hablando y rezando en aquellos difíciles momentos. Y bien contestado, dado que era muy querida por todos, familiares y no familiares. Yo también, aunque lejos recé un padrenuestro y una salve en su recuerdo.

         Creo que ya hacía varios meses que dejara de ser imprescindible, debido a la llegada de una practicante y una enfermera, ambos titulados.

           Ganas tengo de rezarle hoy, mas ya sé que de nada le serviría a ella. Deseos no me faltan. Cuando menos, ahí van mis recuerdos, Baltasara.

 

 

 

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